Fue fundado por Henrique Otero Vizcarrondo, un empresario con visión de futuro que había comprado una rotativa que perteneció a uno de los grandes matutinos norteamericanos y que según testigos de la época, habría tenido como propósito no públicamente confeso pero transmitido a su entorno, crear un diario para apuntalar una eventual candidatura de Jóvito Villalba, quien era entonces el político con mayor proyección y a quien le parecía despejado el ascenso a Miraflores. Pero fue esencial el impulso de su hijo Miguel Otero Silva, periodista vocacional, poeta, humorista, político de la Generación del 28 y con valiosísimas experiencias en su condición de exiliado.
La dirección del periódico fue confiada al escritor y novelista Antonio Arráiz y se integró con un equipo de jóvenes reporteros. El medio privilegiaba entonces, además del hecho político (era el gobierno de Isaías Medina Angarita que garantizó una amplia libertad de prensa), la información y el tratamiento de los temas deportivos y culturales. En su primer editorial Arráiz escribió:
“Al servicio de la nación venezolana, así comprendida, estaremos. Por su causa, intentaremos ser justos, sin intolerancias, es cierto, pero también sin complacencias ni debilidades. En su nombre, intentaremos ser verdaderos, sin fanatismo y sin estridencias, pero también sin titubeos y (esto por encima de todo) sin pusilanimidad”. Han transcurrido 81 años y en circunstancias difíciles y períodos históricos de fuerza, contrarios y renuentes a la libertad de expresión, este diario emblemático abordó a tiempo además un compromiso con las nuevas tecnologías de la comunicación.
EN LA CALLEAl día siguiente de su aparición (el periódico se editaba en el edificio El Nacional, en la esquina de La Pedrera), en sus páginas se registraba el éxito del lanzamiento. Una crónica muy propia de aquél tiempo señalaba:
“Ayer, a pesar de ser martes y marcar negro el almanaque, la ciudad tuvo la animación de los días de fiesta. En los bulevares del Capitolio, en la Plaza Bolívar, en las calles adyacentes, en las barriadas populares, un grito agudo, apresurado, entusiasta provocaba la sensación de los transeúntes: — ¡EL NACIONAL! … ¡EL NACIONAL!— ¡Salió el fantasma! — decían algunos risueñamente, refiriéndose a los aplazamientos de la fecha inicial.
— ¡Por fin! — decían otros que esperaban el periódico con ansiedad sana y cordial”.
Ese mismo día una nota exclusiva desde Zulia registraba que: “el 29 de julio a las 10:30 p.m., el buque tanque Rosalía, de nacionalidad holandesa, perteneciente a la Royal Dutch, se encontraba anclado frente a la Bahía de Curazao, cargado de petróleo procedente de Maracaibo. La tripulación descansaba de las faenas del día cuando fue bruscamente sorprendida por la explosión en los costados del buque de un torpedo nazi. Breves segundos después, otro torpedo estalló en la parte delantera del barco. 23 marineros del buque tanque murieron a consecuencia de la explosión y el incendio, entre ellos los hay de diversas nacionalidades: 9 chinos, 8 holandeses, 3 ingleses, 2 curazoleños y 1 venezolano de nombre Ramón Rodríguez, natural de Coche, Nueva Esparta”.
Era sólo uno de los ataques de los que durante varios meses fueron objeto tanqueros petroleros en la ruta entre Maracaibo y la Península de Paraguaná, con destino a las refinerías de Curazao y Aruba. Venezuela de esta manera, se vió inserta en la ofensiva militar nazi, en una etapa que ya presagiaba la derrota del régimen de Hitler.
MEDINA ACLAMADO