En 1917 con el disco Tiger Rag, llega la primera pieza que desata la furia jazzística en la capital
EL JAZZ EN CARACAS
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Eleazar López C

Ajeno a nuestra música festiva de guasa y guachafita, o del solemne y rígido tango, que llegó a Caracas con “El choclo” en 1910, en 1917 el disco trajo el insufrible y entreverado Tiger Rag, que fue la primera pieza de jazz que se vieron forzados a tocar nuestros desvalidos músicos criollos, a partir de 1917. Hermanos de los cañoneros, que eran músicos de instrumentos encordados y charrasca, también había músicos de los que “soplaban” el clarinete, el saxofón o la trompeta, todos salidos del cuartel o de la retreta. Cañoneros y músicos de bandas eran todos gente de la orilla del Guaire o residentes de El Silencio. Los que soplaban, también convertido en obligados trovadores de la nocturnidad, eran los más indicados para organizarse en un modesto vente-tú, y así improvisar un conjunto, en un dos por tres.

En 1925, el muy joven Luis Alfonzo Larrain debutó en “La Bombonière” con un cuarteto de piano, violín, batería y bajo. El piano estaba a cargo de Eduardo Serrano y él tocaba el bajo, lo cual indica que algo de Dixieland debió asomarse en algún número de su repertorio. En 1927 el dancing-club “La India” trajo de Italia Le Perroquet, un cuarteto de multi-instrumentistas italianos que tocaban Dixieland, Ragtime y otros ritmos de moda con piano, batería, violín, saxos, trompeta, bajo y guitarra. Siguió el fabuloso “Hotel Miramar” de Macuto en 1928, que trajo de Londres a la Famous Byls Orchestra, que alternaba con una jazz band local. En algún momento tocarían estas orquestas algo parecido a un boogie-boogie o una canción de Pianola, como Ramona. En la Caracas de 1930 existían los “criollistas” que no estaban de acuerdo en lucrarse con la música y que eran enemigos acérrimos del son, del jazz y de Stravinsky. Para colmo, para entonces se tenía la noción que ser músico era sinónimo de borracho y bohemio, y de ser propenso a la perdición —la oveja negra de la familia—, porque los jóvenes debían graduarse en las profesiones clásicas o tener un oficio “decente”.

Todavía en los cuarenta se decía que no había nada peor que ser músico y chofer; y si los músicos eran desdeñados, también lo era la música. En 1935 estaba en Caracas el baterista trinitario Edmundo Ros, que alguna huella habría de dejar sobre el jazz, antes de marcharse a Londres en 1938, donde se hizo famoso. Venido de Maracaibo, también pasó un tiempo en Caracas su compatriota (pero criado en Maracaibo) Lionel Belasco, pianista que tocaba los valses criollos con fidelidad y los repetía jazzeando un poco la melodía.



BILLO Y MINAYA

Billo Fómeta llegó a Caracas en 1937, seguido en 1940 por su íntimo amigo, colega y coterráneo Rafael Minaya “Tatán”, quien armó la mejor orquesta que ha tenido el país, la cual pasmó a toda Caracas tocando (básicamente) el repertorio de Glenn Miller, que copiaba de la radio de onda corta. Otras piezas americanas las sacaba de películas, lo cual hacía con increíble rapidez. En los años de Minaya, surgió un trío de jazz, llamado Los Tres Rafaeles; dos de ellos eran el pianista de avanzada Rafael Velázquez y el otro Rafael Soteldo, luego bajista de toda la vida de la Billo’s Caracas Boys. A la par del piano moderno que exhibía Velázquez, para 1950 tocaba jazz un modernísimo piano un dandy caraqueño de la alta sociedad. Nacido rico, de Conde a Principal, vivía en el Country Club y tocaba con un grupo de aficionados afines. Se llamaba Billy Méndez y era hermano de la famosa Conny Méndez. 

Billy se reunía en el “Crystal Room”, fuente de soda restaurant con pista de baile del Autocine Los Chaguaramos. Inaugurado en 1949, ya para el año siguiente participaban en el grupo Joe Fabry, ocasional fotógrafo de LIFE y Charlie Naggy, quien se sentaba en la batería. Contaban con bajo, batería y piano, pero les faltaba una guitarra. En 1942 llegó a Caracas un arquitecto turco que habría de hacer historia en el urbanismo de la ciudad. Se trataba de Arthur Kahn, diseñador del Edificio Altamira, que aún se conserva en el lado norte de la plaza, reforma del Pasaje Zing, Edificios BECO y ACO, etc. Antes de comenzar como dibujante en el MOP, también se defendió muy bien como músico en la orquesta de Luis Alfonzo Larrain, usando el pseudónimo Peter Anders como guitarrista. En tal condición solía complementar el grupo de cultores de jazz en el Crystal Room.



APARECE ALDEMARO

A menos de la mitad de 1950, Aldemaro Romero comenzó a darle forma e impulso al movimiento de jazz en Venezuela, a la vez que Jacques Braunstein se apareció en Caracas, llegado de Brasil. Como promotor del género, Braunstein fundó el Caracas Jazz Club en 1952, con el decidido respaldo del Centro Venezolano Americano (CVA), entonces presidido por su cofundadora: Margot Boulton de Bottome. Tres años después Jacques inició su longevo programa de radio: El idioma del Jazz. Este programa lo mantuvo hasta sus días finales, tan solo cambiando de emisora, lo cual es un record en un país que se caracteriza por lo efímero. El 12 de agosto de 1956, Jacques organizó el primer concierto de esta música que se realizó en Venezuela, el cual tuvo lugar en el Teatro Nacional. De esa ocasión quedó la primera grabación de un disco de jazz hecha en el país, con John La Porta, Eduardo Cabrera y Charlie Nagy (Fantasy LP 3237).



En ese mismo año se inauguró el Hotel Humboldt, que ofrecía un grato ambiente de restaurant y pista de baile, a media luz. El conjunto estaba a cargo de Omar Jeanton, creativo y emprendedor músico que, por ser baterista, alguna atención debió prestarle a la música norteamericana, seguramente, sazonada con pasajes de jazz. Eduardo Cabrera, quien llegó a Caracas como joven pianista de la banda de Beni Moré, es el tercer as en la promoción del jazz en Caracas. El jazz fue difundido en todas partes del mundo a través de giras de buena voluntad promovidas por el Departamento de Estado norteamericano. Así fue como se presentaron en Venezuela algunos jazzistas de gran importancia. Sin dudas, el más importante de todos fue Louis Armstrong, que pasó desapercibido por Caracas en 1956. Tocó, sin éxito y sin público en la Concha Acústica y en el Nuevo Circo, con alguna mejora en el Hotel Ávila, donde alternó con la orquesta de Aldemaro Romero; pero tampoco gustó en el Aula Magna. Para suerte de su música y la de sus colegas, en los años sesenta había un programa en Radio Libertador, totalmente en inglés. Se llamaba Supper Club porque se transmitía diariamente a las seis de la tarde. Además de los éxitos norteamericanos del momento, en este programa también se colaban algunos discos selectos de las big bands, porque uno de los dos locutores norteamericanos era el nombrado baterista Charlie Naggy. La audiencia norteamericana era abundante en Caracas y, sin duda, el programa era escuchado con atención por aprendices del inglés o por venezolanos graduados en los Estados Unidos, que ya sumaban a muchos cientos, todos salidos de Venezuela al norte en los años cincuenta cuando el mundo de la Caracas de entonces estaba lleno de pan y fantasía. Parte de esa fantasía se vivía en los cabarets y abundantes boîtes; donde había chicas, champaña y shows, pero donde no había jazz.

EN EL PASAPOGA

Pero, con justicia, debe decirse que lo más cercano al jazz que pudo haberse escuchado en los cabarets caraqueños, fue el repertorio americano de la gran orquesta de Luis Arcaraz, que se presentó en el “Pasapoga” del Edificio Karam de la nueva Avenida Urdaneta por el año de 1955, cuando allí también se pudieron escuchar y ver a la de Noro Morales, y, años antes, a la de Pérez Prado y sus mambos. El jazz, como hemos dicho, fue difundido en todas partes del mundo a través de giras de buena voluntad promovidas por el Departamento de Estado norteamericano. En una ellas, envió a Dizzie Gillespie a Suramérica (en 1955). Este exitoso goodwill tour abarcó Ecuador, Argentina, Uruguay y Brasil, para luego continuar por el Cercano Oriente y Asia. La orquesta la organizó un joven desconocido llamado Quincy Jones. Después de cada presentación, Gillespie recorría los clubes de Buenos Aires, Montevideo y Río, donde tocó tangos y sambas con los músicos locales. Fue tal la receptividad que tuvo su música, que en 1956 el trompetista (bajo cuya batuta alguna vez tocó el pianista venezolano Pedrito López), le escribió al presidente Eisenhower para que hiciera todos los esfuerzos posibles por mantener estas giras: “El jazz es nuestra música folklórica que se comunica con toda la gente, independientemente de su lenguaje o de las barreras sociales. Yo le pido que haga todo lo posible por seguir usando este invalorable medio de expresión del cual debemos sentirnos orgullosos”. Eisenhower cumplió y así fue como se presentaron en Venezuela algunos jazzistas como Duke Ellington, quien lo hizo en el Centro Venezolano Americano. Bajo los mismos auspicios del Departamento de Estado, Woody Herman, que tenía una banda de mucho carácter, la cual resultó ser un trabuco de orquesta, se presentó en Caracas en 1958, pero los conservadores lo tildaron de “sacrílego”, pues había osado violar el recinto sagrado del Teatro Municipal con su vil música, tildando a su maravillosa orquesta de “conjunto”. Pero, entonces, ya el mundo del jazz local había arrancado formalmente con la creación del Caracas Jazz Club, que desde 1952 congregó a simpatizantes y entusiasmó a algunos comerciantes a abrir un par de locales, como Le Mazot, donde había música caliente donde instrumentistas de todo tipo se aparecían para dar rienda suelta a sus “descargas”, con buenos solos de saxofones, trompetas y trombones, y pianistas Gerry Weil (austríaco, Premio Nacional de Música 2008), Eduardo Cabrera (su maestro), Aldemaro Romero (original con la fusión de lo criollo con el jazz, no con la Bossa Nova), Juan Carlos Núñez, Julián Romero entre otros,



ABRE JUAN SEBATIAN BAR .

Pero, aparte de esos destellos puntuales de esa música en Caracas, todo estaba difuso y con escaso público, hasta que abrió el Juan Sebastián Bar. Eso ocurrió en 1973, cuando se logró presentar el jazz dentro de un cálido ambiente de media luz, como parte integral de la diversión habitual de una amena fiesta de sociedad. De ese modo el jazz, ya con pasaporte social, comenzó a tomar cuerpo desde el ya histórico Juan Sebastián Bar. Ahora, cincuenta años más tarde, el jazz en Juan Sebastián es un show.

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