Elías Farache S
Se cumplen ciento veintiocho días de guerra con Hamas. Una guerra muy poco convencional en muchos aspectos, que tiene sometido a todo Israel a una presión siempre creciente. Una guerra que tiene demasiadas circunstancias extrañas, la primera de ellas el nulo reconocimiento de muchos, casi todos, de precisamente las extrañas circunstancias.
El detonante de la guerra fue la masacre del 7 de octubre, que además de cobrar 1200 víctimas, secuestró a más de 250 personas de la cuales aún hay 135 en cautiverio sin fe de vida cierta. Todo esto acompañado de una lluvia de cohetes, y celebraciones que consideraban una salvajada como un acto de profundo heroísmo. La solidaridad con Israel se hizo presente, casi obligada por lo dantesco de la situación, y con una efímera duración. Israel es apreciado como víctima, pero poco tolerado ejecutando su defensa, por más legítima que sea.
Así las cosas, a cuatro meses de un atentado monstruoso, se adjudica la responsabilidad a Israel y su gobierno respecto a la situación humanitaria y un eventual cese al fuego. Todos están de acuerdo en que Hamas debe ser depuesto de Gaza, pero se exige a Israel que la operación militar cumpla condiciones imposibles. Porque esas condiciones, que colidan ante la utilización de escudos humanos e infraestructura civil, es obra de Hamas, no de Israel.
Es un extraño caso de guerra en la cual la parte agredida y vejada, que cumple con la legalidad internacional, es a quien se le exige solucionar el problema, cuidar formas imposibles. Israel debe suministrar y permitir ayuda humanitaria en cantidades industriales, a sabiendas que será utilizada y administrada por Hamas. Que esa ayuda permite a Hamas mantener y repotenciar su infraestructura de combate y terror, de control de su población. Centenas de camiones todos los días, luz, agua, internet. Extraño. Algo más que eso.
Israel ha mostrado pruebas fehacientes y concluyentes. Se sabe que en Gaza se construyeron y están operativos túneles interconectados de más de 700 kilómetros, a profundidad de más de 20 o 30 metros. Comparable al metro de Londres o de Nueva York. Una obra de ingeniería que requiere de dinero, experticia, ingeniería, materiales, mano de obra, logística. Y se insiste en describir a Gaza como una zona bloqueada, una cárcel a cielo abierto. En las profundidades de los túneles se han encontrado evidencias de presencia de rehenes, de armamento. Nada de esto parece impresionar a quienes insisten en obligar a Israel a treguas mortales, acuerdos suicidas.
Se han mostrado y demostrado los arsenales debajo de hospitales y escuelas. Debajo de casas de familia. Se desenmascarado a instalaciones debajo de facilidades de la UNRWA, se ha demostrado la participación de sus funcionarios en actos criminales. Extrañamente, todas estas evidencias y otras tantas son asimiladas por quienes acusan y por quienes apoyan a Israel con una pasmosa pasividad que no apoya a la causa justa.
Se le ha presentado a Israel una propuesta de canje de rehenes que es una forma de decir que no se quiere ningún acuerdo que no signifique la permanencia de Hamas en el poder y control de Gaza. Todos saben esto. Los negociadores de un eventual acuerdo, al establecer negociaciones directas o indirectas, legitiman al terror como mecanismo de negociación y abren las puertas para que, en el futuro, la toma de rehenes constituya una muy remunerativa iniciativa. Mientras en Doha se les da a personeros de Hamas el trato de funcionarios de estado, a ciudadanos mal llamados colonos, cuyas vestimentas son menos elegantes que la de los huéspedes de lujosos hoteles, se les congelan cuentas bancarias domésticas, que no receptoras de cuestionables fondos. Otro elemento de extrañeza.
La victoria de Israel y la seguridad necesaria de su ciudadanía, pasa primero por la deposición de Hamas. Eso también lo saben todos. Si la dirigencia última de Hamas se atrinchera en Rafah, es evidente que Israel debe ir a controlar Rafah. Todos saben que los daños colaterales, esa antipática manera de denominar a las lamentables bajas de civiles inocentes, pero estratégicamente ubicados en la mira por nada menos que Hamas, es algo casi inevitable en el fragor de la ofensiva militar. Se le pide a Israel no efectuar la operación militar, asumir una derrota de antemano y dejar a Gaza en manos de Hamas en el tan mentado “día después”. Pero no se exige, sin titubeos, la rendición inmediata de Hamas, y la liberación de los rehenes en manos de la organización. Estas dos acciones, ciertamente, evitarían cualquier ofensiva israelí, cualquier daño colateral o directo. Extraño que todos lo sepan y sea tan poco mencionado. Se sabe cuáles son las condiciones para el fin de la guerra, pero no son exigidas a la parte que las puede proveer inmediatamente.
Entre las extrañezas de esta larga guerra, está el manejo de ella como un “reality show”. Los noticieros y programas de radio y televisión de Israel cuentan con paneles de entrevistadores y entrevistados todo el día, desde el mismo 7 de octubre de 2023. Cada acción militar o del gobierno, cada evento, cada decisión, es analizada en forma minuciosa. Todos son expertos, todos opinan y todos están en lo correcto. Si David Ben Gurion hubiera tenido en 1948 cuatro canales de televisión y docenas de emisoras de radio en tiempo real comentando sus acciones y decisiones, quizás no hubiéramos tenido el Israel de hoy. Incluso sin mala intención, las autoridades nacionales, cuya responsabilidad es ineludible e indiscutible, son cuestionadas de manera tal que se atenta contra la credibilidad y seguridad necesaria en una situación tan delicada como la que vive el estado de Israel.
Es este un extraño caso de guerra. Lo más extraño será, con favor de Di-s, la victoria de quienes tienen la razón y la justicia de su lado, a pesar de estas y otras extrañas circunstancias.
Es el extraño caso de la guerra Israel-Hamas. Como la extraña historia del pueblo judío.