Matt Flegenheimer
Durante más de tres décadas, el promotor de boxeo Don King y Donald Trump han compartido una amistad duradera y algunas similitudes superficiales: un peinado inconfundible y una arrogancia que se convirtió en una especie de superpoder, un historial de acreedores atribulados y una convicción inquebrantable de que más es más.
“Hay que ponerle algo de gasolina al tanque”, dijo recientemente King, de 92 años, en el bistró de un casino del sur de Florida, antes de comer a las 4 de la tarde un corte Nueva York, tres huevos estrellados, tocino, salchichas, “hot cakes”, sémola de maíz, jugo de arándanos, café (“negro como yo”), con miel de agave y salsa picante africana que traía de casa.
Su mesero le preguntó si faltaba algo. “Sí”, dijo King, “vamos a necesitar más mantequilla”.
Tanto como cualquier otra figura en la grandiosa y desenfrenada vida pública de Trump, King sirvió de modelo para lo que Trump consideraba que era el éxito para un hombre negro en Estados Unidos. Para el expresidente, King era a la vez aliado y ejemplo, media generación mayor y avatar del exceso impenitente y la bravuconería callejera durante los días de gloria de Trump en Nueva York en los años ochenta.
Si bien el famoso promotor parece un personaje de otra época —cuando el negocio del boxeo estaba en su apogeo, cuando King era sinónimo del negocio del boxeo, y cuando algunas rencillas se saldaban fuera del cuadrilátero y del sistema legal— esa fue la época en la que gran parte del mundo de Trump parece haberse fusionado en una cosmovisión.
“Nunca fue alguien que perteneciera a la clase dominante y se sentía orgulloso de eso”, dijo Trump en un comunicado enviado por su campaña presidencial, en el que reconoció a King como “un campeón y luchador como pocos”. “Él hizo dinero cuando otros lo perdieron y lo ha hecho durante mucho tiempo. ¡Es el mejor!”.
En una entrevista de 90 minutos, King afirmó que los dos habían aprendido mucho del otro, al reforzar sus instintos profesionales mutuos mientras promovían peleas bajo la bandera de los casinos de Trump en Atlantic City, Nueva Jersey.
En su mejor momento, King y Trump hicieron dinero juntos, subieron como la espuma y superaron litigios juntos.
“Donald Trump era un joven que quería ser él mismo”, dijo King. “En los negocios, la hipérbole funciona porque sabes que no estás infringiendo ninguna ley. Estás exagerando. ¿Sabes lo que quiero decir? Estás promocionando. Lo estás haciendo más emocionante”.
El reverendo Al Sharpton lo explicó con menos palabras.
“Si Donald Trump hubiera nacido negro”, dijo, “habría sido Don King”.
Ahora, cuando
algunas encuestas muestran que Trump está logrando avances modestos pero quizá significativos entre los votantes negros —lo que causa alarma entre los demócratas mientras el presidente Joe Biden se esfuerza por afianzar su posición— King sigue siendo un partidario incondicional que entiende al expresidente como pocos pueden hacerlo.
King no toma en cuenta el
largo historial de hostigamiento racista de Trump y valora su postura transaccional con respecto a la política y los negocios como la sabiduría ganada de un compañero de viaje a quien King ayudó a encontrar su camino.
Antes de que Trump prometiera “hacer a Estados Unidos grandioso de nuevo”, King gritaba “¡solo en Estados Unidos!” a cualquier cámara que se le pusiera enfrente.
Antes de que Trump escuchara ovaciones estruendosas en combates en jaula con las entradas agotadas, lo que le
granjeó el cariño de un segmento con masculinidad exacerbada de su base, estuvo en primera fila con King para ver a Mike Tyson, quien
después acusó a King de estafarlo.
Antes de que Trump fuera condenado e insistiera en que el sistema estaba amañado, King también decía eso.
“Tratan a Trump como a un hombre negro”, dijo King, quien
estuvo en prisión hace más de medio siglo tras matar a un socio a golpes por una deuda, repitiendo algunas de las teorías conspirativas de Trump sobre su juicio por pago de dinero a cambio de silencio en Nueva York.
“Es culpable hasta que se demuestre su inocencia”.
Aunque algo disminuido por la edad, y al igual que sucede con Trump, King sigue siendo la persona que era cuando se conocieron, ataviado con una deslumbrante chaqueta vaquera con su propio rostro y pagando la cuenta del almuerzo con un grueso fajo de billetes de cien dólares atados con una liga.
Con una casa en Boca Ratón, Florida, una oficina cerca y un grupo de parientes y socios que lo ayudan a mantener las apariencias, King sigue promocionando combates en la zona, con boxeadores a menudo en decadencia o de segundo nivel y sus propias promesas de que cada combate es un espectáculo sin precedentes.
“¡La emoción se siente en el aire!”, dijo este mes desde su lugar junto al ring en el Seminole Hard Rock Hotel & Casino de Hollywood, Florida, a mitad de una cartelera de mediano voltaje pero entretenida, patrocinada por una imprenta y dos clubes de estriptís. “¡Un evento espectacular!”.
King sigue siendo una atracción ambulante para los aficionados al boxeo que se encuentran con él, ya sea que camine con ayuda de su andadera por el casino o que se traslade en su silla de ruedas con la ayuda de un nieto.
Se le acercan extraños atentos a su melena abultada en forma de corona — “¡Don King, qué hay, hermano!”, “¡solo en Estados Unidos!”— y él posa con sus seguidores, que cierran los puños para la cámara pero no interactúan propiamente con él, más bien es como si estuvieran junto a una estatua de cera del hombre.
Con quienes logran hacer que hable, King no se detiene, sazona una entrevista con alusiones a Sócrates, Platón, Shakespeare (“¡el bardo de Avon!”), Muhammad Ali (“¡el más grande de todos los tiempos!”), Johnnie Cochran (“¡el guante no le cabe!”), los O’Jays, Schopenhauer, él mismo… y refuta con toda intención a sus muchos críticos a lo largo de los años.
Pero la amistad de Trump con King ha sobrevivido a algunos intentos de los republicanos por distanciarlos.
Cuando
Trump presionó para que King hablara en la convención de su candidatura en 2016, los funcionarios del partido dijeron que los republicanos no podían arriesgarse a asociarse con alguien que había sido condenado por homicidio involuntario.
Dos meses después, King
tomó un micrófono para hablar de Trump, cuando acompañó al candidato a una iglesia de Ohio.
“Necesitamos a Donald Trump”, dijo King en aquella ocasión, “en especial la gente de color”.
Recordando un consejo que le dio a Michael Jackson, King se comprometió ese día a suavizar su anécdota para evitar decir “la palabra con N”. Catorce segundos después, la dijo.
“Ahhhhh”, dijo después Trump con calidez, en medio de un huracán mediático en desarrollo. “Hay un solo Don King”.
The New York Times