Waleska Perdomo Cáceres
Desde lo espiritual, Venezuela ha vivido tiempos difíciles que ha necesitado de mucha fuerza interna para superar la quiebra moral de un gran sector de la población. Ha sido fragmentada, quebrada de todas las formas posibles. Abandonada y defraudada. Ya no es una extensión geográfica, ni un pedazo territorial. Es un estadio del ser, un recóndito espacio del alma, donde vive la esperanza y la fe. Desde ahí el venezolano ha aprendido de la humildad, de la empatía; a ser más humano, constante y a que le importen las cosas. Más aún, a que le importen los demás. Ésta es quizás la lección más grande que ha dejado este tiempo, una evolución que siempre estuvo escrita en nuestro contrato de vida.
Tocó vivir cuando es necesario el desarrollo de ciertas habilidades para volar en el mundo interno. En un trozo de historia dónde se comparten los mismos retos, las mismas cicatrices, sin importar a dónde se haya querido escapar. Es una condición kármica que implica que los actos individuales, afectan colectivamente. El resultado de los pensamientos, acciones y deseos de todos, implican la manifestación de las realidades sociales en tiempos grandes y pequeños. La caída o el levantamiento de las naciones se deben a ese karma colectivo; dónde los actos de la justicia nacional o la criminalidad colectiva son las que logran el ascenso o descenso de los países.
Desde esta Venezuela fragmentada, se ha logrado el desarrollo de un mejor corazón. Uno que permite ayudar a otros con mayor amor, más compasión. Con unidad y menos indolencia. Pues las enseñanzas más profundas, son las provienen del fuego de la vida: las circunstancias que transforman la profundidad del ser para que florezca un país diferente, más fuerte. Una nueva generación de ciudadanos que conservan su altruismo, su dedicación y servicio a otros.
En ese espacio se ha desarrollado una profundidad humana capaz de tender la mano para ayudar, para socorrer a aquellos que más lo necesitan. Es cuestión de brindar el apoyo a quien se siente derrotado, desesperanzado o mal herido. Todos absolutamente todos hemos hecho el diezmo monetario o de soporte emocional a alguien al que no conocemos, pero que ha necesitado de esa sensibilidad que antes no se tenía y ahora se comparte.
Es la ganancia de una musculatura espiritual. Una fortaleza interna que ha permitido sobrevivir para salir triunfante de las batallas. Maltrechos, malheridos, decepcionados pero aún con fuerzas para continuar. Para lidiar con un país roto, resentido, separado. Venezuela está en tránsito de ser otro país, está superando lecciones de pobreza, indolencia, indiferencia, de flojera y de opresión, pues se ha abusado de la corrupción y del poder, separándose del necesitado. Todo ello transcurre en un país inmensamente rico en petróleo, minerales, aguas marítimas y grandes extensiones terrestres; a pesar de ello, muchos no pueden, ni tienen por qué preocuparse por un mañana mejor, si apenas sobreviven el día presente.
Es un proceso del alma inacabado dónde se aprende a controlar las urgencias de la personalidad. Se está entendiendo cómo se procesa la compasión, a cuidar al otro, a no herir. A tener una conexión espiritual con el poder más elevado, que es necesario para no sentirse vacío. Para saber diferenciar entre el bien y el mal, para conocer dónde está la borrosa línea del juicio moral en dónde falla la ética y las virtudes. Se está superando una crisis espiritual que llevará a otros niveles de la vida material y a comprender la necesaria conexión divina.
En estos años duros, en medio de cualquier cantidad de circunstancias, ha prevalecido lo mejor de cada quien. En medio de la vorágine dónde la población fué llevada al límite, se han visto comportamientos individuales y colectivos inéditos para poder afrontar estos escenarios. Es el nacimiento de una nación fortalecida. Por lo que se debe ver más arriba de arriba, estudiando con calma las causas que han llevado a la situación actual, para tratar de establecer lo que se puede hacer para remediarlo. Ayudar a educar, tratar de influir en la opinión pública de forma positiva. Esto puede parecer difícil y lento, pero es lo mejor que una persona puede hacer para ayudar a su pueblo.
Así que todo el crecimiento espiritual obtenido, que se ha ganado en estos años difíciles, será traducido en grandes alegrías. Dios renueva sus promesas, todas las mañanas. Solo por eso, hay que tener la certeza de que nuestras lágrimas serán estrellas.