Alfredo Toro Hardy
La edad y aparente fragilidad del Presidente Biden se han convertido en un importante tema de campaña. Cierto es que en las elecciones de 2020 nunca se comprometió a no buscar la reelección es caso de ser electo, lo cual hubiera diluido de manera importante su poder. Sin embargo, si dio a entender que la suya sería una presidencia de transición, un puente hacia las nuevas generaciones de su partido. Aunque poco después de ser eventualmente reelecto cumpliría los 82 años, Biden ha optado por convertirse en el portaestandarte de su partido de cara a la nueva contienda electoral. La pregunta obvia es: ¿Por qué lo hace?
Dejar el poder es siempre un tema complejo. En un artículo reciente, Branko Milanovic señalaba: “Cuando el poder se transforma en el objetivo, como lo es siempre entre los políticos y particularmente entre los autócratas, no hay cantidad de bienes materiales que puedan convertirse en substituto adecuado del poder” (“There is no exit for dictators”, Global Policy, 7 November, 2023). Biden, desde luego, no es un autócrata. Sin embargo, si las reglas de juego se lo permiten, la vocación de poder en su caso no difiere de la de un dictador cualquiera. Abandonar voluntariamente el poder, o la expectativa realista de este, resulta doloroso.
De hecho, se trata de la misma razón por la cual siendo 38,9 años la edad promedio del ciudadano estadounidense, la edad promedio de los senadores de ese país sea de 65,3 años. Si la gerontocracia era el elemento distintivo del Buro Político de la Unión Soviética, donde la edad media de sus miembros era 70 años, lo cierto es que el Senado de Estados Unidos le sigue de cerca los pasos. Sobre todo, porque tal promedio va aumentando con cada año que pasa (Tzippy Scmilovitz, “When America’s most powerful people refuse to retire”, YNETnews.com, August 12, 2023). Aunque claramente disminuida por la edad, la Senadora Dianne Feinstein se mantuvo en su cargo hasta que le llegó la muerte a los 90 años, en tanto que Mitch McConnell se aferra a su condición de Líder de la Fracción Minoritaria del Senado, a pesar de haberse quedado congelado mientras hablaba en un par de oportunidades. De la misma manera, Nancy Pelosi se mantuvo como Líder de la Cámara de Representante hasta los 83 años, mientras Bernie Sanders a los 81 sigue siendo la voz progresista más visible del Senado. En síntesis, la manera en la que Biden busca aferrarse al poder no constituye una excepción dentro de la política estadounidense. Como tampoco lo es, por cierto, el objetivo de reconquistarlo que evidencia Donald Trump a sus 77 años.
Pero en adición, la actitud de Biden tiene mucho que ver con la que prevalece dentro su propia generación, caracterizada por no querer retirarse y por su dificultad por contemplar la vida más allá de lo profesional. Es decir, por su deseo de aferrarse a cualquier cuota de poder, prestigio o actividad de la que dispongan, por tanto tiempo como les resulte posible (Conor Friedersdorf, “How Old is Too Old in Politics?”, The Atlantic, October 31, 2022). Caso célebre en este sentido lo representó la Juez de la Corte Suprema de Justicia de ese país, Ruth Bader Ginsburg. Energizada por su trabajo, y a pesar de su avanzada edad, ésta se resistió a retirarse de su cargo cuando el Presidente Obama se lo propuso. El objetivo de este último era designar a un magistrado de orientación Demócrata más joven, susceptible mantenerse en la Corte por varias décadas más. Al producirse su muerte, ya bajo Trump, Ginsburg fue substituida por un juez conservador que inclinó la balanza de la Corte Suprema en esa dirección. El peso de las convicciones, en su caso, resultó menor que su deseo de mantenerse vigente y activa tanto como le fuese posible. Ello, desde luego, se ve posibilitado por los avances de la medicina que han prolongado el lapso de la vida humana. Como bien dice el dicho, los sesenta o los setenta de hoy son los nuevos cincuenta o sesenta.
A todo lo anterior se suma el sentido de misión en Biden. En su discurso del Estado de la Unión de 2023, este hizo un listado de sus logros, así como de su visión de futuro. Durante el mismo repitió, una y otra vez, la misma frase: “Finalizar el trabajo”. Dando el impresionante record de realizaciones legislativas que ha logrado materializar, sin precedentes desde los tiempos de la “Gran Sociedad” de Lyndon B. Johnson, Biden pareciera sentir un compromiso con la historia. Asegurar su lugar dentro de ella, y su rango entre los presidentes de Estados Unidos, constituiría así su objetivo. Bajo este contexto, aferrarse al poder se identificaría con consolidar los logros obtenidos y sentar las bases para las décadas por venir.
Al no querer soltar las riendas, y ceder el paso a una generación de relevo, Biden ata a su partido a la alta impopularidad asociada a su edad. En momentos en que los Demócratas deberían estar beneficiándose del sin fin de problemas de Trump, y de su baja popularidad, es muy posible que este último logre obtener la presidencia colándose por los márgenes. De ser así, y al igual que en el caso de la Juez Ginsburg, su partido y la historia misma le cobrarían caro el no haber sabido irse a tiempo.