Las voces de Soledad Bravo y Silvio Rodríguez se entretejen en la canción
ALLÍ SUPE QUE AMAR ERA TERRIBLE
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Isaac López

Era septiembre de hace 50 años y Chile quedaba tan lejos. Pero también era una referencia entrañable para los jóvenes del continente, cuyos primos y hermanos habían quedado por montes y ciudades tras los ideales de una sociedad mejor. Chile representaba la vía electoral al socialismo en un tiempo en el que esa palabra tenía un brillo especial, refulgente y claro.

La cantante venezolana se encontraba en La Habana en su primer viaje a la isla del son para conocer aquel otro experimento que entonces resonaba a humanismo, generosidad, vida nueva. Allí la sorprendió la noticia del derrocamiento de Salvador Allende. Días después en medio de los actos de repudio en la capital cubana el cineasta Juan Carlos Tabío, del ICAIC, grabó el encuentro en el que los trovadores interpretan a dúo "Santiago de Chile."

50 años, medio siglo, deberían servirle a un continente, que ya no es nuevo, para aprender lecciones fundamentales. El socialismo no era la panacea ni entonces ni ahora, pero el sentimiento de justicia social, de distribución equitativa del producto de los bienes nacionales, la mejora en la calidad de vida de amplios sectores de la población son urgencias que entonces encarnaba la figura de aquel Caballero Presidente. Demandas de millones de latinoamericanos. La libertad y la justicia no tienen partido, ideología o bandera.

Después vino El Conde -que Larrain retrata en su película-, la sociedad dividida; los desaparecidos, la otra violencia; los libros quemados y las canciones proscritas. El exilio forzado de miles de chilenos. Letelier asesinado en Washington y Serrat prohibido por cantarle a la libertad. Las arpilleras de Violeta Parra rotas sin dar gracias a la vida.
 
Nada puede ser excusa para la tortura, la represión y la muerte.

La banalización de la política no es la respuesta a la creencia nostálgica, como tampoco el radicalismo ramplón conduce a ninguna parte. De los intelectuales uno espera reflexión y hondura, no estribillos simplistas a los cuales solo les faltan los simples acordes del reaggeton.

Chile sigue esperando respuestas, las mismas que espera todo el territorio entre el Río Bravo y la Patagonia. Justicia social y desarrollo económico, producción y armonía social. Que la migración no sea la única certeza.

Falta nos siguen haciendo los juicios serenos y ponderados de la Historia. Los balances justos y las cuentas claras. Lejos del romanticismo militante, pero también de la reacción anti izquierdista. Nada de extremos. Eso es lo que uno debía pedir a cincuenta años de aquel 11 de septiembre.



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