Manuel Salvador Ramos
El título de esta nota lo hemos tomado del psiquiatra, filosofo y luchador martiniqueño Frantz Fanon, quien con esas impactantes palabras bautizó la principal de sus obras. En ella enfoca el colonialismo y sus secuelas, y a pesar de las décadas que median desde que fue escrita, la fuerza y la profundidad de su narrativa determina que lo allí plasmado tenga hoy absoluta pertinencia. Motivado por el espíritu de aquellos años sesenta, leímos ávidamente la obra en cuestión y desde entonces nunca hemos dejado de volver a sus páginas para reforzar la negativa que se ha sembrado en nosotros en cuanto a conceptualizar al Hombre como un ser que refleje en su conformación alguna semejanza con la Divinidad Universal.
EL ORIGEN DEL MENOSPRECIO
Aunque desde la antigüedad el continente africano fue un territorio propenso al establecimiento de colonias por parte de potencias marítimas, tal como en efecto eran en aquellos tiempos los fenicios y griegos, fue en la Edad Moderna cuando se incrementaron las tropelías bautizadas como “expediciones civilizatorias”. Las exploraciones llevadas a cabo por los portugueses del siglo XV en adelante, y por los holandeses y los británicos a partir del siglo XVI, llevó al establecimiento tanto de compañías comerciales como de colonias y emplazamientos en territorios conocidos hoy como Angola, Zanzíbar y Luanda. No obstante, fue la
trata de esclavos, lo que propició el establecimiento de apostamientos a lo largo de las costas, ya que ello facilitaba el comercio de personas y agilizaba su desplazamiento a través del océano Atlántico principalmente.
Vemos como con anterioridad al siglo XIX, las potencias europeas habían establecido el control de territorios costeros, pero el interior del continente permanecía inexplorado En el último cuarto de siglo, el reino de Bélgica expresó su interés por ocupar porciones importantes del interior africano y otros países se sumaron a la empresa. Fue así como el proceso de reparto de África comenzó alrededor 1884 y se prolongó hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Participaron en esta carrera colonial países como España, Portugal, Italia, Gran Bretaña, Alemania y Francia. La conferencia de Berlín de 1884, liderada por Otto von Bismarck, sentó las bases de la repartición y estableció un marco de acción para evitar posibles disputas entre las naciones europeas. Es el definitivo nacimiento del IMPERIALISMO en el marco histórico de la contemporaneidad
Las potencias se adjudicaban las “áreas descubiertas” durante el reconocimiento territorial. Los nuevos medios de transporte, mediante energía de vapor, aceleraban las iniciativas y fueron factor fundamental en el proceso del adentramiento territorial. La necesidad de obtener materias primas para las fábricas europeas en expansión, fue el leiv motiv que alimentó esta carrera por repartirse África, al tiempo que permitió colocar en los nuevos mercados africanos la sobreproducción de los bienes industriales, tipificando así el clásico modelo extractivista.
Los agentes de las naciones europeas obtenían los territorios mediante falsedades y engaños. Presentaban ante los jefes y autoridades locales contratos en lenguas europeas, incomprensibles para los oriundos y cedían su territorio a los recién llegados. En lo que respecta a la gestión administrativa de los territorios africanos, los distintos países europeos adoptaron bien un gobierno directo basado en la presencia de oficiales venidos del viejo continente, o gobiernos indirectos manejados a través de poderes locales que operaban en nombre del país colonizador para administrar los territorios conquistados, explotar las riquezas y establecer el pago de impuestos.
En ese contexto histórico cabe destacar la criminal figura de Leopoldo II de Bélgica, quien convirtió el Congo en su dominio y se enriqueció con la extracción y venta de bienes como los minerales, el marfil y el caucho. Corría el año de 1885 cuando este truhan de levita puso la zarpa en lo que denominó el Estado Libre del Congo. Monto una propiedad particular de más de 2.350.000 km2 (20 veces más grande Bélgica) y comenzó una era de asesinatos en cadena y mutilaciones a discreción, jamás igualada a lo largo de la historia de la humanidad. La palabra genocidio, nunca hará justicia al terror que tan profusamente sembró. Bien lo define la pluma del historiador vasco Alvaro Van Dem Brule: “… Leopoldo II de Bélgica, además de ser uno de esos enormes canallas que mueren en la cama con todos los parabienes a favor, un crucifijo presidiendo el dosel y con la más laxa de las indulgencias históricas, era un enajenado sin remilgos ni moral, ni nada que se le pareciera, además de muy consciente de lo que hacía. Era el sadismo encarnado en un traje de gala de exhibición permanente, que no se quitaba ni para dormir.”
En la carrera por repartirse el botín que era África, las potencias europeas rompieron el tejido social de las comunidades locales, sustituyeron o eliminaron prácticas productivas y económicas autóctonas. Aunque el lento proceso de descolonización iniciado tras la Primera Guerra Mundial sirvió en cierta medida para que las naciones y pueblos africanos lograsen su muy peculiar independencia, las consecuencias del neoimperialismo contemporáneo ha transformado por completo el rostro sociopolítico y cultural de África y ha dejado una huella trágica en su historia.
EL PUZZLE DE LAS GUERRAS
No obstante, en el terreno del realismo, África no puede considerarse como un todo único. Hay que visualizar al menos tres Áfricas diferenciadas. La primera sería la franja norte mediterránea y árabe, sin duda más desarrollada y relativamente mas estable y autónoma que el resto del continente. La segunda sería “la auténtica África”, que incluye el África Sahariana o Sahel y el África Negra o Subsahariana, y un tercer espacio que sería la porción surafricana. En cualquier caso, para entender los conflictos internos africanos es necesario observar como la competencia por el control de los recursos tiende a tomar formas extremas y violentas; es decir, de conflictos armados que tienen como objetivo el poder político para establecer e imponer las leyes, normas y reglas que concederán el poder económico.
Ahora bien, las nuevas agrupaciones que expresan los nuevos Estados, representando a su vez la división horizontal de la población, las diferentes áreas geográficas o territorios y su consecuencial división vertical en estratos sociales, religiones, movimientos y partidos políticos, tiene en África una característica distintiva bastante generalizada y preponderante: su fuerte componente tribal. Esa impronta identitaria de los conflictos africanos es una herencia histórica que busca preservar las esencias culturales profundas frente a las particiones artificiales establecidas por los procesos de descolonización en los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo XX. Esta cartografía amañada trajo las tendencias secesionistas e irredentistas y hoy conforma el verdadero nudo gordiano de los conflictos que estremecen a África, ya que como lo admite la propia Unión Africana, existen realidades divorciadas de la autenticidad étnica y de las tradiciones ancestrales porque en el presente son los anclajes arraigados y poderosamente fortalecidos los que mantienen la estructura de los intereses, por lo que cualquier reacomodo convencional sería explosivo. En ese orden, los órganos supranacionales del continente han establecido como uno de sus principios rectores la inviolabilidad de las fronteras salidas de la descolonización. Así buscan evitar así la generalización de controversias, la muy probable atomización del continente y la disrupción de los tejidos políticos, económicos y sociales creados a lo largo de casi un siglo de gobierno colonial y de más de medio siglo de gobiernos“ independientes”. Esa postura ha logrado un debilitamiento de las estructuras tribales, aunque sigan manteniendo su primacía en los aspectos culturales tales como lengua, creencias, ritos religiosos, tradiciones y leyendas; pero sin duda es allí donde bullen los genuinos fermentos de la rebeldía. El mapa fue trazado atendiendo los intereses de los países que pactaron la descolonización, y como es de suponer, se diseñó en función de preservar los mismos con apariencia morigerada. De allí devienen la multiplicidad de actores locales y los innumerables conflictos de distinta magnitud. No sólo es raro el país africano en cual no compitan y rivalicen diferentes tribus o etnias por el control del Estado, sino que rara es también la frontera en la que una misma tribu o etnia —o varias compitiendo también entre sí— no se asienta a ambos lados de ella, repartiendo su lealtad a un Estado o al otro según las conveniencias del momento.
La ISOSTACIA es un concepto especifico de la Geografía Física. Él explica como las diferentes partes de la corteza terrestre se mantienen en equilibrio gravitacional. En el atrevimiento de los juegos mentales idealizamos congruencias y hasta sueños sobre la utopía de una “Isostacia humana”, pero la retorcida propensión del SER en su viaje hacia la dimensión oscura, esa sobre la cual habló profusamente Alfred Jung, nos muestra, irremisiblemente, que tal equilibrio es ajeno al hombre porque son sus propias miasmas detritales las que alimentan el ansia de Poder que lo caracteriza.
Enumerar y considerar en detalle las guerras y enfrentamientos con las cuales África ha construido su historia, sería una apasionante tarea de tratadistas. Nosotros vamos a conformarnos en continuar esta narrativa delineando sus más dolorosos hitos.