Declan Walsh
Mohamed Abujayyab no sabía qué hacer.
Durante seis días había estado encerrado en su apartamento de Los Ángeles, sin dormir y ansioso, pegado a la televisión y enviando mensajes en su teléfono celular. El ingeniero en programación de 39 años estaba intentando salvar a su abuela, que estaba a miles de kilómetros de distancia en la Franja de Gaza, pero ella no hacía caso a sus súplicas de que escapara.
Para entonces, los aviones de combate ya habían
soltado 6000 bombas en Gaza, en respuesta a los devastadores ataques de Hamás del 7 de octubre. Vecindarios enteros habían sido arrasados en Gaza y la cifra de muertos reportada se elevaba por cientos a diario. Israel acababa de ordenarle a más de un millón de habitantes que abandonaran sus hogares en la parte norte de Gaza y se trasladaran al sur.
En conversaciones frenéticas en un grupo familiar de WhatsApp, Abujayyab le pedía a su abuela de 88 años, Rifa’a, que se uniera al éxodo de habitantes, a pesar de que decenas de personas habían fallecido en explosiones en el camino. (Hamás culpó a Israel, que negó ser responsable). Pero ella se negó a marcharse.
Su abuela ya había escapado en una ocasión, en 1948, explicó Abujayyab, entre los 700.000 palestinos que huyeron o fueron expulsados de sus hogares durante la guerra que siguió a la creación de Israel.
Terminó en Gaza, la abarrotada franja costera, donde pasó la mayor parte de su vida bajo la ocupación y el control israelí. Setenta y cinco años más tarde, no tenía intenciones de volver a huir.
“Ella vivió todo 1948”, afirmó un Abujayyab con ojos llorosos en una video llamada. “Escuchó la advertencia de que, si se marchaba, no podría volver y dijo que prefería quedarse y morir en su casa”.
‘IDENTIFICACIÓN PERSONAL QUE TIENES EN TU CABEZA’
La historia moldea todo en Gaza, especialmente en sus momentos más desesperados. Durante más de un siglo, la pequeña franja de tierra polvorienta, en la bisagra entre Medio Oriente y África, ha estado controlada, a menudo a regañadientes, por distintas potencias: primero el Imperio Otomano, luego Reino Unido, Egipto y, sobre todo, Israel.
Desde 2007, Gaza ha estado dirigida por Hamás, la organización política y militar islamista, aunque Israel controla sus fronteras a través de un bloqueo punitivo que Egipto se encarga de hacer cumplir.
No obstante, para sus habitantes, Gaza es un lugar definido por el desplazamiento. Aproximadamente el 80 por ciento de sus 2,1 millones de habitantes son refugiados
registrados: palestinos que en 1948 fueron obligados a salir de lo que hoy es Israel o, en gran parte, sus descendientes. Ese trauma está en el núcleo de su identidad, señaló Azmi Keshawi, investigador enfocado en Gaza de Crisis Group, una organización de investigación.
“Si le preguntas a un niño de 10 años de dónde es originario, te dirá el nombre de su pueblo, su historia, su tierra”, comentó Keshawi.
“Este es el tipo de educación que se transmite de abuelo a padre y de padre a hijo. La mayoría de los refugiados de Gaza siguen teniendo las llaves y los documentos de sus antiguas casas y tienen la esperanza de regresar algún día”.La perspectiva de un retorno palestino a esa tierra parece muy lejana. En el pasado, incluso los dirigentes de Hamás
han insinuado que podrían llegar a un acuerdo sobre esta cuestión. Pero muchos palestinos en Gaza se aferran a su identidad de desplazados a pesar de, o debido a, un bloqueo sofocante que lleva 16 años.
“Es la identificación personal que tienes en tu cabeza”, afirmó Abujayyab.
A medida que Israel prepara
una invasión terrestre en Gaza, muchas personas temen que la historia se repita. El primer ministro Benjamín Netanyahu ha señalado que necesita sacar a los palestinos de sus hogares durante el tiempo que duren los enfrentamientos para “eliminar” a Hamás. Muchos gazatíes temen que ya no se les permita regresar y que la invasión sea una excusa para obligarlos a irse para siempre, posiblemente a la península egipcia del Sinaí.
“Mis padres y yo no cometeremos el mismo error de la Nakba”,
dijo este mes en redes sociales Bayan Abusultan, periodista gazatí de 27 años. (La
Nakba, o “catástrofe”, es la manera que tienen los palestinos de describir los sucesos de 1948).
En un video publicado en Instagram, un hombre de Gaza cuya casa fue bombardeada expresa un desafío similar. A la pregunta de si está dispuesto a refugiarse en el Sinaí, responde: “Por supuesto que no”.
“No vamos a ser desplazados por segunda vez”, afirma. “Suficiente con lo que les pasó a nuestros abuelos y padres, que fueron desplazados a la fuerza”.
Y añade: “Prefiero morir a mudarme”.
AUMENTA LA FRUSTRACIÓN Y LAS VALLAS
Gaza no siempre estuvo en guerra. No hubo valla en las primeras décadas después de que Israel derrotara a Egipto y a otros países atacantes en una guerra en 1967, apoderándose de Gaza.
Sara Roy, estudiosa de Gaza en Harvard, recordó la barrera de entrada en la década de 1980:
un soldado solitario de pie sobre un cilindro lleno de hormigón que saludaba con la mano a los gazatíes que pasaban.Los dirigentes israelíes intentaron acallar las demandas palestinas de autodeterminación ofreciendo oportunidades económicas. A los gazatíes se les permitía viajar libremente dentro de Israel, donde decenas de miles trabajaban, sobre todo como jornaleros, entre ellos muchos de los familiares de Abujayyab.
“Podías conducir hasta Tel Aviv o Jaffa para pasar el día”, dijo.
Aun así, la frustración crecía. La primera intifada, o levantamiento palestino, en 1987, comenzó con
un accidente de tráfico en Gaza, cuando un camión militar arrolló a un vehículo que transportaba trabajadores palestinos. A medida que aumentaban las huelgas y protestas contra la ocupación, Israel restringió los traslados desde Gaza. Empezó a levantarse una valla, que al inicio era modesta.
“Me gustaría que Gaza se hundiera en el mar”, dijo Isaac Rabin en 1992, cuando era primer ministro de Israel, pero como era improbable que sucediera, añadió Rabin, había que encontrar una solución. Un año después
estrechó la mano del líder palestino Yasir Arafat en los jardines de la Casa Blanca para sellar el primero de los acuerdos de paz de Oslo. Muchos palestinos lo consideraron un gran paso hacia el surgimiento de su propio Estado.
Compartiendo ese optimismo, la familia de Abujayyab se mudó de nuevo desde Arabia Saudita, donde sus padres habían sido profesores, y regresó a Maghazi, un abarrotado campo de refugiados en el centro de Gaza. Abujayyab, que entonces tenía 10 años, se matriculó en una escuela de las Naciones Unidas.
“Imaginábamos que llegaríamos a ser médicos e ingenieros”, recordó Abujayyab.
Pero durante su último año de bachillerato, en el 2000, estalló la segunda intifada. Los terroristas suicidas palestinos atentaban contra cafeterías, hoteles y autobuses en las ciudades israelíes, lo que a menudo provocaba brutales medidas de seguridad represivas. Abujayyab participó en protestas en las que los estudiantes lanzaban piedras contra los convoyes militares israelíes.
“Parecía una respuesta insignificante”, dijo. “Como si lleváramos un cuchillo a un tiroteo”.
Uno de sus amigos fue asesinado cerca de la valla. Pero Abujayyab escapó, al obtener una beca para estudiar Ingeniería en Emiratos Árabes Unidos. En 2007, emigró a Estados Unidos, donde más tarde obtuvo la ciudadanía.
Dos años antes, en 2005, Israel, bajo los disparos esporádicos de cohetes de Hamás, había retirado de Gaza a sus soldados y a unos 9.000 colonos. Los dirigentes israelíes hicieron declaraciones esperanzadoras de que Gaza podría convertirse en el “Hong Kong del Medio Oriente”.
No obstante, las autoridades israelíes mantuvieron el dominio sobre Gaza, al controlar su puerto, su aeropuerto y gran parte de su economía, así como
los traslados de sus residentes. Hamás, considerado un grupo terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, ganó las elecciones legislativas palestinas en 2006. Un año después, expulsó con violencia de Gaza a su rival principal y estableció el control total del territorio.
Las restricciones de Israel se transformaron en un bloqueo asfixiante, promulgado con la ayuda de Egipto. La valla de seguridad se hizo más alta y elaborada. Abujayyab empezó a oír hablar de armas autónomas que abrían fuego si la gente se acercaba demasiado.
“A partir de 2007, la valla se convirtió en una barrera cada vez más grande, parecía una prisión”, afirmó Abujayyab.
VIDAS CONSUMIDAS POR EL CONFLICTO
En Estados Unidos, Abujayyab se casó y se divorció, y se mudó de Nueva York a Utah y luego a California, donde trabajó para una gran empresa de software. Le gustaba Los Ángeles por su clima cálido y una hilera de higueras en Beverly Hills que le recordaban a su hogar.
VISITÓ GAZA ENTRE GUERRAS.
Gaza fue consumida por las batallas entre el ejército de Israel y los combatientes de Hamás en 2008, 2012, 2014 y 2021. La cifra de muertos era enormemente desigual —en 2020 en los conflictos habían muerto unos 5.600 gazatíes y unos 250 israelíes—, pero el bloqueo parecía ineficaz: Hamás seguía lanzando cohetes contra Israel.
Los líderes israelíes justificaron sus duras políticas, incluido el bloqueo, como una medida necesaria para detener a los atacantes infiltrados desde Gaza. Los analistas militares hablaban de
“cortar el césped”:
asaltos periódicos a Gaza.
Human Rights Watch ha dicho que esas políticas equivalían a “crímenes de apartheid y persecución”, y Naciones Unidas dijo que el bloqueo en particular equivalía a un castigo colectivo.Para los ciudadanos de a pie, la vida se hizo insoportable. En 2015, la economía se había reducido a la mitad y el desempleo juvenil alcanzaba el 60 por ciento. Cada mes se permitía salir de Gaza a una media de 4.000 personas, frente
a las 500.000 que lo hacían antes de 2000. Los psiquiatras informaron de una alta incidencia de enfermedades mentales, especialmente entre mujeres y niños. Los hombres jóvenes, sin trabajo ni medios para casarse, se sintieron frustrados. La prostitución y el consumo de drogas, antes poco frecuentes en Gaza, se hicieron más comunes.
Mientras tanto, Hamás se preparaba para la próxima guerra: excavaba túneles, traficaba con armas y entrenaba combatientes.
Abujayyab se convirtió en activista alimentario y ayudó a crear una granja en Cisjordania y un molino de trigo en Jordania. En 2015 estuvo varado en Cisjordania durante un año, con las autoridades israelíes prohibiéndole la salida hasta que su ciudadanía estadounidense le ayudó a marcharse.
Al empeorar las condiciones, decidió sacar al resto de su familia. La artillería bombardeó Maghazi durante la guerra de 2014, obligando a su familia a evacuar durante siete semanas. Dos años después, sus padres emigraron a Estados Unidos.
Las restricciones de la era Trump y la pandemia de coronavirus retrasaron más salidas. Pero el año pasado pagó los boletos de avión de tres de sus hermanos, que llegaron a Noruega, Brasil y Estados Unidos.
Aun así, una hermana se quedó atrás.
‘EL MUNDO SE HA VUELTO LOCO’
Cuando Abujayyab se enteró por primera vez de los atentados de Hamás del 7 de octubre, en Instagram, dijo que le asombró lo que vio.
La cobertura informativa israelí y occidental se centró en la violencia masiva contra civiles israelíes: jóvenes
abatidos a tiros en un festival de música y familias enteras acribilladas dentro de sus casas. Al final del día, más de 1400 civiles y soldados habían muerto, según las autoridades israelíes.
Pero los canales de televisión y los sitios de noticias árabes dieron prioridad a las imágenes de militantes de Hamás, derribando la valla de seguridad que rodea Gaza con excavadoras e irrumpiendo por el paso principal de la frontera con Israel, un edificio cavernoso lleno de escáneres y equipos de seguridad que muchos residentes de Gaza detestan.
Cuando Abujayyab vio esas imágenes, “fue uno de los momentos más satisfactorios de mi vida”, dijo. “Vi a mis abuelos vivir y morir en un campo de refugiados y no salir nunca de allí”, recordó. “Así que cuando vi a alguien derribar esa valla, sentí como si hubiéramos escapado de la cárcel”.
No obstante, esa sensación de satisfacción se desvaneció rápidamente cuando los aviones de combate israelíes empezaron a pulverizar objetivos dentro de Gaza. Cuando quedó claro que los bombardeos eran mucho más intensos y mortíferos que todos los anteriores, Abujayyab empezó a preocuparse por su hermana, Doaa, de 26 años, una licenciada en Ciencias de la Computación que esperaba una entrevista de inmigración para Estados Unidos.
Su hermana se comunicaba mediante notas de voz, normalmente enviadas a un grupo de WhatsApp que incluía a familiares en Egipto, Noruega, Brasil, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos. Doaa intentó mantener la calma, pero de fondo se oían explosiones. Ante la insistencia de su familia, se trasladó al apartamento de su abuela en la parte occidental de Gaza, junto al Mediterráneo.
Durante los dos primeros días, Abujayyab no durmió. Seguía la televisión y las redes sociales en busca de información útil y consultaba con sus familiares. A medida que llovían bombas sobre Gaza y aumentaba el número de muertos, su desesperación crecía. Sus familiares le enviaban mensajes pidiéndole perdón, señal de que se preparaban para morir.
“Es lo más duro de escuchar”, dijo. “No saben qué hacer. No tienen adónde ir. El mundo se ha vuelto loco”.
Los soldados israelíes se apresuraron a reparar la valla rota que rodea Gaza, pero las diferencias entre palestinos e israelíes de a pie ya se habían ensanchado hasta nuevos extremos. Abujayyab consideraba que los espeluznantes relatos de las atrocidades cometidas por Hamás eran propaganda israelí. Le desilusionó la afirmación del presidente Joe Biden de haber visto fotos de bebés decapitados, que la Casa Blanca retiró posteriormente.
“Todo esto está creando un pretexto para el genocidio”, afirmó. En Israel, un miembro del partido de Netanyahu instó a una “Nakba que eclipse la Nakba de 1948”.
Nathan Thrall, autor de
A Day in the Life of Abed Salama, un libro sobre las vidas de palestinos e israelíes, afirmó que el legado del desplazamiento también se hizo sentir en Israel. “Más allá de la conmoción y de las atrocidades del atentado, se reprodujeron los temores más profundos de los israelíes: que todos los palestinos, que viven al otro lado del muro, regresen e intenten recuperar sus aldeas y sus hogares”, afirmó.
Al quinto día de guerra, Abujayyab recibió una noticia devastadora. Un ataque aéreo israelí había aplastado un bloque de apartamentos en el campo de refugiados de Jabaliya, en el norte de Gaza, matando a 45 miembros de su familia extendida. Entre los muertos había un bebé de un mes.
“Me considero una persona fuerte”, dijo Abujayyab en una video llamada al día siguiente, con los ojos llorosos. “Pero tuve que tomarme un momento para llorar”.
Se produjo una división en el grupo de WhatsApp de la familia. Su abuela seguía desafiando la orden israelí de evacuar, a pesar de que el ejército de Israel pronto advertiría de que los residentes que se quedaran corrían el riesgo de ser considerados “miembros de una organización terrorista”.
Pero su hermana, Doaa, no estaba tan segura. Abujayyab y sus hermanos discutían sobre su siguiente paso: ¿Quedarse en el apartamento de su abuela? ¿O arriesgarse a emprender el corto, pero peligroso viaje hacia el sur?
Incluso por debajo de la línea de evacuación, nadie estaba a salvo. Keshawi, investigador de Crisis Group, había trasladado a su familia a casa de un amigo en el sur de Gaza. El sábado, un ataque aéreo cayó en la casa de al lado y derrumbó el techo sobre su hijo de 29 años. Le fracturó el cráneo y le aplastó el pecho, dijo Keshawi por teléfono. Pero sobrevivió.
Entonces, la abuela de Abujayyab estuvo a punto de morir. A primera hora del viernes 20, el ejército israelí ordenó la evacuación de los residentes de un grupo de 25 bloques de apartamentos cercanos a su abuela. Un pequeño ataque con drones sobre un tejado reforzó el mensaje.
Poco después, los aviones bombardearon los apartamentos, reventando las ventanas de la vivienda de su abuela. Junto con su hermana, se adentró en la noche con otras 6.000 personas, durmiendo al lado de la carretera. Al final, encontraron refugio en un pequeño hospital dirigido por un familiar en el sur de Gaza.
Hasta el miércoles, el ataque israelí había matado a más de 6.500 personas en Gaza, según el Ministerio de Salud del territorio, dirigido por Hamás.
Unas noches antes, otras dos abuelas lograron salir de Gaza: Nurit Cooper, de 79 años, y Yocheved Lifshitz, de 85, quien había sido secuestrada el 7 de octubre durante una
masacre en el kibutz Nir Oz, a apenas un kilómetro y medio de la valla. Hamás
liberó a las dos mujeres a través de Egipto. Pero sus esposos, y más de otros 200 rehenes, permanecieron en Gaza.
Es probable que la hermana o la abuela de Abujayyab no se enteraran de la noticia. No tenían electricidad ni internet y seguían cayendo bombas, según dijo su hermana en un mensaje de voz para su familia.
“Hay muchas razones por las que no puedes localizarnos”, le dijo. “No te preocupes”.
Lila Hassan, Abu Bakr Bashir y Yousur Al-Hlou colaboraron con la reportería. Declan Walsh es el corresponsal principal para África. Antes estuvo radicado en Egipto, desde donde cubría el Medio Oriente y Pakistán. Antes trabajó para The Guardian y es el autor de The Nine Lives of Pakistan.
New York Times