Elías Farache S
Una guerra entre quienes ven en las víctimas una desgracia, y entre quienes capitalizan las víctimas como forma de demonizar a su enemigo ante un mundo impasible al dolor, siempre dispuesto a exigir a Israel un estándar de comportamiento muy particular.
Cuando van ciento ochenta días y más de guerra, Israel vive momentos dramáticos. Hamas no ha sido depuesto, a pesar de haber sido reducido y estar Gaza destruida en buena parte, y percibe como evidente que un cese al fuego le daría tiempo y recursos necesarios como para seguir siendo una amenaza vital para Israel en breve plazo. Los secuestrados no han sido rescatados, y cada día parece más probable que muchos estén ya muertos. Los familiares de los secuestrados no pueden menos que desesperarse, pues los resultados de la ofensiva militar no han devuelto a sus seres queridos a casa. Las negociaciones en Qatar y Egipto, con la anuencia y participación de varios entes, se han prolongado por una eternidad. La protesta de los familiares ante el gobierno de Israel, únicos oídos dolientes de ellos, contribuye al desgaste de quienes tienen la responsabilidad de llevar a cabo esta campaña militar sin precedentes.
El objetivo de Hamas de deslegitimar a Israel se ha conseguido. Hasta los Estados Unidos de América se olvidan de lo ocurrido el 7 de octubre de 2023. Israel es presionado para bajar la intensidad, proveer ayuda humanitaria aún a sabiendas que esto fortalece a Hamas. La imagen de Israel en el mundo es muy golpeada, aunque le asista la razón.
Irán y sus proxis actúan con eficiencia. Desde Líbano, el norte de Israel está amenazado, bombardeado y su población ha emigrado sin fecha de regreso. La inminencia de un conflicto con Hizbolá ante la imposibilidad de una salida diplomática, no es nada alentador.
El frente más problemático de Israel es el interno. Veinticuatro horas al día, televisión, radio y prensa, informan y comentan acerca de los acontecimientos y las acciones de las Fuerzas de Defensa de Israel. La inmediatez de la información termina aturdiendo, y todos quienes opinan se atribuyen una experticia abrumadora. Siendo que no existe un gobierno de unidad nacional, y que la misma coalición incluyendo a los añadidos ministros para el gabinete de guerra, tienen incluso entre ellos serias diferencias, que además se hacen públicas y son comentadas. La politización del conflicto y de como se percibe y se transmite al público, genera un clima permanente de desesperación. Es increíble que, en plena guerra que amenaza hasta la existencia misma, la libertad de expresión esté por encima de la seguridad de los ciudadanos. Una cosa es libertad de prensa, crítica e intercambio de ideas. Otra muy peligrosa es la descalificación permanente de unos y otros, la discusión pública de temas delicados e internos, la medición permanente en encuestas de opinión que predicen las eventuales coaliciones en caso de haber elecciones en el momento medido.
En 1967, cuando tuvo lugar la Guerra de los Seis Días, se estableció un gobierno de unidad nacional que incluía a personajes históricamente enfrentados. Ante el peligro, privó el respeto y la disciplina. También cierta necesaria discreción. Cuando se había ganado en los frentes egipcio y sirio, Menachem Begin tuvo a bien recomendar que se tomara Jerusalén. Efectivamente, en 1967, Israel logró tomar Jerusalén luego de casi dos mil años de no haber soberanía judía sobre toda la ciudad. Si en 1967 hubieran existido lo adelantos comunicacionales de hoy día, cuatro canales de TV transmitiendo todo el tiempo y con paneles ininterrumpidos, las estaciones de radio con entrevistas sin parar, las redes sociales explotando… ¿Qué comentarios hubiera generado, por tomar un ejemplo, la propuesta de Begin y las respuestas que seguro hubo a esa propuesta, incluyendo la opinión de David Ben Gurion? De haber habido una transmisión en tiempo real, difundida y comentada 24x7, ¿hubiera tenido el mismo resultado la Guerra de los Seis Días? Quiere uno pensar que sí, pero sabemos que no.
Las divisiones y enfrentamientos en la política israelí son demasiado fuertes. No obedecen ya a posturas ideológicas solamente, ni a criterios necesariamente lógicos. Existen demasiados intereses particulares, antipatías y una falta de respeto que avergüenza. No se respeta la majestad de los cargos y se cuestionan todas las decisiones como si fuera que hay mala intención y poca entrega, algo que definitivamente no es así. Se descalifica a quienes critican también. El ciudadano común, que está movilizado, o con familiares movilizados, sufriendo la crisis económica de un conflicto sin fin, preocupado y ocupado por su misma seguridad y supervivencia, se desmoraliza. Las divisiones internas deben ser un aliciente y motivo de celebración para los muchos enemigos de Israel.
Israel va a ganar la guerra porque no tiene otra opción. Desaparecer no es algo que se puede considerar. Pero urge un tratado de paz interno, entre todos los que hacen vida en Israel, para poder asumir esta desagradable situación con algo más de fuerza, confianza, optimismo y entereza. Es evidente la soledad de Israel, es dramático que tener la razón no basta, es frustrante que los aliados y amigos den la espalda porque hay otros intereses, otras prioridades.
Sí, diferencias aparte, urge un tratado de paz. Un tratado de paz interno en primer lugar. Luego habrán de corregirse los entuertos.