Desde muy niños nos hemos acostumbrado a los cuentos de cuna. A imaginar tramas con personajes y sucesos que viven en el mundo de nunca jamás
TRANSCOMPLEJIDAD VITAL
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Waleska Perdomo Cáceres

Donde existen las hadas, dónde los gatos hablan y tienen botas. Un mundo ficticio en dónde el arte imita a la realidad. Está metáfora de la mimesis ocurre entre lo que es posible y lo imposible. Es un susurro al oído humano que hace el Daemon Socrático, que invita a ahondar en la docta ignorancia que atrapa a la sabiduría. La misma que naufraga ante los incesantes comentarios del genio maligno de Descartes, que le implanta la duda. O lo que sugiere el Dasein de Heidegger como conciencia que determina al ser a través del tiempo y el espacio. Todos buscan trascender las fronteras que van desde el mundo sensible, hasta llegar a la physis.

Una physis que se envuelve en la Transcomplejidad vital como reflejo de la vida, que se fusiona a niveles inimaginables con la técnica como medio para crear un nuevo mundo. Desde este hilo de ideas, se levanta un constructo teórico - filosófico que emerge desde la filosofía de la tecnología y la filosofía de la mente. Muy influenciado por el pensamiento de Ortega y Gasset, con la sobrenaturaleza, y por el dualismo de Descartes. Además, se acompaña por la rebelión vitalista de Nietzsche, la opulencia de la sociedad del espectáculo de Debord, la visión postmoderna de Lipovetsky y el misticismo de Bruno. Es un relato de la modernidad tardía, algo hermético, hasta esotérico; que da cuenta de un nuevo realismo, que florece a raíz de las interpelaciones hechas con respecto al impacto de la tecnología con la existencia humana.
 
La Transcomplejidad vital, traspasa la incertidumbre ante un futuro incierto. Que recrea la escena de una ontología inédita. Con retos jamás experimentados; dónde surge un nivel de complejidad que trasciende la comprensión tradicional de las cosas. Por lo que desde su desarrollo filosófico asiste para comprender las partes y características más resaltantes de una humanidad que se sirve desde un menú de opciones técnicamente posibles. Y sobre todo, desde la transgresión de las limitaciones fisiológicas, físicas o cognitivas, que promete borrar la finitud, la tristeza, el sufrimiento o los espejismos mentales del humano biológico.


 
Ésta reflexión transcurre dentro de un tiempo futuro - presente. Que se desdibuja en lo efímero, en lo mutable. Que implica la gestación subrogada de una posthumanidad que ofrece la migración digital para extender la longevidad humana desde la reparación artificial. Por lo que se abraza a la técnica y a la tecnología para cumplir con el nuevo cometido de la evolución humana, el naturalismo biológico aumentado, por medio de la expansión de las capacidades, corrigiendo defectos y trasvasando la inmortalidad.

Ese tiempo futuro - presente es justamente, la posmodernidad de Lipovetsky. El que flota en la era del vacío, dónde se relativiza todo y la ubicuidad destruye la concepción moderna del tiempo, que desde su linealidad lograba definir muy bien el pasado, el presente y el futuro. Transcurriendo a paso lento, permitiendo dejar atrás las heridas, los daños, los traumas y los dolores; para avanzar hacia un futuro planeando. Era una concepción cuantificable, gracias al desarrollo de instrumentos y tecnologías que eran el recordatorio de nuestro propio final.

En la transcomplejidad vital el tiempo se ha convertido en una atemporalidad que proviene del devenir posmoderno fragmentado, acelerado. La inmediatez cobra una gran relevancia, todo es instantáneo: el café, la comida rápida, las esperas cortas y las respuestas son para ayer. Entonces, el tiempo se vuelve escaso, inalcanzable, efímero. Las reminiscencias se enmarañan dentro de un ovillo de posibles construcciones en un espacio-tiempo ilimitado, repetible, perfectible, lacerable. Nos vemos inmersos en una vorágine de rapidez, dónde no hay precisión, punto de partida, inicio ni orden. Es la aceleración que envuelve a la vida aumentada por lo que se confunden las fechas. Son días fuera del tiempo, por cierto: ¿Qué hora es?.



Es la hora de la migración de los seres vivos hacia la concepción Cyborg. Dentro de la transformación tecnológica del cuerpo físico, la transcomplejidad vital entiende que se puede seleccionar un rostro o hacer click en una emoción. Por lo que el humano, se convierte en un ente seleccionable, sin género, sin raza, libre de configuración biológica que emerge justamente en la encrucijada transhumana dónde es posible la conversión en cualquier cosa que permita los límites de la tecnología. Y ya no es un asunto moral o político, es cuestión de preferencia personal por lo que se reduce solo tomar una o varias opciones de la lista del nuevo nacimiento con género tecnológico.
 
El menú gira para la formación de las nuevas identidades emergentes. Seleccionando los avatares para conducirse en la hiperrealidad, por lo que es inevitable la construcción de un nuevo Yo. Que no proviene de la biología o por asignación divina. Es el Homo Deus posthumano el que selecciona la persona que quiere ser. En tiempos dónde la tecnológica asiste, repara, reconstruye y aumenta todo lo material, resultaría intrascendente elegir uno de los extremos, cuando puedes ser hombre, mujer o persona digital. Con los ojos azules, verdes, ámbar o negros, con la piel blanca, amarilla o morena, de una raza cualquiera. Es una selección intercambiable, con la que deseamos que otros puedan mirar. Es como comprar un traje.

Dentro de esta metamorfosis itinerante, la realidad física circundante es la methexis del mundo natural que contiene el empuje necesario para lograr los sueños imposibles. Sobre todo la replicación artificial como conquista de los espacios desconocidos por el hombre, dónde sólo la imaginación puede llegar. Desde la comprensión de que somos UNO, existe el reconocimiento de que todo es el centro. No solo el hombre, no solo Dios, no solo la Tierra, no solo el Sol. Estamos interpenetrados por una unicidad total, con chispa divina que nos impregna.

Es justamente en el concepto de unicidad Bruniana dónde el pleroma artificial florece con el cambio tecnológico dónde la hiperrealidad reemplaza a la realidad como la conocemos, pues se ha visto permeada por la técnica para construir un espacio de coexistencia tecnológica que ha logrado abrir una nueva etapa en la civilización buscando las respuestas en el diseño. En el advenimiento de tecnologías desconocidas y en los avances en el pensamiento humano que han logrado cambiar por completo el paisaje de lo que se considera como real en un mundo que no existe. Para convertirla en un tenso equilibrio dónde todo se mantiene hiperconectado, mezclado que fluye y se conecta de forma constante e interminable.


 
Desde esta postura singular de convergencia, la transcomplejidad vital refleja la unicidad entre la tecnología y la existencia humana, resultando de ella una fusión entre el conocimiento y la aplicación de los avances de la ciencia. Es el avance definitivo hacia el posthumanismo como postura filosófica y hacia el transhumanismo como la aplicación técnica. Su impacto en la vida humana supone la épica de la superación de los límites de la biología del hombre. Ante tal extensión, se accede a una página de la historia dónde ha cambiado el concepto de humanismo; pues se aspira a un desarrollo cada vez más maduro en espera de mayores avances transhumanos, lo que conlleva a una nueva interpretación de los signos de los tiempos.

Por ello, la transcomplejidad vital observa maravillada a la nueva humanidad que rebasa todo tipo de expectativas. Pues se exceden los límites de la utopía tecnológica que corrige supuestas desviaciones, que mató al hombre y a la verdad para crear a un humano aumentado in vitro. Un nuevo estadio de evolución inmerso en un sopor inundado por el éter tecnológico, que es la nueva alquimia. La que hace que las cosas se activen sin tocarlas con conexiones invisibles, que van por el aire con artefactos diseñados para sobrevivir en un mundo paralelo mediado por las pantallas.
 
Se vislumbra el advenimiento de un mestizaje tecnológico, que migra al pleroma artificial atemporal; que contiene un ecosistema diseñado dónde el Homo Deus reemplaza al Dios cosmogónico, el que se entroniza como el todopoderoso de su mundo diseñado en constante expansión. Dónde reina la falacia de una vida duplicada, con existencia efímera dentro de un mar de información, desbaratada, desconocida, sin estructuras. Por lo que no es de extrañar que la idea filosófica de Nietzsche de que Dios ha muerto, pueda evocar el desplazamiento de las creencias, por el dominio de la tecnología.

Dentro de la expansión de las interacciones humanas por medios digitales, es fácil modelarse una identidad, hackear perfiles o cobijarse bajo el anonimato de lo virtual, dónde la producción de pensamientos se rentabiliza en coins. Por lo que es sencillo ser fuente de información para producir verdades desde una nube transtextual. La muerte es la nueva transformación. Es el trasvase del alma a un chip, el viaje de la vida que vuelve a ser circular. Una semilla de conciencia que se mueve hacia adelante en el tiempo y que tiene la posibilidad de renacer desde la habilidad de gobernar la materia. Ver la existencia desde otro punto de vista, develar el secreto de la mismisidad dónde solo existe la luz.
 
La transcomplejidad vital complementa la felicidad con el aturdimiento. Lo físico con lo virtual. Y trae la consciencia de que el mundo tiende a creer en la mortalidad, en el proceso de la tristeza, del envejecimiento. Pero a la vez tiene la certeza de que la luz del alma se mantiene encendida dentro del cuerpo aparente biológico o tecnológico. Porque el alma no muere, es inmortal y ante este caos solo resta mantener la fe en el advenimiento de un mundo mejor.



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