Camilo José Cela construyó su obra literaria en paralelo con una vida de escándalos, travesuras de “l’enfant terrible” y notorias irreverencias.
LA “CATIRA” DE CELA
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Manuel Felipe Sierra

Seguramente hubiera sonreído al leer el despacho de Europa Press: “El juzgado de instrucción número 2 de Barcelona ha ordenado a la Audiencia que juzgue al presidente de Planeta, José Manuel Lara Bosch, por el presunto plagio de “La Cruz de San Andrés”, de Camilo José Cela, premio Planeta en 1994 y, que supuestamente fue obra de la escritora coruñesa Carmen Formoso”. La decisión de la juez Eugenia Canal Bedía, acuerda la apertura de un juicio oral –sin posibilidad de recurso- por ver indicios de delitos contra la propiedad intelectual, estafa y/o apropiación indebida, y le ha impuesto a Lara una fianza de medio millón de euros.

A la muerte de Cela, el 17 de enero de 2002, el caso del presunto plagio (que para muchos era una “boutade” senil) parecía cancelado. La historia es sencilla. En 1994 Cela ganó el premio Planeta con la obra “La Cruz de San Andrés”, que el jurado calificó de la siguiente manera: “de la mano inteligente y experta de Camilo José Cela –cuya maestría habitual le ha valido el Premio Nobel de Literatura-, es una obra maestra de la literatura española contemporánea y una de las lecturas más apasionantes de los últimos tiempos”. En 1998, la escritora y dibujante Carmen Formoso acudió a los tribunales para reivindicar la autoría de la novela de Cela que presentó a la editorial también en 1994 bajo el título “Carmen, Carmela, Carmiña”.

La causa fue archivada en dos oportunidades hasta que el 2006, el Tribunal Constitucional concedió el amparo a Formoso y ordenó abrir de nuevo el caso. Por supuesto, muerto Cela quedaba Lara Bosch como único responsable del “supuesto delito parcial de plagio y la editorial como responsable civil subsidiaria”. Nadie duda de la condición de gran escritor de Cela, de innovador del lenguaje narrativo y cuyo reconocimiento con el Nobel fue largamente pospuesto.

Nacido en Padrón, localidad de La Coruña, fue bautizado con un nombre estrambótico: Camilo José Manuel Juan Ramón Francisco de Jerónimo. De joven la tuberculosis lo internó en un sanatorio donde se atragantó de literatura. En la posguerra conoce el éxito con “La familia de Pascual Duarte” que comenzó a escribir como obrero textil y sobre cuya experiencia comentó: “empecé a escribir acción sobre acción y sangre sobre sangre y aquello me quedó como un petardo”. Su nombre se proyectó desde Buenos Aires en 1951 con la publicación de “La Colmena”, censurada en España.

A los años habría de protagonizar un memorable episodio literario y político en Venezuela. Una fuerte inmigración gallega y la reconciliación diplomática entre el franquismo y la dictadura de Pérez Jiménez le abrieron a Cela la posibilidad de “hacer la América” desde una nación imantada por el petróleo. Laureano Vallenilla Lanz, factotum del perezjimenismo, estableció contacto con el novelista y lo invitó al país para escribir una novela sobre el llano venezolano que de alguna manera contrapesara la “Doña Bárbara” de Gallegos y que además reflejara “la transformación del medio físico” que vivía el país.



Gustavo Guerrero en su investigación “Historia de un encargo: “La Catira” de Camilo José Cela”, publicada el 2008, cuenta las andanzas de Cela en aquellos días. El novelista llega a Maiquetía el 22 de julio de 1953 e inicia una serie de actividades organizadas por el Centro Gallego y diversas instituciones culturales. Mariano Picón Salas lo presenta en la Biblioteca Nacional; Vallenilla Lanz lo agasaja en el Club Paraíso y Pérez Jiménez le concede una entrevista para la prensa española. A los días comienza un recorrido por el interior del país para “contaminarse” con los escenarios de la futura novela. Luego, regresa a Mallorca y en cinco meses escribe la primera versión de “La Catira” concebida dentro de un proyecto más ambicioso titulado “Historias de Venezuela”. Sobre este plan le escribe a Vallenilla Lanz: “Voy anotando datos y escenas para los siguientes libros, aparte del que hoy me ocupa claro es, que podríamos llamar la novela del llano: “La flor del frailejón”, novela de Los Andes, “La cachucha y el pumpá”, novela de Caracas, “Oro cochano”, la novela de Guayana, “Las inquietudes de un negrito mundano”, novela del Caribe y una última aún sin título definitivo sobre el mundo del petróleo”.

Cela regresa en 1955 para presentar “La Catira”. La reacción en los medios intelectuales y periodísticos, pese a la férrea censura vigente, fue claramente negativa. Si bien se valoraba su solvencia narrativa, resultaba claro que era una novela escrita por compromiso y que procuraba dos finalidades: contraponerse a la visión galleguiana del llano y contribuir a la propaganda del perezjimenismo. Con el tiempo se supo que Cela cobró tres millones de pesetas, una verdadera fortuna para la época, lo que hizo que su hijo, Camilo José Cela Conde, reconociera en una biografía: “Venezuela supuso para mi padre encontrar su Dorado personal”. Para Cela la aventura americana no pasó de ser un “pecadillo” más, como cuando lo acusaron de delator de republicanos y hasta de censor del franquismo. Como se sabe,es frecuente que el expediente del plagio sea usado contra escritores consagrados. El novelista peruano Bryce Echenique fue incluso condenado hace un tiempo por supuestas copias de escritos periodísticos a través de la internet. Para los escritores, como dice Vargas Llosa, “el plagio no es moral sino artístico”. Ante el curso del juicio en la Audiencia de Barcelona, es posible que Cela hubiera respondido lo que le dijo a la Reina de Suecia, cuando le preguntó cómo se sentía con el Nobel: “Jodido pero contento”.



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