Es un punto de inflexión, un argumento que nos lleva a reflexionar antes de actuar a experimentar la naturaleza de las emociones del ser humano, que apela a la consciencia de decidir lo que es correcto y está bien
LA LEVEDAD DEL MAL
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Waleska Perdomo

La complejidad de las situaciones de la vida, impulsan a las personas a actuar de forma diferente ante diferentes circunstancias, cada cual tiene su forma particular de reaccionar, pues la complejidad de los hechos, pueden conducir a una encrucijada para decidir sobre cómo se debe actuar. Estas decisiones pueden tener un impacto significativo en nuestras vidas y en las vidas de otros, por lo que se deben considerar una variedad de factores como los valores, creencias, objetivos y necesidades. También se debe considerar sus posibles consecuencias, tanto a corto como a largo plazo, personal y socialmente.

De hecho, hay muchas situaciones en las que las decisiones pueden ser relativamente fáciles de tomar. Pero en otros casos, suelen ser más difíciles, como es el caso de cuando una persona se enfrenta a un dilema moral. Estas son reflexiones profundas, pues entra en juego tanto la ética, como el análisis de pros y contras. Aunque al final, la decisión depende de las vicisitudes individuales y de las posibilidades de tomar decisiones que conduzcan a resultados positivos. Por ello, los dilemas cuestan; involucran factores éticos que implican el dirimir entre el bien o el mal.

En la historia se ha debatido abiertamente el dilema entre el bien y el mal. Ha sido objeto de obras literarias y de interpelaciones filosóficas como lo es el caso de la insoportable levedad del ser, la banalidad del mal o del dilema de Heinz. En la insoportable levedad del ser, Kundera presenta un mundo donde las acciones carecen de peso, donde las personas se deslizan por la existencia sin dejar una huella significativa. En la banalidad del mal, Arendt, analiza la posibilidad de cómo personas ordinarias pueden cometer actos atroces sin una motivación ideológica profunda. Y finalmente, el dilema de Heinz, es un clásico ejercicio de ética que nos confronta con un conflicto moral: ¿Es justificable robar para salvar la vida de alguien?. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a justificar nuestras acciones en nombre de un bien mayor?. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a transgredir las normas para salvar a alguien que amamos?. ¿Estamos dispuestos a convertirnos en cómplices del mal por comodidad o miedo a las consecuencias?. ¿En algún momento entran nuestros valores en conflicto?

La levedad del mal, nos confronta con la complejidad de la ética y nos obliga a reflexionar profundamente sobre nuestros valores. Es conducirse entre el dilema, la ley, la axiología, las emociones, el conflicto, y cómo nuestras decisiones pueden tener consecuencias significativas en nuestro entorno. Son interpelaciones profundas que se pueden argumentar desde lo legal: robar es ilegal, pero hay un derecho a la vida, a la vez deontológicamente, robar es inherentemente incorrecto, independientemente de las circunstancias.

Esto implica que si bien se podría justificar un robo si el resultado es salvar una vida, también podrían haber excepciones para quitar la vida en favor de preservar la paz o manipular la información para construir una verdad y mantener un sistema en orden. Es la complicidad de vivir en una sociedad silente, que mira a los lados y se desliza en la levedad del mal, pues no sé necesita ser un monstruo para ejecutar acciones inhumanas. También se encubre el mal ignorándolo, cumpliendo órdenes sin reflexionar sobre las consecuencias de las acciones o pensando que ir contracorriente no da dividendos. Una levedad que se relaciona con la banalidad, al no atribuir el peso necesario de nuestras acciones, lo que puede llevarnos hacia comportamientos dañinos sin darnos cuenta.

Realmente, llegar a decir que está bien, algo que sabes que no es correcto, puede surgir de la falta de conciencia, la ausencia del pensamiento crítico, de la amoralidad. Desde ahí las personas comunes pueden cometer acciones impensables, cuando actúan sin cuestionar la autoridad. Esto es deshumanizarnos ante los retos de unos retos inéditos, dentro de un nudo vital que desenlaza una nueva humanidad que debería basarse en el bien al otro y no en la suma de un conjunto de odios, dónde el sentimiento que prevalece es la negación del bien o la ejecución de la maldad. Al final del trayecto, esto construye planos existenciales dónde las sociedades se desprecian mutuamente, dónde los gobernantes odian a su pueblo y los ciudadanos aborrecen a la autoridad, lo que al final los deslegitima. Dónde los hermanos recelan entre sí, los vecinos se envidian, los amigos se injurian y nadie salva a nadie.

 

La levedad del mal es un punto de inflexión, un argumento que nos lleva a reflexionar antes de actuar a experimentar la naturaleza de las emociones del ser humano, que apela a la consciencia de decidir lo que es correcto y está bien. Pues pareciera que vivir desde la transparencia, del bien común y desde el bien, es algo ajeno para las personas. Ya estamos muy acostumbrados que prevalezca lo malo y valorizamos lo bueno, la honestidad y el ejercicio del amor que genera amor, que al final es el ejercicio de actuar la bondad.

Más allá de la interminable lucha moral entre el bien y el mal, actuar incorrectamente, mentir constantemente hará que la gente crea en una realidad inexistente, garantizará que ya nadie crea en nada. Que complejo es construir una sociedad donde prevalezca el bien, dónde funcionen los valores más altos y no con levedad, si con fuertes raíces más sólidas que son las certezas de los límites que no se deben transgredir en ninguna circunstancia. Todo ello para no asistir al borrado de la línea entre el bien y el mal, ese espacio inefablemente gris dónde no se puede distinguir entre la verdad de la mentira, dónde se priva el pensamiento para decidir lo que es verdad.




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