Ramón Guillermo Aveledo
Del incansable ciudadano que acaba de partir a los noventa y seis años nunca fui copartidario pero por conocerlo, al despedirlo predomina en mí un sentimiento de homenaje a su trayectoria.
Carlos Canache Mata fue demócrata cabal, demostrado en su defensa teórica y práctica de los valores de libertad, convivencia y respeto que son inherentes al gobierno libre ordenado mediante el derecho. Defensa sincera, comprobable en su disposición permanente a dialogar con todos de todas las tendencias, aún las más discrepantes o enfrentadas con las suyas, de la cual es testimonio su dilatada vida parlamentaria como miembro, líder de su fracción y Presidente del cuerpo. En el Congreso, precisamente, me encontré con él y compartí trabajos en una Cámara de Diputados donde el debate, a veces enconado, nunca impidió establecer relaciones de respeto personal e incluso amistad entre adversarios.
En aquel parlamento que ahora extrañamos más de una vez me sentí inconforme, como es lógico pues quise servir mejor a mis representados y al país todo, pero la comparación con lo que ha venido después le es tan favorable que hasta corremos el riesgo de olvidar errores que como sociedad estamos obligados a superar. El Congreso de la República de Venezuela no era perfecto, a veces ni siquiera suficiente para lo que el país requería, pero no era un simulacro.
Socialdemócrata de verdad era el acciondemocratista Canache Mata como político, como parlamentario y como intelectual.
En la variante criolla más exitosa hasta hoy de esa tendencia, hay especificidades típicamente adecas que conforman la tesitura vernácula de ese partido y que acaso encierren una proporción nada desdeñable del secreto de una adhesión que si bien no tan potente como en otro tiempo, podríamos calificar de antropológica.
Canache, lector estudioso de teorías, doctrinas y experiencias internacionales, era adeco hasta los tuétanos, pero también cultivado en las ideas de la socialdemocracia y paladín de ellas en cualquier escenario. Recuerdo bien un debate sobre política petrolera, en el que se batió argumentalmente por la visión más estatista del precepto constitucional de control venezolano sobre la industria. Por más flexible y abierta, mi posición junto a la de mis compañeros era distinta, pero nadie dudó de la sincera honorabilidad de su posición.
De este hombre decente, quiero finalmente dejar constancia de su vida modesta y su condición de padre amoroso. Es lo que vi.