En el VI Festival Hispanoamericano de Escritores, que se celebrará en Los Llanos de Aridane entre el 23 y el 28 de septiembre, con Venezuela como país invitado
PASEO POR LA LITERATURA DE VENEZUELA
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Nicolás Melini

Con la participación de veinticinco escritores, críticos y periodistas venezolanos, estarán muy presentes cuatro libros que hablan a las claras sobre la importancia de la literatura venezolana y su difusión en el exterior.
 
Recientemente, el editor de Gallimard Gustavo Guerrero ha editado junto a Ángel Esteban el libro Venezuela en España: Capítulos de una historia literaria extraterritorial (publicado por Iberoamericana Vervuert), un libro que recoge los más relevantes hitos de la literatura venezolana en España hasta finales del siglo XX, con páginas dedicadas a Emilio Coll, Rufino Blanco Fombona, Rafael Bolívar Coronado, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Adriano González León, Eugenio Montejo, Carmen Ruiz Barrionuevo y Juan Carlos Méndez Guédez.
 
A Gustavo Guerrero le preguntamos por las líneas maestras de la extraterritorialidad literaria de Venezuela en España a lo largo del siglo XX, si es que las hubiera.
 
“Es muy difícil”, nos dice Gustavo Guerrero, “entrever unas líneas maestras o una cierta continuidad en la presencia en España de autores venezolanos tan diversos, más aún tratándose de periodos tan distintos de la historia cultural española y venezolana. ¿Qué tiene que ver la participación de Pedro Emilio Coll en las tertulias del Pombo junto a Ramón con los años que Salvador Garmendia pasa en la Barcelona del boom? ¿O qué tiene que ver el exilio de Rómulo Gallegos en la España de los años treinta con la llegada de la joven generación que se instala en Madrid a fines del siglo XX y de la que forma parte Juan Carlos Méndez Guédez? No es fácil trazar puentes y establecer continuidades. Hay que aceptar que se trata de una historia irregular, accidentada, asimétrica y, sobre todo, bastante heterogénea. Quizás el rasgo común que los puede unir a todos, independientemente de sus viajes y estadías en la Península y en Canarias, es el hecho de que han escrito y/o publicado algunas de sus obras más representativas en España. Por un lado, la tierra española ha sido tierra fértil para la escritura de los venezolanos; por otro, hay que subrayar que la industria editorial española y su poderosa red de distribución internacional hicieron posible que se publicaran y se difundieran novelas como la Doña Barbara (1929) de Gallegos, Las lanzas coloradas (1931) de Uslar Pietri y el País portátil (1969) de González León, o libros de poesía tan esenciales como Adiós al siglo XX (1997) o Partitura de la cigarra (1999) de Eugenio Montejo. Para mí, esta relación con la edición española es clave y tal vez por ello veo en Blanco Fombona, quien fuera el primer editor de la literatura venezolana en el Madrid de las vanguardias, a una figura con una fuerte carga simbólica a la hora de interpretar la relación de los escritores venezolanos con España en este libro”.


 
A Andrés Sánchez Robayna, que participa en el libro de Guerrero y Esteban con un ensayo sobre el poeta Eugenio Montejo, le preguntamos por los posibles hitos de la poesía venezolana, que conoce bien, y responde con una necesaria precisión de concepto: “Señalar los aportes más significativos de la poesía venezolana a la poesía en español supondría pensar que se trata de aportes únicos y definitorios de la poesía de ese país, distintos a los de la poesía de Costa Rica, Argentina, Nicaragua, España, Uruguay, Cuba, El Salvador, etc., etc. ¿Tienen cada uno de esos países unos «aportes» específicos? No creo que sea posible hablar en esos términos. Tiendo a ver la poesía hispánica como un todo, como una gran unidad de sentido con voces singulares en cada uno de los países hispanos. Claro que podemos estudiar la poesía de esos países por separado, por naciones, con una finalidad histórico-literaria, pero no cabe hablar, a mi juicio, de caracteres o aportes distintivos y únicos. Venezuela ha dado voces muy notables al conjunto de la lírica hispana, desde Ramos Sucre hasta los jóvenes de hoy, y esas voces han contribuido de manera muy considerable a su altura y su calidad desde comienzos del siglo XX hasta ahora mismo”.
 
Otro libro fundamental para pasear la literatura escrita por escritores venezolanos es Rasgos comunes: Antología de la poesía venezolana del siglo XX, selección, prólogo y notas de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, más de mil páginas de poesía publicadas en España por la editorial Pre-Textos. Se trata de una muestra de ochenta y seis poetas para todo un siglo, entre los que se encuentran, claro, Ramos Sucre, Hanni Ossott, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Blanca Strepponi o María Antonieta Flores.
 
Yolanda Pantin nos explica así lo que pudo haber en común entre algunos de estos poetas: “No soy una estudiosa de la literatura. Estuve dentro de la “experiencia poética” y puedo hablar de lo que bebimos los poetas de mi generación en esos años, sobre todo cuando pienso que la poesía es una vivencia que se manifiesta a caballo entre la adolescencia y la primera juventud. Lo que viene después es trabajo… Entonces, puedo hablar de lo que nos distinguía a los poetas de mi generación. La certeza con César Vallejo de que la poesía es una experiencia de lenguaje, la fe en la palabra poética y al mismo tiempo, el descreimiento. Esa búsqueda de lenguaje nos llevó, descartada la lección francesa, sobre todo, a leer a los poetas anglosajones y a los poetas brasileños y con ello, a valorar, desde muy temprano, el ejercicio de la traducción. Aquí habría que hablar del catálogo de Monte Ávila Editores, nuestra principal fuente inspiradora, un catálogo tan abierto como la posición geográfica de Venezuela”.



Sobre Rasgos comunes nos habla uno de sus compiladores, Antonio López Ortega: “Hacia 2006, en compañía de Carlos Pacheco y Miguel Gomes, nos propusimos compilar una antología del cuento venezolano del siglo XX, género que desde los años 30 había crecido entre nosotros de manera admirable. En 2011, la antología se publicó bajo el sello Alfaguara en dos tomos de setecientas páginas cada uno, con el título La vasta brevedad: Antología del cuento venezolano del siglo XX. Quedamos tan entusiasmados con el trabajo, que inmediatamente comenzamos a perfilar otra antología con las mismas dimensiones, pero esta vez dedicada a la poesía venezolana, para mí el género cumbre de nuestra literatura”.
 
Como vemos, la antología del cuento venezolano llevó a la de poesía, y ya van tres proyectos editoriales para un paseo amplio por la literatura de Venezuela. Entre los narradores incluidos en la del cuento se encuentran Slavko Zupcic, Juan Carlos Méndez Guédez, Alberto Barrera Tyzska, Carlos Sandoval, Juan Carlos Chirinos, Salvador Fleján, Milagros Socorro, Sonia Chocrón, Roberto Echeto, pero también otros muchos.

Para el crítico Carlos Sandoval, magíster en literatura venezolana, “la sociedad literaria de la Venezuela del XXI es por completo distinta, digo una obviedad, a la del XX. No solo por el impacto de las circunstancias relacionadas con el chavismo como modelo de vida, sino por la colonización de las redes sociales y sobre todo por su manifiesta proyección, acaso como resultado de la tragedia que padecemos, nuestra literatura ha venido siendo reconocida en varios circuitos internacionales (premios, ediciones en casas de prestigio, atención crítica académica), por lo que hoy atizamos el interés de editoriales e investigadores foráneos allá donde nos hemos ido reacomodando como consecuencia de la forzada migración”. Carlos Sandoval continúa haciendo una valoración de las letras venezolanas en la actualidad: “Pero no se trata de un reconocimiento basado en cierto buenismo de colegas que echan una mano a gente del gremio en apuros. El lugar que ocupa nuestra literatura en este siglo XXI se debe, básicamente, a que la nueva generación de escritores de mayor repercusión mediática (Rodrigo Blanco Calderón, Karina Sainz Borgo, María Elena Morán, Arianna de Sousa-García) demuestran calidad en sus materializaciones, disciplina y talento estético; condiciones que han permitido que, por rebote, escritores de varias generaciones (Daniel Centeno Maldonado, Gisela Kozak Rovero, Liliana Lara, Carolina Lozada, Gabriel Payares, Fedosy Santaella, Keila Vall de la Ville, Gustavo Valle, Jacobo Villalobos, etcétera) llamen también la atención y figuren en importantes catálogos editoriales. Esa apertura se conjunta, por supuesto, con la obra mucho antes consolidada de José Balza, Rafael Cadenas, Israel Centeno, Victoria de Stefano, Juan Carlos Chirinos, Jacqueline Goldberg, Miguel Gomes, Antonio López Ortega, Oscar Marcano, Juan Carlos Méndez Guédez, Eugenio Montejo, Yolanda Pantin, Ednodio Quintero, Armando Rojas Guardia, Ana Teresa Torres, entre otros. De modo que, comparada con “épocas pasadas”, la literatura venezolana de hoy muestra disímiles registros de materialización (realismo, universos fantásticos, policial, fantasía, ciencia-ficción, lirismo conversacional, buceos ontológicos), sin abandonar su apego al contexto sociopolítico ni la vocación estética”.

El cuarto proyecto editorial para este paseo nuestro es una novedad, saldrá para las fechas del Festival Hispanoamericano de Escritores (23 al 28 de septiembre) de la mano de la editorial Confluencias. Con selección y prólogo de Juan Carlos Méndez Guédez, se titula El adiós de Telémaco (una rapsodia llamada Venezuela: antología) y tiene la particularidad de ser una foto fija de la literatura venezolana en la actualidad, año 2024, mediante la selección de 39 escritores y escritoras en activo, en este caso representados por un texto significativo de su obra, sea este texto de uno u otro género, de tal modo que en esta antología hay poemas, cuentos y ensayos, principalmente, algo poco usual en este tipo de selecciones territoriales, pero que tiene todo el sentido cuando lo que se quiere es hacer una aproximación a lo que está en curso. Además de los escritores y las escritoras que participarán en el VI Festival Hispanoamericano de Escritores representando a su país, que serán 25 —como hemos dicho— la antología amplía la foto actual incluyendo autores y autoras que no estarán entre el 23 y el 28 de septiembre en Los Llanos de Aridane por limitaciones logísticas: Magaly Villalobos, Mario Morenza, Rubi Guerra, Leonardo Padrón, Liliana Lara, Christian Díaz Yepes, Áxel Capriles M., Santos López, Alejandra Banca, Enza García Arreaza, Leonardo Mendoza Rivero, Ednodio Quintero, Miguel Gomes, Sonia Chocrón, Keila Vall de la Ville y Verónica Jaffé.


 
“La intención fue serle fiel al modo en que lo literario respira en sus lectores”, dice Juan Carlos Méndez Guédez, “cuando lees desde la pasión, nada sucede en orden cronológico ni tampoco segmentado por géneros. Suceden las asociaciones, los enlaces, los desvíos, las sorpresas. Cada punto final de un texto abre la primera palabra de otro, aunque sus autores no pertenezcan a la misma generación, a la misma estética. Me di cuenta de que una lectura posible de la literatura venezolana actual sucedía a partir de algunas de sus obsesiones: el duelo, la diáspora, el esplendor y la frivolidad del siglo XX, el horror del siglo XXI. Muchos textos me llevaban a otros de una manera natural. Intenté ser fiel a ese modo de enfrentarme a una imaginación literaria. Así llegué al concepto musical de la rapsodia, con diversas partes temáticas unidas a otras sin una mecánica relación entre las partes. Porque la literatura venezolana actual sucede con esa energía de torrente, de creciente fluvial: un cuento perturbador de Silda Cordoliani dialoga con los poemas melancólicos de Blanca Strepponi, con un espeluznante relato de Miguel Gomes y con un revelador ensayo de Magaly Salazar sobre el mundo de lo titánico que ha caracterizado a la terrible Venezuela del presente. Sucede así, pero además ocurre algo que me parece destacable: la literatura venezolana actual no solo está viviendo una proyección internacional como nunca antes vivió, no solo tiene un altísimo nivel, sino que además es una creación literaria que se aleja mucho de la moralina, la pedagogía, los topicazos cívicos y políticos de un segmento considerable de la literatura contemporánea. Los autores venezolanos hurgan en las heridas, las contradicciones, las oscuridades; y se alejan radicalmente del mundo políticamente correcto, de lo monjil y lo pacato de la creación contemporánea, porque es una literatura nacida del infierno. Allí no hay civismo moralizante, ni utopías redentoras; se trata de un país que ha vivido en carne propia el infierno de las utopías progresistas. Sin ir más lejos, la constitución venezolana está escrita en lenguaje incluyente, pero al mismo tiempo, mientras te doy esta respuesta hay decenas de mujeres secuestradas por las fuerzas represivas del régimen. Se escriben frases largas y ajenas a la gramática para incluir a las mujeres, pero a la vez, se les mete de cabeza en una cárcel”.
 
Si hemos ofrecido los nombres de aquellos escritores y escritoras que participan en El adiós de Telémaco (una rapsodia llamada Venezuela: antología) pero no participarán en el VI FHE, no podemos dejar de mencionar a los que sí lo harán: José Balza, Alberto Barrera Tyszka, Igor Barreto, Rodrigo Blanco Calderón, Israel Centeno, Juan Carlos Chirinos, Silda Cordoliani, Antonio López Ortega, Juan Carlos Méndez Guédez, Yolanda Pantin, Francisco Javier Pérez, Michelle Roche Rodríguez, Karina Sainz Borgo, Adalber Salas Hernández, Blanca Strepponi, Ana Teresa Torres, Carmen Verde Arocha, Lena Yau, Slavko Zupcic, Nelson Rivera, Carlos Sandoval y los fotógrafos de escritores Vasco Szinetar y Lisbeth Salas.
 
Va concluyendo nuestro paseo a través de la literatura escrita por venezolanos consignada en estos cuatro libros y un festival, pero aún llegan las palabras del magíster Sandoval para ampliarnos el campo a toda su historia: “Ha habido dos momentos del pasado algo semejantes a lo que hoy ocurre en nuestra literatura. El primero es el modernismo, cuando se fusionaron la calidad estética en el manejo de las herramientas de composición literaria, el adecuado tratamiento de temas y la proyección pública de los textos. Es la época de florecimiento de las obras de Manuel Díaz Rodríguez y de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, que luego permitirían el despliegue de la de Rómulo Gallegos. Díaz Rodríguez alcanzó a convertirse en nuestro primer escritor internacional; después vendría el reconocimiento —también extramuros— del trabajo de Teresa de la Parra y del ya mencionado Gallegos (quien sacó provecho a la fórmula, con base modernista, desarrollada por Urbaneja Achelpohl: el criollismo). Se trató de un momento de afianzamiento que permitió el esplendor de obras y autores: criollistas (en narrativa), nativistas (en poesía), con avances hacia la vanguardia. Curiosamente, el contexto no era halagüeño: la dictadura de Cipriano Castro, quien toma el poder por la fuerza en 1899, y su continuación con la de Juan Vicente Gómez, que se extiende hasta 1935”.

“El segundo momento”, continúa Carlos Sandoval, “lo constituye la llamada “década violenta”, correspondiente al lapso 1961-1970. En este período se produce una reafirmación en el uso de técnicas, perspectivas, motivos impuestos por la vanguardia histórica y que, en sintonía con las luchas políticas derivadas del impacto de la revolución cubana, dio paso a una literatura combativa que alcanzó, al menos con una novela, el reconocimiento internacional: País portátil, de Adriano González León, pieza ganadora, en 1968, del Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix-Barral, y que introdujo en el ámbito del boom de la narrativa latinoamericana al autor y a su pieza. No obstante, el sesenta resulta un momento particular en los anales de la literatura venezolana no solo por este reconocimiento a la obra de González León, sino porque Venezuela, recién instaurada la democracia luego de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se sumió en una espiral de luchas guerrilleras auspiciadas desde Cuba cuyo fin era transformar la república en territorio comunista; pretensión que nunca tuvo apoyo mayoritario de la ciudadanía. Estas circunstancias generaron mucha literatura oportunista, denunciatoria, pero también otra sustentada en sólidas poéticas, como la narrativa de José Balza, la poesía de Rafael Cadenas, la dramaturgia de José Ignacio Cabrujas, para citar tres casos paradigmáticos”.



“Estos dos momentos especulares, llamémoslos así, guardan ciertas semejanzas con la situación de la literatura venezolana actual (aunque esto no es un análisis historiográfico y entiendo que la historia no debe entenderse como un proceso de recurrencias; además, no soy historiador). Si en el seno del modernismo se gestó por primera vez en el país la conciencia del ejercicio de la escritura como una actividad profesional, lo cual permitió la emancipación de obras y autores hoy considerados representativos del canon, en la “década violenta” las condiciones de producción de los materiales también obligaron a la asunción de direccionalidad del trabajo literario. Tanto más por cuanto en este segundo momento había un interés mayor: la supuesta transformación del sistema político de la sociedad venezolana”.

“Apagados los fuegos guerrilleros de los sesenta, con la llegada al poder de la “revolución bolivariana” en 1999 el país sufre una quiebra generalizada: política, institucional, moral. Esta sumersión en el caos comienza a trasegarse a los textos y coincide con el ascenso de una nueva generación de escritores. Así, temerariamente, podríamos sugerir que la situación de la literatura venezolana en el siglo XXI se asemeja a esos dos momentos del pasado en el sentido de que los escritores asumen su trabajo con profesionalismo y entienden, como en la década del sesenta, que siendo el lenguaje un producto social hay que arrimar el hombro y mostrar las degradantes condiciones a las que nos ha conducido el chavismo”.
 
Concluye el paseo.

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