Manuel Felipe Sierra
En 1973 en una oficina de la avenida San Martín se instaló la redacción del diario “Punto” dirigido por Eleazar Díaz Rangel y posteriormente por Pompeyo Márquez, que serviría como vocero del Movimiento al Socialismo, (MAS). El capital inicial de cien mil bolívares fue aportado por Gabriel García Márquez. cantidad obtenida como ganador del “Premio de Novela Rómulo Gallegos” en 1972 con “Cien Años de Soledad”. El novelista colombiano se declaraba entonces como militante del joven partido.
A los días, Luis Bayardo Sardi miembro del consejo editorial se apareció con una colaboración firmada por Sebastián Montes. Después de varias publicaciones la columna comenzó a llamar la atención de los lectores por cuanto estaba escrita con pulcritud, desenfado, irreverencia y una fuerte dosis de humor. Al tiempo se supo que se trataba de un seudónimo de José Ignacio Cabrujas ya famoso como dramaturgo y quién junto a Román Chalbaud e Isaac Chocrón, formaban la “Santísima Trinidad” del teatro venezolano. El nombre de Cabrujas también era noticia en la crítica cinematográfica porque había estallado el “boom” del cine nacional en el esplendor de la “Gran Venezuela, y su nombre se asociaba con las películas de mayor éxito de taquilla. Sebastián Montes sobrevivió un tiempo después en las páginas del “Sádico Ilustrado”, la revista humorística dirigida por Pedro León Zapata.
Ya con su nombre de pila las crónicas de Cabrujas saltaron a las páginas de “El Nacional” y al “Diario de Caracas”, con el título de “El país, según Cabrujas”. Sus escritos rompían con algunas convenciones del periodismo de opinión. La crónica (cuya paternidad se le atribuye a los modernistas latinoamericanos y en especial al apóstol cubano José Martí), es comúnmente valorada por su contenido literario o como un útil registro costumbrista, mientras que el artículo se mantiene como una válvula de escape para las opiniones personales, Cabrujas introduce el subgénero de la “crónica de autor” ya validada en Estados Unidos, y en las cuales los linderos entre literatura y periodismo se hacen cada vez más imprecisos. En sus columnas está la opinión, la necesidad de terciar en el debate público, pero a partir de una sabrosa recreación con datos de la cotidianidad y elementos de sus diarios personales, todo resuelto con ironía y eficacia narrativa.
TEATRO Y TELEVISIÓN
De alguna manera, el discurso “cabrujiano” que hace de sus obras de teatro una simbología nacional y retratos acabados de expresiones culturales y sociológicas, es trasladado al papel. En sus crónicas encuentran espacios sus típicos personajes (caraqueñísimos o mejor dicho, sus “panas” de Catia), con el refrescamiento de anécdotas y episodios históricos sin mayores concesiones a la adjetivación.
La memoria periodística de Cabrujas tiene mucho que ver también con desiderátum que se resolvía hasta entonces en su dramaturgia y los temas abordados con fluidez en sus guiones de cine y televisión. Como dice Leonardo Azpárren Giménez: “el Cabrujas público quizás el mejor conocido al final de su vida es la versión social y política del hombre de teatro-dramaturgo, actor, docente, director y productor-, cuya obra dramática contiene el imaginario privado con el que trató de dar respuesta a algunas de sus obsesiones, afectos y soledades, y a los más sintomáticos dilemas de la Venezuela que vivió con agobio”.
Yoyana Ahumada, periodista, actriz y magister de literatura, se ha especializado en el estudio de la obra del creador; ha conducido talleres sobre la vida, la herencia literaria del personaje y publicado “El mundo según Cabrujas”, un texto que sirve también como homenaje para un maestro de las artes verbales, escénicas y cinematográficas del Siglo XX.