“El que desconoce la verdad es un ignorante, pero el que la conoce y la desmiente es un criminal”
¿POSVERDADES O VILES MENTIRAS?
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Manuel Salvador Ramos

Bertolt Brecht

Esta temática la hemos tratado con anterioridad en dos artículos publicados el mes de octubre del pasado año, pero dado el entorno actual, se nos ocurre pertinente volver sobre algunas de las ideas ya expuestas y así cotejar las realidades más resaltantes que nos envuelven con la interrogante que marca el título. Partamos entonces de lo más general y situémonos en la perspectiva histórica.
 
Desde la década de los 80 del pasado siglo, la postmodernidad se establece como corriente de pensamiento que incide de manera directa o indirecta en múltiples disciplinas al resaltar tres puntales como conceptos clave de la validez perceptiva. Así, providencia, progresividad y nihilismo, conforman el sustrato de una ubicación ontológica que cuestiona el sentido de una única verdad y deriva en la relativización del valor absoluto del saber, llegando a poner en entredicho el basamento cultural mismo. Dicho de una manera coloquial, Kant y Descartes, constructores del ideario de la razón y la racionalidad en la búsqueda de la verdad, sufren la embestida de Nietzsche. Para éste, nada es absoluto y no hay aserto definitivo que encierre la verdad.
 
Para Nietzsche nada es absoluto y, por tanto, no hay verdad que no se pueda relativizar. Su obra podemos fundamentarla como el origen del moderno nihilismo, donde nada tiene sentido rechazando todo marco religioso, moral o gnoseológico, desechando por ende la posibilidad de los valores. El pilar fundamental de sus postulados es el “superhombre”, u hombre luchando ante la nada, capaz de redefinir y reconstruir el mundo despreciando los apoyos que le oferta la razón y la concreción objetiva solo porque es capaz de enfrentarse a su realidad sin la ayuda de falsos fundamentos.
 
No es difícil captar como el navegar civilizatorio dentro del “océano de la posmodernidad”, esta trazado por la bitácora del pensamiento emanado del gran filósofo alemán. El afán de la deconstrucción, rompiendo con las falacias humanistas, debe ser el norte de la ruta, y el crecimiento del individuo no puede ser sino una búsqueda incesante transformación aprovechando el uso de la supratecnología en sus fases de mayor sofisticación, y así orientarse destruir los paradigmas que han restringido el ascenso sucesivo e ilimitado.

No es difícil entender como la cultura postmoderna ha enmarcado el perfil del homo sapiens, basándose en un choque disruptivo cuyo rasgo m ás pernicioso ha sido sembrar un ideario que engañosamente se dibuja bien como paradigma libertario o como espejismo revolucionarista. El ser se trastoca en sujeto de enfrentamiento contra la virtualidad comunitaria y en muestra fanatizada del individualismo y el consumismo.



¿ELEVACIÓN DEL HOMBRE O DESTRUCCIÓN DEL SER?

“La llamada Revolución Conservadora de la década de los 80 consagró la muerte del Estado de Bienestar y por ende de las luchas progresivas que caracterizaban su dinámica. Ello abrió la brecha del Capitalismo tardio (Hubermas) y ese soporte maximalista del poder asociado a la potencialización (que no potenciación) del lucro, destruyó los patrones éticos progresivamente conformados a través de los siglos. Se instaura así un andamiaje para reacomodar la estructura psíquica del hombre al insuflarlo con la posverdad para poner a funcionar la maquinaria del poder. Solo así genera la riqueza que garantiza el éxito encuadrado en el marco hedonista; todo insuflado en el desdén a la realidad simple y cotidiana del ser humano y a la desintegración total del sostén ético y moral. “
 
Traemos a colación esta cita de una anterior reflexión nuestra, contenida, como dijimos, en artículo anterior, porque nos facilita visualizar la congruencia de la falacia que articula el sofisma falsario de la posverdad con la truculencia de la mentira y la entronización de la psicopatía en el Poder.

Dice la RAE que posverdad es la “distorsión deliberada de una realidad, lo cual desarrolla manipulando creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Se fundamenta entonces en la mentira al distorsionar la realidad con propósitos de manipular a los receptores sociales y ello lo hace a través de agentes que con deliberada intención, buscan sembrar visiones y percepciones en la opinión pública.
 
Podríamos decir que no estamos hablando de algo muy distinto al histórico uso de la mentira por parte del poder político, hecho profusamente estudiado desde tiempos remotos. Al fin y al cabo, estamos hablando de cómo retorcer la verdad para manipular la opinión pública y ponerla a favor de quien lanza la mentira en contra de un rival con el fin de desestabilizar gobiernos, generar divisiones o para torcer unas elecciones…

¿En qué se diferencia, entonces, la posverdad de esos otros usos que han existido a lo largo de la historia? ¿Qué elementos son propios de este fenómeno que explican su inusitado auge en los últimos años? Las novedades se refieren principalmente a dos ámbitos: la difusión y la producción de las mentiras.

El procedimiento tradicional para poner en circulación una mentira pasaba por los medios de comunicación. El objetivo de los políticos manipuladores era conseguir que una noticia falsa o convenientemente distorsionada acabara publicándose en prensa, radio o televisión y así alcanzar la opinión pública, y eso no siempre era fácil, porque había que pasar el filtro de los periodistas.

La realidad, hoy día, es que ese filtro es cada vez más débil. Primero, por la progresiva pérdida de objetividad y por el alineamiento ideológico de los medios; y segundo, porque incluso en los medios que quieren mantener la objetividad, las presiones políticas y económicas son a veces insostenibles. Agregaríamos además que opera la presión por la inmediatez, ya que por ser los primeros en tener una exclusiva, o por conseguir el titular más llamativo que genere mayor número de clicks, conduce a los medios a no verificar de manera suficiente las historias o a sacrificar la escrupulosidad de la verificación.

Ahora bien, sin lo que podríamos llamar “intermediación mediática, dado que los medios han ido perdiendo su capacidad de control, lo que beneficia a los generadores de posverdad es que han surgido otras herramientas que les permiten lanzar mensajes directamente a los ciudadanos sin pasar por la intermediación de los comunicadores. Personeros, personajes (y personajillos ) tienen hoy a su disposición internet, las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea, y a través de ellas pueden expandir sus mensajes de distorsión de una manera mucho más rápida y con una capacidad de alcanzar a un mayor número de personas, sobre todo desde la generalización de los teléfonos inteligentes. En resumen, nunca como hasta ahora había tenido la sociedad tantas vías para, aparentemente, estar mejor informada, pero al mismo tiempo, nunca como hasta ahora había corrido tanto riesgo de estar sumergida en el pantano de la manipulación.

Los actores del engaño político siempre han tenido claro que para que una mentira tenga éxito hay que dotarla de un cierto halo de verosimilitud, es decir, de apariencia de verdad o de credibilidad, y de alguna manera esto sigue siendo así en la actualidad, aunque con una diferencia esencial con respecto a épocas pasadas y es que los medios técnicos para hacerlo han evolucionado de tal manera que la verificación resulta cada vez más difícil.
Es este, por ejemplo, uno de los mayores retos que plantea el uso de la Inteligencia Artificial, puesto que la generación no solo de información sino incluso de fotografías y vídeos manipulados roza ya casi la perfección. Puesta en manos de políticos sin escrúpulos, esta nueva inteligencia, que obviamente no tiene en cuenta criterios éticos, supone ya un grave peligro.

Pero hay otro problema adicional, vinculado también con la tecnología. La aceptación del mensaje manipulado depende en gran medida de las características personales de quien está expuesto a la mentira. Lo que para unos puede resultar creíble, quizá para otros no lo sea. Tiene aquí mucha importancia el componente emocional que, como hemos apuntado, es decisivo en el concepto de posverdad. La realidad es que los políticos manipuladores disponen hoy de muchas herramientas a su alcance para conocer a los ciudadanos de una manera casi individualizada, sabiendo qué teclas emocionales tocar para que sus mentiras resulten lo más creíbles posibles y causen el máximo efecto, apelando a lo que cada ciudadano siente, anhela o teme y, por tanto, está más predispuesto a escuchar.



EL PERFIL DEL MANIPULADOR

Los ciudadanos estamos cada vez más expuestos a las mentiras, tal como se puede constatar fehacientemente y ello está íntimamente vinculado con el marco psicótico en el cual está inmersa la sociedad. Tal como lo apuntábamos en párrafos anteriores, el propio tremedal de emociones y de luchas encontradas ha dado a luz un estereotipo perfectamente cincelado por el entorno de la posmodernidad. El influencer, el operador político, el constructor de imágenes, el intelectual mercenario, el trajinante del hedonismo; en suma, el dignatario del poder, son los agentes productores de las marañas de la posverdad y con ella visten la truculencia de las mentiras.

Hemos apuntado -y es nuestro tajante planteamiento- que la Posmodernidad ha colocado al ser humano en un declive psicótico, y la entronización de la posverdad es el insumo energizante de los circuitos del Poder en su expresión vesánica. Es por ello que el protagonismo a ultranza para capturar todos los instante de la vigencia presencial y la codicia en el aprovechamiento crematístico, sean el ejemplo más palpable de cuadros obsesivos donde priva un condicionamiento psicóticos.
 
La Psicopatía se define, entre otros pareceres, como un trastorno de personalidad caracterizado por el comportamiento antisocial dentro de variadas manifestaciones. En una clasificación general, resaltan las carencias empáticas, la personalidad sin inhibiciones y el celoso uso de patrones y códigos propios, así que comúnmente se habla mas de “personalidad psicopática” que de “psicópatas” en sentido estricto, aunque ello no signifique desechar el carácter patológico fundamental en la esencia personal. Son inteligentes, hábiles expositores y absolutamente celosos en cuanto a sus criterios. Por su elevada autoestima derivan fácilmente hacia el narcisismo y dada su inclinación a la mentira, llegan a ser símbolos de la mitomanía. Es obvio que son refractarios al encasillamiento ideológico y en ese plano se desplazan a través de enfoques divergentes, buscando en cada uno de ellos algún beneficio sustantivo. Nunca aceptará responsabilidad sobre sus actos y automáticamente derivará culpas hacia terceros. Es innegable la presencia de la psicopatía en buena parte de quienes ostentan el poder en gobiernos y grandes entes corporativos, por lo que es inevitable reflexionar, en medio de la crisis planetaria, sobre cómo llegamos a ser gobernados por psicópatas.
 
Siempre que hablamos de psicópatas, entendemos que son los victimarios y, obviamente, LA SOCIEDAD es la víctima. Lo común en el mundo actual es ver como alrededor de las personalidades total o parcialmente psicopáticas, opera una dinámica degradante que se manifiesta en la atracción centrifuga sobre individuos con traumas conductuales o con notorias carencias de asimilación racional. La prepotencia del psicópata, su poder persuasivo y la fortaleza insolente de sus visiones arbitrarias, desarrolla un tropismo que atrae hacia si todo el lastre de quienes en sus correrías para medrar pisotean a las mayorías sociales que cínica e hipócritamente invocan. Si, definitivamente, cuando un país está dirigido por psicópatas, la víctima es la sociedad en pleno, pero ello no obsta para que todos a la vez seamos víctimas individuales, porque como ciudadanos estamos inermes ante las iniciativas y desvaríos del absurdo, careciendo totalmente de instancias de amparo y protección.

Post escriptum: Que el lector provea los espejos en los cuales pueda reproducir cualquier imagen a su gusto…






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