Los cuarenta días que corresponden a los treinta del último mes del calendario hebreo, llamado Elul, y los diez primeros del primer mes, Tishrei, constituyen un periodo de reflexión, reformulación de actitudes y planificación de buenas acciones para el año que comienza. El último día de este lapso corresponde al Yom Kipur, el Día del Perdón, el más señalado para el pueblo judío.
Este período está lleno de actividades de introspección. Cada persona debe hacer un balance de lo ocurrido en los últimos doce meses, a efectos de mejorar en los próximos. En su relación con el Todopoderoso y en su relación con sus semejantes. En esos cuarenta días, Moisés estuvo en el Monte Sinaí solicitando el perdón divino por el pecado de idolatría del becerro de oro. Regresó con el perdón y las dos tablas de ley restituidas. Un nuevo comienzo para el pueblo de Israel. Una especie de borrón y cuenta nueva, aunque el borrón no fue ni es nunca total.
La evaluación de lo acontecido y los propósitos para el nuevo año no se limitan a lo personal. Es un asunto colectivo de comunidades y naciones. El año nuevo judío, con su carga de reflexión y oración, está dirigido y diseñado para toda la humanidad. En esos días se decide el destino de todas las naciones del mundo, su riqueza o pobreza, la guerra o la paz, la tranquilidad o la zozobra. Las oraciones no se limitan a lo personal, o al pueblo de Israel. Son extensivas a todos quienes habitan el planeta. En lo individual, en lo colectivo.
Este último año, estos últimos doce meses calendarios, requieren de una introspección colectiva. De países, de naciones, de movimientos ideológicos. De instituciones gubernamentales y no gubernamentales. No es un secreto que las cosas están muy mal en muchas partes del mundo. Conflictos que se han agudizado y no se les ve ni el fin ni la intención de las partes en ello. Tampoco de quienes influyen en ellas, parece haber la intención de ponerles coto. Mucho dolor, muerte y odio que se traducirá en más de todo eso si no se hace un esfuerzo colectivo de reconsideración y reparación.
El Medio Oriente parece una alfombra impregnada de querosén con muchos voluntarios que blanden sus cerillas. Además, hay quienes proveen de más querosén y más cerillas por si pudieran escasear. Quienes se consideran ajenos por estar geográficamente lejos, quizás no advierten que serán víctimas de esta vorágine de violencia y terror, de acciones y represalias que no permiten llegar a ningún buen escenario. Es evidente que se necesita una acción colectiva. De naciones, instituciones y organismos, de personas y personalidades.
Estos cuarenta días son propicios para ello. Quizás no es casualidad que la Organización de las Naciones Unidas recibe a los jefes de estado en su seno en estas semanas. El primer ministro de Israel debe esta el viernes 20 de septiembre y es muy probable que tanto el cómo sus similares se refieran a los problemas que azotan a la región y al mundo. ¿Será que este año las palabras no caerán en oídos sordos y se tomorán algunas decisiones vinculantes? Aunque se tengan expectativas limitadas al respecto, y una experiencia no muy exitosa, la esperanza siempre existe que prive la racionalidad y se corrijan entuertos.
Es evidente que se necesita a todo nivel una introspección seria. El espectáculo que se tiene en los noticieros de muchos países, algunos que se autodenominan democráticos, el lenguaje en los debates entre las más altas autoridades, la descalificación de los adversarios ideológicos a priori, la profusión de contenidos en las redes, requiere de una enmienda urgente. La palabra precede a la acción, y esta última también debe revisarse. Arreglar las diferencias a punta de guerras sangrientas y batallas que solo dejan víctimas y pírricas victorias, requiere del concurso de todos para que no sea así.
El todo es más que la suma de las partes. Y todas las partes deben realizar una introspección. Como están las cosas, una introspección internacional. A fin de cuentas, el mundo es de todos… no solo de algunos.