Las directoras de un programa que promueve lazos entre distintas religiones temían que la violencia en Medio Oriente minara sus esfuerzos. Pasó lo contrario
UNA JUDÍA, UNA MUSULMANA Y UNA AMISTAD DESAFIADA POR LA GUERRA
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Kurt Streeter

Las dos mujeres se sentaron juntas.

Aziza Hasan, musulmana devota, miró al grupo reunido a su alrededor, habló de los seres queridos que habían muerto en Israel y en la Franja de Gaza y empezó a recitar el primer capítulo del Corán.

“En el nombre de Dios, el más compasivo, el más misericordioso…”.
“Muéstranos el camino recto”, continuó, “el camino de aquellos cuyo destino no es la ira y que no se extravían”.

La mujer que estaba a su lado, Andrea Hodos, una judía devota, siguió con un canto hebreo de reconocimiento a los ángeles.

“A mi derecha está Gabriel, la fuerza de Dios”, dijo a la multitud, traduciendo la canción. “Detrás de mí, Rafael, el sanador de Dios. Sobre mi cabeza, la presencia divina de Dios”.

Entrada la tarde del 15 de octubre, la guerra entre Israel y Hamás estaba muy avanzada cuando Hasan y Hodos se sentaron en la hierba reseca de un bullicioso parque a 10 kilómetros al oeste del centro de Los Ángeles. Un círculo de judíos y musulmanes las rodeaba.



Todos los presentes formaban parte de NewGround, un programa de becas sin fines de lucro que ha ayudado a más de 500 musulmanes y judíos de Los Ángeles a aprender a escuchar, discrepar y empatizar unos con otros, y a hacerse amigos.

Hasan, cuya familia tiene raíces palestinas, dirige New Ground. Hodos, que vivió en Israel, es su directora asociada desde 2020.

Las dos mujeres recuerdan detalles de la larga y brutal historia de batallas y guerras que enfrentan a Israel contra sus vecinos del norte, este y sur, y cómo esos enfrentamientos provocaron conmoción en Los Ángeles, una ciudad con una de las mayores poblaciones de musulmanes y judíos del país.

“Pero nunca ha estado tan mal”, dijeron, prácticamente al unísono, durante una entrevista reciente en un café de Los Ángeles.

Nunca les había preocupado tanto que la muerte y la destrucción en Medio Oriente desencadenaran la violencia antisemita o islamófoba en Estados Unidos.

Nunca les había inquietado tanto que su labor y sus palabras fueran malinterpretadas y malentendidas.

Nunca habían sentido tanto temor ni habían encontrado este tipo de consuelo esperanzador en los lazos interreligiosos que su trabajo ha creado.
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Hasan y Hodos son más que compañeras de trabajo. Su estrecha amistad demuestra que los lazos que unen a los fieles del judaísmo y el islam pueden seguir siendo fuertes, incluso en medio de la guerra que enfrenta a los creyentes de ambas religiones.

“Aziza es como una hermana para mí”, afirmó Hodos, de 57 años. “Ella es de la familia”.

“Estamos tan conectadas”, afirmó Hasan, de 43 años, “que a veces Andrea sabe qué estoy pensando o puede completar una frase que yo he empezado”.

Ambas mujeres tienen profundas raíces en Israel y los territorios palestinos. Hodos pasó los años posteriores a la universidad en Jerusalén, reconectando con su fe y aprendiendo sobre el creciente movimiento pacifista. Su marido, que es rabino y profesor de Literatura Rabínica, vivió en Israel durante una decena de años. Sus hijos son ciudadanos israelíes. Tiene un pariente reservista en el ejército israelí, un hecho que Hasan admite que es difícil de conciliar.



Los abuelos paternos de Hasan eran granjeros palestinos que fueron expulsados de sus tierras a punta de pistola durante la creación de Israel a fines de la década de 1940.

Hija primogénita de padre musulmán y madre estadounidense blanca, Hasan pasó gran parte de su infancia en Jordania. Recuerda las burlas de sus compañeros de escuela en Jordania, que le decían que su madre iría al infierno por ser cristiana. Tras la muerte de su padre, su familia se trasladó a una pequeña ciudad de Kansas, donde recuerda haber oído que iría al infierno por ser musulmana.

“Para mí siempre ha sido como navegar por un mundo de visiones opuestas”, aseguró. “El trabajo es desgarrador y difícil, pero lo sigo haciendo porque es muy importante para mí”.

Su voz se entrecortó. Guardó silencio por un momento, y luego suspiró. “Sin embargo, a veces me pregunto por qué me dedico tanto a algo que parece tan sombrío, sobre todo ahora”, señaló.

Se apoya en Hodos para fortalecerse. Sus vidas están entrelazadas y sus familias están unidas. Una le ofrece a la otra un hombro para llorar.

Los ojos de Hodos se abren de par en par cuando evoca un recuerdo entrañable: cuando ambas hornearon juntas en la cocina kosher de su familia e hicieron galletas de rehilete con una vieja receta palestina.

Tras la noticia de la masacre y el secuestro de judíos israelíes a manos de militantes de Hamás, las dos intercambiaron mensajes de texto.

“¿Cómo vas?”, escribió Hasan, antes de expresar la rabia causada porque semejante atrocidad pudiera hacerse en nombre de Dios, y su temor a una represalia violenta que cobrara vidas inocentes.

“Te quiero”, continuó. “Lo siento. Aquí estoy”.

Hodos se tambaleaba. Su hijo tenía un amigo cautivo. Su marido había sido soldado israelí. Décadas atrás, había luchado durante una guerra con Líbano. La conmoción y el dolor que sintió fueron tan profundos que al principio le costó encontrar las palabras adecuadas, así que respondió enviando poemas sobre el dolor de la pérdida durante la guerra.

“Estoy muy agradecida de que seas mi socia”, escribió. Le dolía el corazón por Israel, pero necesitaba hacer saber que su atención no se limitaba a las fronteras. “Estoy tan preocupada por todos en Gaza por lo que viene”.

A medida que la guerra y la atrocidad se extendían en los días siguientes, ambas mujeres luchaban contra la depresión, las náuseas y el insomnio. No podían comer.

Siguieron adelante, se presentaron en mezquitas y sinagogas y se reunieron con amigos de su fe en sus respectivos hogares.

“Nunca he visto tantas personas extendiendo una mano al otro”, comentó Hasan. “Creo que es el resultado de las relaciones que hemos construido todos estos años. Sin esa conexión, una persona se pone a la defensiva en una discusión, y su interlocutor se atrinchera y también se pone a la defensiva de inmediato. Cuando hay una relación, hay momentos de ablandamiento que permiten un poco más de holgura en la discusión y un poco más de cuidado”.



La reunión de New Ground en el parque al oeste del centro de Los Ángeles fue uno de esos momentos.

Una solemne y afligida aprensión se apoderó de ambas amigas cuando dieron la bienvenida al grupo. Israel llevaba días bombardeando objetivos en Gaza, la represalia por el ataque de Hamás, que estaba provocando un desastre humanitario.

Durante un largo rato, los miembros de NewGround se reunieron en cinco o seis pequeños grupos con personas de ambas religiones, mientras retazos de conversación angustiada llenaban el aire.

“Conozco israelíes que van de funeral en funeral por los hijos de sus amigos”.

“Conozco a gente en Gaza que ha perdido a seres queridos”.

“Mis hijos tienen miedo y no sé qué decir”.

“Mi generación tiene que hacer algo diferente para la próxima. No debemos repetir el daño de ambos lados”.

Pasó una hora, y luego dos. Todos terminaron sentados en círculo. Uno al lado del otro, rodilla con rodilla, mientras Hasan rezaba su oración y Hodos cantaba.

El sol se ocultó. El cielo se oscureció. Durante un rato reinó un silencio apacible.

The New York Times

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