La caída y muerte de Salvador Allende, estimuló la polémica en los factores de la izquierda latinoamericana
50 AÑOS
      A-    A    A+


Pedro Mosqueda

"Sólo acribillándome a balazos podrán impedir mi voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo (...) Permaneceré aquí en La Moneda, inclusive a costa de mi vida". Fue un mensaje a la nación por la única emisora que los golpistas no habían logrado cerrar.

Después de eso el vicealmirante Patricio Carvajal le ofreció la posibilidad de abandonar el país en un avión junto a su familia y cercanos colaboradores. El teléfono quedó descolgado. En esos detalles coincide la abundante literatura, muchas firmadas por gente de su confianza que sobrevivieron al bombardeo y a la monstruosa represión sobrevenida.

Para variar, aquí van mis cuitas: éramos unos cuasi adolescentes; no recuerdo bien cuándo supe de él: pudo haber sido en la sala de la biblioteca Agustín Codazzi de Maracay, un local lleno de libros y de insuperable hemeroteca. Reducto de unos tipos andrajosos , raquíticos y de torso hundido. Sólo necesitaban hablar para uno darse cuenta de que eran otra cosa: bichos de cabeza bien amueblada y discurrir florido. Esa vainita los salvaba.

Fugado del liceo y con 16 años, pudo ser allí donde escuché por primera vez hablar de Salvador Allende; lo que sí es seguro es que fue en la vieja casa del MAS de la avenida Miranda donde capté lo que ocurría en Chile.

Por el viejo "partidito" -como le llamaba Teodoro-, todas las semanas pasaba alguna figura nacional a "bajarnos" el informe político. Corría el año 1972.
Me impactaba el parecido de José Vicente Rangel con Salvador Allende. Aunque el afiche aquel diseñado por Jacobo Borges asociando a JVR con el médico de los pobres, José Gregorio Hernández , me impactaba más. Lo malo es que para hacerlo más parecido al beato de Isnotú le pusieron las manos atrás y los adecos y los copeyanos decían que era para ocultar la metralleta guerrillera... En fin...

Al comienzo tuve una pasantía corta por el MAS, pero la ultra me cooptó y entonces empecé a ver a Salvador Allende como blandengue que no terminaba de armar al pueblo. En ese momento ya me llegaba la literatura radical del MIR chileno y otros grupos.



Sacábamos periodiquitos en varios barrios, fábricas y liceos; y como ya no era fácil conseguir un multígrafo en Maracay, fuimos a parar las paticas a la ciudad de La Victoria; concretamente la Central de Trabajadores de Aragua (CTA) y su jefe don Morillo Báez ordenó que nos prestaran el multígrafo. Una tarde llegó un señor humilde y muy amable, Apolinar Cuaro, mano derecha de "el negro" Morillo Báez. Entablamos una conversación larga y en simultáneo le dábamos vueltas a la manilla del aparato. Yo de indiscreto y confianzudo, como siempre, le pregunté a qué se debía esa cantidad de moretones y cicatrices que tenía en la cara, ojos y frente.

- Pues, muy sencillo: estaba en un evento en Chile y los fascistas de Patria y Libertad me confundieron con un cubano, me dijo.

No era para menos, los cubanos con Fidel a la cabeza invitados por Allende habían copado la escena en Chile y nos podemos imaginar todo lo demás.

Fidel se quedó "paseando" o haciendo política en Chile durante varias semanas.

Lo recuerdo clarito: Allende se batía contra varios demonios: los suyos, la ultraizquierda, los moderados y la ultraderecha.

Total que aquel país se transformó en un "mierdero", y nunca la palabra fue tan literal. Entre bastidores, los cubanos, soviéticos y gringos; cada uno por su lado y con sus intereses movían las piezas.
Y como siempre: el pueblo, de lado y lado en medio del forcejeo político.

En las guerras siempre muere de primero la verdad y esta no fue la excepción. Todavía a 50 años priva ese déficit de verdad.

Lo cierto es que aquel 11 de septiembre, un grupo grande de amigos de Allende nos concentramos en la Plaza Girardot de Maracay y allí mismo, entre consignas de cada bando, terminamos con un ataja perros.

"¡Chile, fracaso del reformismo!" gritaban los de la ultra: y el otro bando, la gente del MAS, dolida por todo aquello, respondió a puñetazos.
Éramos unos carajitos, felices e indocumentados. Otros tiempos.

Fue un día rudo. Y como nunca me han gustado los militares de ningún color, esperé que no lograran el objetivo, pero ya hacia la medianoche la radio de Venezuela me saco de mi ilusión.

-¡Notirumbos al cierre, la Junta de Gobierno anuncia que han logrado controlar los últimos reductos!
Mi jefe político me tenía engañado, siempre me aseguró que las fábricas y los barrios responderían porque estaban armados.

Mao Tse Tung tenía razón: "El poder nace del fusil". A menos que las partes se despolaricen y acuerden en serio, con votos y civilizadamente un juego político limpio y democrático. Como ocurrió 17 años después. Pero ese es otro asunto.

Ver más artículos de Pedro Mosqueda en