Un día clave en el desarrollo de la guerra civil española de 1936
AQUEL 18 DE JULIO
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Manuel Salvador Ramos

EL ESTALLIDO

Después de las elecciones del 16 de febrero de 1936, en las que gana el llamado Frente Popular por un estrecho margen, se dan una serie de acontecimientos que provocan una escalada de enfrentamientos, disturbios y asesinatos que desembocan en la Guerra Civil Española. Esta escalada de acontecimientos es un fiel reflejo de las grandes diferencias y odios existentes en España en ese momento. Los dos bandos se enfrentarían durante casi tres años de lucha fratricida y el reflejo de ella se proyecta en toda Europa, sirviendo de catalizador al conflicto que enmarcaba a su vez todo el continente.
 
Los citados incidentes llegan a su punto más crítico con el asesinato de Calvo Sotelo, lo que durante mucho tiempo ha sido planteado como el detonante o justificante del alzamiento nacional, pero que objetivamente, verificando datos y fuentes diversas, se concluye en que el golpe de estado estaba preparado con mucha anterioridad y su planificación señalaba como fecha alrededor del 20 de julio. Lo probable es que el asesinato de Calvo Sotelo fuese un detonante para precipitar la insurrección, e incluso estimular la decisión de adherirse a algunos jefes militares que aún a esas alturas, no estaban definitivamente comprometidos, incluido en ese grupo el propio Francisco Franco.

La espiral ascendente de la fase definitiva comienza el 14 de Abril de 1936, durante los actos conmemorativos de la proclamación de la II Republica. Un grupo de falangistas intentan boicotear los actos y hacen explotar un artefacto casero de bajo alcance. Ello provoca el pánico entre el público asistente, pero no causa heridos. Posteriormente, ya caldeados los ánimos, al paso de la guardia civil se producen ciertos abucheos provocando una discusión que termina convirtiéndose en un tiroteo, y como consecuencia del mismo resulta muerto el alférez Jesús De los Reyes, de la Guardia Civil, quien se encontraba de paisano entre el público asistiendo al desfile.

El 16 de abril el entierro del guardia civil fallecido se convierte en una manifestación de la Derecha con violentas consignas antigubernamentales. Además, los asistentes al entierro-manifestación son tiroteados por grupos de extrema izquierda desde los tejados en algunos puntos del recorrido, creando gran confusión y caldeando aun más el ambiente. En la balacera, cae muerto Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, y según algunas fuentes se señala que los disparos mortales fueron deliberadamente dirigidos al joven falangista por el fuentes por el teniente José del Castillo de la Guardia de Asalto, quien también hiere gravemente a José Llaguno Acha, estudiante de medicina y militante carlista.

A partir de ese momento el teniente Castillo se convierte en uno de los principales objetivos de Falange y de los carlistas. Sufriendo varios intentos de atentados contra su vida. El 12 de julio, durante una corrida de toros, éste es advertido por una compañera y militante socialista, Leonor Méndez, que esa noche se va a atentar contra su vida, pero él no hace caso y asegura que no conseguirán que se esconda. Cuando se dirige hacia el cuartel de Pontejos, al doblar la esquina de la calle Augusto Figueroa con Fuencarral, cuatro pistoleros de extrema derecha carlista, según el historiador Ian Gibson, o falangistas según Paul Preston, le disparan y le dan muerte. Es la segunda muerte en los últimos meses de un oficial simpatizante de izquierdas, en mayo había sido asesinado el capitán Carlos Farudo, instructor de las milicias socialistas.



El cadáver de Castillo es trasladado a la Dirección General de Seguridad. En el cuartel se empiezan a concentrar militares, sindicalistas, guardias de asalto, diputados, así como amigos, familiares y simpatizantes del teniente Castillo. Se empieza hablar de venganza.

El comandante Burillo y varios oficiales se desplazan al Ministerio de Gobernación, donde son recibidos por el ministro Juan Moles. Protestan con energía y solicitan permiso para detener algunos falangistas que todavía están en libertad. El ministro accede y solicita su palabra de honor de que sólo detendrán aquellos que figuren en la lista y los entregaran a la autoridad competente.



LA MADRUGADA DEL 13 DE JULIO

A partir de media noche comienzan a abandonar el cuartel varias camionetas y coches con una lista de registros y detenciones. Un grupo de diez hombres se sube en la camioneta número 17 conducida por Orencio Bayo Cambronero. La operación la dirige el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, vestido de paisano, íntimo amigo del teniente Castillo.

Existen diferentes versiones de los hechos. Algunas fuentes dicen que antes de acudir a casa de Calvo Sotelo, la camioneta pasa por casa de un falangista, en una dirección equivocada, posteriormente por la de Antonio Goicochea, político de Derechas que pertenecía al partido Bloque Nacional de Calvo Sotelo, y también recala en la residencia de José María Gil Robles, principal líder de la CEDA, partido de derechas, pero que al no encontrar a ninguno de ellos acuden a la casa de Calvo Sotelo. Otras versiones aseguran que se dirigen directamente al domicilio de fogoso diputado monárquico sin pasar anteriormente por ningún otro. En definitiva, en la madrugada del día 13, se presentan en su domicilio. Solicitan llevar a Calvo Sotelo bajo orden de detención a la Dirección General de Seguridad, Calvo Sotelo desconfía y alega que su condición de diputado le otorga inmunidad y que nadie puede detenerle ni entrar en su casa sin que el Congreso de Diputados conceda el suplicatorio. Pero finalmente accede a ir a la Dirección General de Seguridad, al identificarse el capitán Condés como oficial de la Guardia Civil. Se despide de su familia y promete llamar pronto, diciendo “Si es que no me llevan a darme cuatro tiros”. También tenemos que mencionar que en ese momento en la casa de Calvo Sotelo se desconoce la muerte del teniente Castillo. Aparentemente en el traslado a la Dirección General de Seguridad, Luis Cuenca miembro de la Motorizada, descarga dos tiros simultáneos en la nuca de Calvo Sotelo. En la actualidad se discute si el asesinato de Calvo Sotelo fue premeditado para eliminar un poderoso enemigo del gobierno o un acto nervios de Cuenca. La documentación al respecto de la investigación policial fue sustraída del Ministerio de Gobernación por un grupo de milicianos el 25 de Julio del mismo año, siendo probablemente destruida. El cadáver de Calvo Sotelo es dejado en el cementerio de la Almudena, alegando que es el cadáver de un desconocido sin documentación que permitiese identificarlo. Es ya cerca del mediodía cuando las fuerzas policiales logran hacerlo e inmediatamente se ubica al grupo responsable. Consecuencialmente, el capitán Condés y Luis Cuenca son detenidos. Días después, iniciada ya la Guerra Civil, ambos morirían en el Frente de Guadarrama.

El asesinato de un diputado por miembros de los cuerpos de Seguridad del Estado conmociona al país. Los grupos de Derechas acusan a Santiago Casares Quiroga, presidente del Consejo de ministros y ministro de Guerra, de ser cómplice del homicidio y de no controlar la situación. Los rumores de un inminente golpe de estado militar circulan ya a todo nivel y los sindicatos y organizaciones políticas de izquierdas solicitan armas para poder defenderse de la sublevación, toda España es un polvorín, que solo espera a que alguien encienda la mecha.

Las instrucciones del General Mola, encargado de coordinar el golpe de estado y conocido con el nombre clave del Director, estipulaban que todas las unidades implicadas en el alzamiento estuvieran ‘’dispuestas’’ el día 17 a las 5 de la tarde (el 17 a las 17 horas), para empezar el Alzamiento en Marruecos. El ejército África comienza el golpe de estado un día antes que en la península.

18 DE JULIO

Madrid contaba con veinticinco compañías de Guardias de Asalto, catorce de la Guardia Civil, cinco de Carabineros y tres escuadrones de seguridad. El general Sebastián Pozas Perea, al mando de la Guardia Civil, fue el hombre clave para que fracasara la sublevación. Con vigor y autoridad, exhortó a todas las Comandancias de la Benemérita a mantener lealtad al Gobierno, ordenando el arresto inmediato de cualquier militar del componente que abandonara su destino.

La guardia del Palacio Nacional, antes denominado Palacio Real y residencia del Presidente de la República Manuel Azaña, fue reforzada con ametralladoras en lugares estratégico. Se conoce ya la sublevación del ejército de África y todo indica que se van a producir más levantamientos en diferentes plazas de la península. A la escolta presidencial se le unieron dos compañías del Regimiento Inmemorial número 1, y en el exterior se encontraban numerosos efectivos de la Guardia Civil.

Durante todo el día se producen comunicaciones con los cuarteles y aeródromos militares de la Península para asegurarse la lealtad a la República, se repasan las diferentes guarniciones y la posible actitud de sus jefes, teniéndose como resultado que todos los Jefes Militares de cada Región Territorial manifiestan su lealtad al gobierno y solo el General Cabanellas, en Zaragoza, no respalda tal adhesión.

En el Cuartel de la Montaña las tropas están acuarteladas. El ministro de guerra envía a su ayudante, Díaz Varela, a reclamar los cincuenta mil cerrojos de fusil almacenados allí, pero el coronel Moisés Serra se los ha niega con diferentes pretextos. El Cuartel de la Montaña era un sólido edificio de cuatro plantas de ladrillo y granito, de gran sobriedad, de planta cuadrangular y dos patios, y tenía una capacidad para albergar una guarnición de 2.600 a 3.000 soldados de infantería, ingenieros y un grupo de alumbrado.

Por la tarde Dolores Ibarruri, diputada del Partido Comunista por Asturias, desde un despacho del Ministerio de la Gobernación donde se ha instalado un improvisado estudio radiofónico, se dirige al pueblo de Madrid y al de toda España en nombre del Partido Comunista:

“Trabajadores, antifascistas, pueblo laborioso: todos en pié, dispuestos a defender la República, las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo...”



Mientras La Pasionaria pronuncia estas palabras, son muchos los ciudadanos que llevan horas esperando a que se les faciliten armas para enfrentarse a los sublevados. A primera hora de la noche se confirma que la dimisión del Gobierno es un hecho, y también que Diego Martínez Barrio va a formar uno nuevo a base de republicanos de centro. La principal misión de este nuevo gabinete es la de pactar con los sublevados.

Mientras tanto, miembros de partidos y sindicatos empiezan a establecer controles por la ciudad y en la periferia, y asimismo se comienzan a repartir algunas armas que poco a poco se van consiguiendo por diferentes medios. Las organizaciones obreras controlan las barriadas. Así finaliza en Madrid el caluroso sábado 18 de Julio de 1936 y en las rotativas los periódicos se preparan para salir la mañana del día 19 con el titular “VIVA LA REPUBLICA ESPAÑOLA”.

(Inicio de reseñas textuales)
MADRID, EN LA CALLE DE FERRAZ, BARRIO DE ARGUELLES

“…Lo primero fue el Cuartel de la Montaña. ¿contarlo nuevamente?, no; pero debo dar mi versión y mi visión. La noche del 17 de julio vino a vernos al gabinete de prensa de Teléfonos, el capitán Zamarro —un artillero republicano de verdad—, y nos dijo que en el Cuartel de la Montaña se iban congregando numerosos falangistas paisanos; que lo había denunciado en el Ministerio de la Guerra y no le hacían caso. Por la tarde de ese mismo día, el pueblo madrileño se había agolpado en los bares para oír por radio las informaciones del Gobierno: «El conato de insubordinación queda reducido a alguna zona de Marruecos

“El 18, en realidad, no ocurrió nada de particular. Rumores y telegramas de prensa que recibíamos en los periódicos nos confirmaban que la rebelión militar se extendía en Marruecos, pero en la Península todavía no ocurría nada alarmante. Los gobernadores civiles de las provincias se hallaban en contacto permanente con el Gobierno.

Fue en la tarde del 19 cuando el general Fanjul y su alto mando en la Montaña desacatan una orden del Ministerio y se declaran en franca rebeldía. Es el primer acto de sublevación en Madrid. A la mañana siguiente se perpetró el ataque al cuartel, por el pueblo y los Guardias de Asalto. En la vanguardia, las Juventudes Socialistas. Por orden de Largo Caballero se destacó a algunos dirigentes del Partido, con documentos de la UGT, para que en colaboración con el comandante de los Guardias de Asalto se contuviera el desorden de las masas v los excesos que pudieran desencadenar los atacantes en caso de triunfo.

La noche anterior, con otros periodistas, pasé en coche varias veces por la calle de Ferraz, junto al cuartel, con los faros apagados y con el miedo encendido. No se oía ni una mosca. Todas las ventanas del edificio estaban cerradas y sin luz. Parecía que no iba a ocurrir nada.

—Están locos. En cuanto salgan tres tiros del cuartel, todo el mundo echará a correr.

El jefe de los Guardias de Asalto recibió, ya avisado, a los dirigentes socialistas y comunistas, y con un sargento, media docena de guardias y una ametralladora, los situó en un edificio de la calle de Ferraz frente a los jardines y la rampa de entrada al cuartel. La ametralladora se emplazó en el zaguán, con punto de mira hacia todo el frente.

EL ATAQUE

Se llamaba Cuartel de la Montaña, por si los jóvenes no lo saben, debido a que estaba construido sobre el altozano llamado del Príncipe Pio, donde hoy se encuentran los monumentos egipcios procedentes de Assuán. Tenía cuatro plantas, y su guarnición la componía principalmente el arma de Ingenieros: un regimiento de Ferrocarriles, otro de Zapadores-Minadores y un batallón de Telegrafistas. También había en esa fecha un regimiento de Infantería. Habría aquella mañana dentro del cuartel unas tres mil quinientas personas.

De pronto comenzaron a disparar contra él dos cañones de 75 mm colocados en la Plaza de España. Contestaron los sitiados con varias granadas de mortero, torpemente disparadas, porque no pasaron de la mencionada rampa de entrada No sabían dónde estaban los cañones, tapados por la vegetación de los jardines. Ya empezaban a molestar a los militares leales las individualidades de los paisanos, que no se atenían a órdenes y se lanzaban al asalto.

Los Guardias de Asalto decidieron trasladar la ametralladora del portal a la azotea, para abrir fuego con más perspectiva hacia la fortaleza, cuyos balcones estaban casi tapiados por sacos terreros, y entre las junturas se veían salir asimismo cañones de ametralladoras.

Arreciaban los espontáneos, las individualidades que creían que todo era cuestión de valor personal para entrar en el cuartel. (Esto sería en tres años el signo de la guerra en el bando republicano). Por una rendija de la puerta del cuartel más cercana a la calle de Ferraz, apareció bandera blanca. Muchos paisanos se lanzaron por la explanada creyendo que era la capitulación, pero el 50 por 100 cayeron muertos por los tiros de las ventanas.

Surgió en el aire el avión de Antonio Rexach, un capitán aviador muy revolucionario y muy bragado, dio una vuelta por encima de la fortaleza sitiada y lanzó sobre los patios octavillas que pedían el cese de la actitud sediciosa. (Como se sabe, la Aviación militar era casi toda republicana desde antes del 31).

LA RENDICIÓN

Una vez más se empleó la táctica napoleónica, que después habrían de emplear Queipo de Llano en Sevilla y Zamarro en el frente de Madrid. O sea, los paisanos llevaron uno de los dos cañones atacantes a la calle de Luisa Fernanda, a la que daba el flanco izquierdo del cuartel. Así se fingía tener artillería por todas partes.

Volvió a aparecer el avión de Rexach. La gente se calló expectante, pensando que podía ser un avión rebelde; pero no. El avión voló rasante sobre el cuartel, y en vez de octavillas acertó a lanzar dos bombas, una en cada patio. Otro avión le daba escolta, pero sin atacar, quizá para atemorizar a los sitiados.

Nuevamente salió bandera blanca por la puerta anterior. Era una sábana esta vez, en agitación desesperada. Y ahora, sí. Los paisanos con escopetas se lanzaron en masa por la rampa. Sin embargo, los de Asalto se acercaron con orden, ya que aún salían tiros del interior, disparados sin duda por los pocos que se oponían a la rendición.

En las puertas del cuartel fue el caos. Disparos, alaridos, dispersión, barullo. En el interior estallaron varias granadas de mano, y la confusión crecía. Luego, los soldados que habían sido obligados a rebelarse, iban saliendo. Todos eran muchachos que gritaban vivas a la República y se quitaban los cascos y las guerreras, increpando a sus jefes. Los dirigentes de los partidos y organizaciones de izquierda fueron al segundo cuerpo del cuartel, donde se alojaban los regimientos de Ingenieros. Un niño de catorce años, con una pistola en la mano, perseguía hacia la salida a un capitán hecho y derecho que llevaba los brazos en alto. En el «cuarto de banderas» se encontraban once oficiales con la pistola al lado, inmóviles. Acababan de suicidarse. Los de Asalto se desenvolvieron mejor en aquel maremagnum interior. Casi todos habían estado en el cuartel en otras épocas; Tres horas había durado el sitio. A las doce fue la rendición.

CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN

Los espontáneos atacantes se apoderaban de todo lo que encontraban a su paso: fusiles, pistolas, ametralladoras. Mi compañero de periódico, el poeta González-Olmedilla, por llevarse algo, se llevó un casco de soldado —parecía que estaba mal visto no llevarse nada— y fue sorprendido por el fotógrafo de ABC justificando así la portada del diario. También empezó la plebe a matar a los falangistas que habían entrado la noche anterior en el cuartel para engrosar la sublevación. Se les conocía en seguida por lo mal uniformados que estaban.

Los dirigentes no podían poner orden. Constantemente llegaban de la calle grupos incontrolado que aumentaban su celo, atendiendo sin embargo a algunos soldados heridos, muy jóvenes, a quienes habían obligado a luchar los facciosos, y que nada tenían que ver con la causa de la lucha. Los ordenados Guardias de Asalto tampoco pudieron hacer nada.

Al fin acabaron los tiros y los asesinatos. Se pidieron refuerzos por los de Asalto. Llegó un comandante con una compañía, y desplegando un gran valor pudieron echar a los incontrolados de todo el edificio, y quitarles el armamento que se querían llevar “para hacer la revolución” Se marcharon asimismo los escasos dirigentes de partidos y sindicatos, por parecerles inútil cualquier acción, y también porque estaban horrorizados al ver el dantesco espectáculo de cadáveres que se amontonaban en los patios del cuartel.

Luego se recogieron datos de aquel sacrificio sin fruto, sobre todo para la clase de tropa y la misma tropa. Vieron en seguida lo que se había preparado desde la noche del 18 de julio. Aquellas entradas de gente civil, con permiso de los jefes, y el celo de éstos en las naves de las compañías, les hicieron suponer que había llegado la hora de la subversión que se preparaba.

EL ESPÍRITU DE LOS SUBLEVADOS

Cuando comenzaron a disparar los cañones de los Guardias de Asalto, los sublevados subieron a los tejados para manejar un telégrafo de reflejos solares, pidiendo SOS a los otros cuarteles de Madrid, sin resultado.

El general Fanjul, director del pronunciamiento en la capital desde el Cuartel de la Montaña, también había llegado por la noche y se vistió un uniforme de soldado raso, que no le iba dados sus años y su barba casi blanca. Pero así podría huir —pensaría él— por la trasera del cuartel, si las cosas venían mal dadas. No lo consiguió.

Bastantes falangistas intentaron pasar desapercibidos, pero algunos cabos y sargentos los fusilaron; otros muchos pudieron a tiempo cambiar el mal vestido uniforme por las ropas civiles con que habían llegado, se confundieron con las turbas y salvaron el pellejo. Los mandos de los otros cuarteles conocieron por teléfono lo que pasaba en la Montaña y capitularon incondicionalmente. La verdad es que tanto unos como otros demostraron poco espíritu de lucha. Por decisión del Ministerio de la Guerra, se encargaron del Cuartel de la Montaña los dirigentes socialistas, ya que en ese momento eran la fuerza política más ordenada. La gente no creía en la buena fe de los militares leales. Por eso se les encargó a aquéllos de administrar el armamento allí almacenado e irlo suministrando mediante órdenes estrictas, y adiestrar en él a sus destinatarios. El cuartel quedó abandonado, como aislado fortín entre la algazara de la ciudad. lleno de cadáveres que comenzaban a pudrirse. Había soldados de la guarnición, unos cuarenta sobrevivientes, que no tenían familia en Madrid y no sabían a dónde ir, a pesar de haberles eximido el Ministerio de Guerra lo que les restaba de servicio, al igual que se hizo con todos los de otras guarniciones sublevadas Un capitán colocado al frente del cuartel, utilizaba a aquellos muchachos con licencia y sin destino, para que pusieran los muertos en hilera, por si alguien venía a reclamar alguno. La temperatura de julio era extremada y aquellos patios cada momento olían peor y el Ministerio de la Guerra dispuso fueran exhumados en fosas colectivas fuera de la ciudad.

Se sospecha en el Gobierno republicano, blando y sin sentido revolucionario, trató de pactar con los sublevados, aún abortado el pronunciamiento del Cuartel de la Montaña. Prueba de ello es que tras el juicio que se le siguió —sumarísimo— al general Fanjul, la pena de muerte sentenciada no se llevó a cabo inmediatamente, como es preceptivo, sino pasado ya algún tiempo. Yo estaba en el despacho del Presidente del Gobierno, don José Giral (el gobierno centrista de Diego Martínez Barrios, solo duró unas horas), cuando le llevaron a firmar la sentencia. No le dio importancia; la firmó como un documento cualquiera y siguió hablando con nosotros de temas menores. Las dudas vinieron más tarde. Fanjul fue ante el muro de fusilamiento aparentando serenidad. Llevaba unos pantalones de soldado y camisa corriente. A la hora de la verdad, intentó arengar al pelotón que le iba a ejecutar, pero se le quebró la voz. Le salió una especie de «gallo» y las balas no dieron tiempo a más.

El Gobierno no quiso otras víctimas responsables de la sublevación del Cuartel. Al sumario se le dio carpetazo, como gesto diplomático para detener cualquier posible levantamiento en las demás regiones.

BARCELONA, AL SOL DE LAS RAMBLAS

El 17 de julio se tuvo noticia en Barcelona de la sublevación militar en Marruecos. No había aún datos concretos, pero todo el mundo tenía la convicción de que la rebelión iniciada en aquella zona habría de extenderse por la Península. Por esta razón, Cataluña vivió unas horas de fiebre, de angustia, de inquietud colectiva. Por las calles se observaba un nerviosismo bien visible. Corrían toda suerte de rumores. La gente se armaba como podía para hacer frente a cualquier contingencia. Los nombres de Sanjurjo, Mola, Franco, Cabanellas, Goded, iban de boca en boca.

Aquel mismo día, el capitán general Llano de la Encomienda, reunió en su despacho de la División a los jefes de la guarnición de Barcelona. Analizaron la situación. Todos le prometieron la lealtad más absoluta. Convinieron en que los generales de las tres brigadas visitaran los respectivos cuarteles para evitar o reprimir cualquier estallido de revuelta. Fernández Burriel, de la brigada segunda de Caballería —que era precisamente el jefe de la rebelión en Barcelona—, fue quien remarcó más aquel propósito de lealtad. Aparte de eso, todo el mundo estaba en guardia. Los militantes de partidos y sindicales acudían a sus locales para obtener armamento.
 
La noche del 18 en la Consejería de Gobernación estaban reunidos con el consejero José M. España, los generales Llano y Aranguren y diversos jefes y oficiales de Seguridad y del Ejército. También había personalidades políticas. Iban recibiendo noticias, cambiando impresiones, estableciendo contactos. Los comisarios de la Generalidad en Gerona, Lérida y Tarragona, recibían por teléfono instrucciones del Consejero. A las cuatro de la madrugada parecía que quedaba desvanecida toda posibilidad de insurrección. Llano de la Encomienda se reintegró a la División.

EN LA GENERALIDAD

En el antedespacho de la Presidencia de la Generalidad, el presidente Luis Companys pasó la noche conversando con sus Consejeros, y acompañado por diputados y destacadas figuras políticas. A cada momento eran comunicadas al Presidente las impresiones de los enviados especiales a los diversos puntos neurálgicos de la ciudad. De tres a cuatro de la madrugada, el Presidente celebró conferencias telefónicas con el Gobierno de la República y con autoridades civiles de otras ciudades. Únicamente se tenían noticias de los levantamientos de Marruecos y de Canarias.
 
Mientras tanto, unos grupos de agentes de policía, por orden del capitán Escofet, recorrían los alrededores de los cuarteles para dar cuenta del movimiento que se pudiera advertir en ellos. Fue uno de estos grupos el que, minutos después de las cinco de la mañana, telefoneó a Comisaría para decir simplemente:

—¡Ya salen!
Momentos después, el jefe del gabinete de prensa de la Presidencia, Joaquín Vila-Bisa, entró precipitadamente al despacho del Presidente, desde donde éste acababa de dirigir la palabra a través del micrófono al pueblo de Cataluña recomendándole serenidad. Vila-Bisa se acercó al Presidente y a media voz le dijo:
—Señor Presidente, un encargo de urgencia.
El Presidente se alzó del asiento, y se llevó a Vila a uno de los ángulos de la sala. Un minuto más tarde el Presidente exclamó:
—Han salido a la calle las tropas del cuartel de Pedralbes.
Momento de intensa emoción. El Presidente, con una impresionante tranquilidad, llamó a su despacho al jefe de las fuerzas de los Mozos de Escuadra, teniente coronel Gavari. Le dio unas órdenes y a continuación salió del despacho acompañado de varios Consejeros, dirigiéndose a la parte establecida como residencia particular del edificio. Como a las seis de la mañana, el Presidente salió de la Generalidad haciala calle, y dirigiéndose a los que le acompañaban, dijo:
—Dejarme ir solo. Voy a la Comisaría General de Orden Público. Quiero estar al lado de Escofet.

«DISPUESTOS A VENCER O MORIR»

La llegada del presidente Companys a Comisaria fue emocionante. Los Guardias de Asalto, agentes de policía y otras personas que estaban en el edificio, lo recibieron con aclamaciones y vivas. El capitán Federico Escofet y Alsina, entonces Comisario, se encontraba reunido con el comandante Vicente Guarner y el teniente coronel Alberto Arrando, jefe de las fuerzas de Asalto. Luis Companys, al irrumpir en el despacho, exclamó:
—Bien, señores. Aquí estamos dispuestos a vencer o morir.
Escofet telefoneó al general Llano. Llano tardó unos minutos en ponerse al aparato. Primero se puso su hijo; después un jefe del Ejército.
— Qué hay?
— General: han salido las tropas a la calle. Si no actúa usted o no puede actuar inmediatamente, yo tomaré la iniciativa, atacando, si es necesario, Capitanía.
— No puede suponer en mí la más pequeña deslealtad.
Después el presidente Companys comunicó con Llano:
— Estoy en la División —dijo el general—y me defenderé hasta el último momento.

Las tropas ya estaban en la calle. Pero hacía dos días que el capitán Escofet había tomado las medidas correspondientes. Organizó cuatro concentraciones de guardias. Con el comandante Guarner estudió minuciosamente el plano de Barcelona. Es decir, tenía previsto el ataque calculando las intenciones de los sublevados. Suponía, con razón, que éstos se lanzarían contra la Comisaría, contra la Gobernación, contra la División (capitanía) y contra la Generalidad.

Guarner expuso a Escofet la necesidad de que saliera inmediatamente la Guardia Civil. El mismo llamó por teléfono al general Aranguren para decirle que formase sus fuerzas en Gobernación (gobierno civil).
—Están distribuidas —dijo Aranguren.
—No importa. Concéntrelas.


COMO SE DESARROLLÓ LA LUCHA

Según la prensa barcelonesa del miércoles 22 de julio de 1936, la lucha se inició y desarrolló en la siguiente forma:
A las cinco menos cuarto de la madrugada sonaron en la plaza de la Universidad los primeros disparos. Asimismo había disparos en la parte alta de la ciudad. El movimiento subversivo se había producido en Barcelona estableciéndose entre la Guardia de Asalto y Seguridad y las fuerzas sublevadas que procedían de los cuarteles de Pedralbes, donde se alojaba el Regimiento de Infantería número 13, y de las de la calle de Tarragona, regimiento de Caballería número 10.

Las tropas sublevadas habían conseguido avanzar por las calles de la izquierda del Ensanche, dirigiéndose una parte de ellas hacia la Plaza de España, mientras otra columna llegaba a la de la Universidad, teniendo antes que tirotearse con elementos pertenecientes al «Centre d'Esquerra Republicana» instalado cerca de esta plaza. El segundo choque fue con la sección de Guardias de Asalto que pasaba por la calle de Cortes. Estas secciones de tropas sublevadas fueron secundadas por núcleos de paisanos uniformados que daban vivas al fascio.

Tanto las tropas sublevadas corno estos últimos elementos paisanos ocuparon la plaza de la Universidad, donde emplazaron ametralladoras y morteros instalándose en el edificio universitario.

Una parte de las fuerzas militares avanzó en columna por la Ronda de la Universidad en dirección a la plaza de Cataluña, y al llegar a este lugar, y en la creencia de que luchaban con ellos los Guardias de Asalto y Seguridad que prestaban servicio en dicha plaza, se confundieron los individuos pertenecientes a estos cuerpos con los soldados entablándose un cuerpo a cuerpo.

Unos cuantos soldados mandados por oficiales llegaron hasta el edificio de la Telefónica en cuya puerta principal prestaba servicio de vigilancia un grupo de agentes de Policía de la Generalidad y de Guardias de Seguridad, al mando del teniente Perales. Se entabló otro cuerpo a cuerpo y, cuando se encontraban confundidas las fuerzas leales y las facciosas, uno de los oficiales de mayor graduación de las segundas requirió a las primeras para que se rindieran. No obedeciendo a este requerimiento y repuesta la Policía de la sorpresa, se produjo entre ambas fuerzas un gran tiroteo del que resultaron varias víctimas por las dos partes, entre ellas el teniente Perales.

Debido a la superioridad numérica de las tropas sublevadas y a la sorpresa del ataque, los elementos rebeldes lograron apoderarse de la Telefónica. Simultáneamente otros elementos facciosos que integraban la columna que logró avanzar hasta la plaza de Cataluña, se hicieron fuertes en los edificios del Hotel Colón, Círculo del Ejército y de la Armada y en los salones del restaurante «Maison Dorée», donde establecieron concentraciones y apostaron en los jardines algunos nidos de ametralladoras.

Otra columna de tropas rebeldes que avanzaba por la Avenida del Catorce de Abril (Diagonal) con intención al parecer de descender por el Paseo de Gracia o por la calle de Lauria en dirección al centro de la ciudad, fue obligada a replegarse y desistir de su propósito después de una lucha que duró más de hora y media. Una sección de Guardias de Asalto causó a los rebeldes numerosas bajas.

Otras tropas sublevadas que habían salido de los cuarteles de la calle de Gerona y de los de Artillería de San Andrés, avanzaron por las calles de la derecha del Ensanche en dirección a la plaza de Urquinaona con el propósito asimismo de penetraren el centro de la ciudad y apoderarse de los principales edificios oficiales. Antes de llegar a dicha plaza, encontraron una enérgica resistencia por parte de los Guardias de Asalto y Seguridad, los cuales, con fuego de fusilería y ametralladoras, consiguieron poner a raya a los rebeldes.

No obstante, la lucha se prolongó durante más de dos horas, pudiendo las tropas facciosas montar algunas piezas de artillería y una sección de ametralladoras en la calle de Cortes entre Claris y Bruch y abriendo fuego intentaron avanzar, pero la reacción de las fuerzas leales al Gobierno fue aún más enérgica, consiguiendo así impedir el avance de las fuerzas sublevadas.

La acción de las tropas sublevadas fue decayendo a medida que fracasaron los repetidos intentos de los facciosos de avanzar por la Avenida de la Puerta del Ángel. La dispersión total de estas fuerzas se produjo al entrar en combate la Aviación, que operaba al lado del régimen republicano y que con sus ametralladoras desmoralizó a la caballería rebelde, al par que les causaba numerosas bajas. Por otra parte, en aquel sector de la ciudad entraban en lucha elementos armados de las milicias obreras y políticas, los cuales, con intenso fuego de fusilería y arma corta, atacaron por los flancos a los artilleros hasta ponerlos en dispersión, dejando abandonados los cañones y todas las municiones”

(Fin de reseñas textuales)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ROMERO, LUIS. “TRES DÍAS DE JULIO”. Colección Horas de España. Ediciones Ariel. Barcelona, 1967
ZUGAZAGOITIA, JULIÁN. “GUERRA Y VECISITUDES DE LOS ESPAÑOLES”. Librairie Espagnole, 1968
PRESTON, PAÚL. “EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL”. Editorial Debate. Madrid, 2008
GIBSON, IAN. “EN BUSCA DE JOSÉ ANTONIO” Colección Espejo de España. Editorial Planeta. Barcelona, 1984
TAGUEÑA LACORTE, MANUEL. “TESTIMONIO DE DOS GUERRAS”. Ediciones Oasis. México, 1973



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