Alfonso Silva Santisteban
Hace nueve años, a los 14, Livia Silvano aprendió a usar una cámara de video en el local comunal de su barrio, en la zona baja de Belén, en la
Amazonia peruana. Desde niña había participado junto con su madre en talleres que utilizaban el arte para crear y para abordar temas complejos como la violencia infantil o de género, facilitados por educadores populares de la ciudad.
En
Iquitos, la ciudad más grande del mundo sin acceso por carretera, no hay escuela de cine. De hecho, en todo el Perú no existe una escuela pública de cine. “Aprendimos sobre la cancha”, dice Silvano, quien se formó en talleres comunitarios como los del proyecto canadiense Kinómada o el local Ícaro. En 2023 ganó un fondo nacional para dirigir Bufeo, su primer largometraje, una historia que denuncia el abuso sexual infantil, camuflado en el mito amazónico del delfín de río que embaraza a las mujeres.
Junto con Silvano, un grupo de jóvenes se han convertido en cineastas a través del cine comunitario, la asistencia en producciones nacionales e internacionales y el deseo de mostrar su Amazonia. Entre el 15 y el 26 de mayo, organizaron el
Muyuna Fest, un festival flotante de cine para defender las selvas del mundo.
En la Amazonía peruana, la muyuna es el remolino que se forma en el río y es también una conexión con el mundo místico subacuático. “La puerta de entrada a las ciudades dentro”, dice Leonardo Tello, comunicador kukama y director de la Radio Ukumara en Nauta.
El festival empezó con tres talleres simultáneos de creación de cortos. “Es la oportunidad de escribir y desarrollar sus historias”, dice Silvano, quien años atrás participó en una experiencia similar. Sentados en el piso, unos 20 adolescentes y jóvenes de Iquitos, Cusco, Huánuco, Lima o Puno afinaban sus guiones, discutían sus planes de rodaje, locaciones, horarios y los escribían en papelotes.
Paralelamente, en una de las barcas que navegan el Amazonas desde Pucallpa hasta Iquitos, ocho artistas participaron en un laboratorio de cuatro días. Llegaron para la inauguración del festival y proyectaron sus cortos en el puerto de Masusa, uno de los
principales de Iquitos.
“Aprender haciendo es parte de la forma de aprendizaje en la selva. Desde chiquitos”, dice Natalia Power, educadora social, quien trabajó con Livia Silvano cuando era niña. También acompañó el proceso de formación de cineastas como Luis Chumbe, quien inició a Silvano en los talleres en Belén.
Daniel Martinez y Julio Blanca, codirectores del Muyuna Fest, también encontraron el oficio del cine en el Perú y la Amazonia. Ambos españoles, llegaron al Perú hace más de 10 años y junto a un equipo de alrededor de 30 personas, la mayoría muy jóvenes, crearon el festival.
CINE INDÍGENA, CINE AMAZÓNICO
“¿Quién es dueño de la historia?; ¿el que graba?”, le pregunta Micha Huamán, uno de los facilitadores en la comunidad de San Antonio de Pintuyacu, a Silvia Diaz, protagonista de uno de los cortos. “Lo que hemos grabado es su historia”, remarca Huamán.
San Antonio se encuentra a tres horas y media de Iquitos en deslizador. Concentra a la mayor población de origen ikitu en la región. El Pintuyacu forma parte de la cuenca del río Nanay, que abastece de agua a Iquitos. Hoy está amenazada por la
creciente minería ilegal que draga oro y lo lava con mercurio en el agua.
Como decenas de personas de su generación, Diaz dejó su comunidad siendo adolescente, cuando fue llevada a trabajar a la ciudad por un visitante. En Iquitos fue empleada doméstica. Dejó atrás su idioma y tradiciones. Volvió a San Antonio el 2021 por la pandemia. Ahora trabaja en su
chacra y es parte del comité de cultura de la comunidad. “Es como un renacer”, dice Díaz, de 46 años, quien enseña ikitu e historias del pueblo a los más jóvenes. “Aprendo y enseño”, dice mientras la filman Cristina Benitez y Briana Paduro, de 15 años, quienes escuchan su relato.
El corto que grabaron se llamó Ayaymama, la leyenda de dos niños abandonados por su padre en el monte, quienes volvieron a casa en forma de ave. “Su música es triste”, dice sobre el canto nocturno del ave Bryan Tapayuri, de 16 años. Él es el encargado del sonido. “Soy como la Ayaymama”, dice Diaz. Salió del hogar y volvió transformada. Luego de cinco días de trabajo, los 15 talleristas presentaron tres cortos en la cancha de fútbol de la comunidad. Días después, los exhibieron en la Plaza Castilla de Iquitos.
“Lo más importante es recoger memorias. Individuales, colectivas, biografías”, dice Leonardo Tello, quien facilitó un taller de cine indígena con jóvenes maijunas, ikitus y kukamas durante el festival. “Lo que no está en la iglesia o las universidades está ahí”. Para él, es lo inefable lo que le da identidad al cine indígena amazónico. “Los indígenas vemos en igualdad a otros seres que deciden cosas importantes en la Amazonia, pero que no son humanos”, dice.
EL ESCENARIO
Livia Silvano sonríe, agita los brazos y grita: “¡Rafita!”. Rafael Silvano, a quien llama, es su padre y el protagonista de su primer corto. El hombre, que tiene medio cuerpo en el agua, esquiva las maderas del escenario en construcción y se acerca a la canoa por la que se desplazan en el río Itaya, que inunda la zona baja de Belén por seis meses cada año.
El escenario principal fue diseñado por arquitectos de la Asociación Espacio Común y construido por carpinteros locales, liderados precisamente por Rafael Silvano. La estructura asemeja las casas palafíticas, con columnas y vigas a la vista. Para Silvano y su equipo, montar la estructura de 10 metros de altura fue una tarea ardua, pero conocida. Así construyeron sus casas. “Aprendí mirando, desde cuando era joven a mis 17”, dice Silvano, quien hoy tiene 64.
Además de talleres, el festival incluyó conversatorios y proyecciones en plazas, bares o uno de los principales cines de Iquitos. El fin de semana, las familias beleninas y visitantes llegaron en canoas a lo que, en época seca, es la cancha de fútbol afuera del colegio San Francisco. Las proyecciones incluyeron la selección del jurado de entre más de 1000 cortometrajes de Brasil, Colombia, Ecuador, India, Perú, entre otros.
El sábado, los asistentes quietos sobre las canoas levantaban la vista hacia la pantalla. Resonaba el canto en awuajún de un anciano en la proyección del corto peruano Un día de Cumbia. Belén fue fundado por personas que vinieron desde comunidades ribereñas. La mayoría eran indígenas que tuvieron que negar su origen, idioma y costumbres y dejaron de transmitirlas a futuras generaciones para evitar ser discriminados. “¿Por qué hay tantas cosas tan importantes de la Amazonia que se ocultaron?”, se pregunta Leonardo Tello.
Durante el festival, Livia Silvano conoció a Tello, y le comentó sobre la búsqueda de su etnicidad. Tello le confirmó que su origen es kukama y que su apellido materno, Pacaya, es emblemático en su pueblo. “Descubrir que tienes sangre indígena me emociona un montón”, dice Silvano sonriendo. “Siento que aquí dentro ya no son como mariposas, sino como remolinos. Como muyunitas”.
EL PAIS