Juvenal Ravelo
Conocí a Julio Cortázar en París en los años 60 del siglo 20, en el foro de una exposición histórica titulada "América no oficialista", dónde también participaban otros compatriotas latinoamericanos, como Julio Le Parc, Sergio Camargo, Arthur Pisa, Contrae Netto y José Gamarra. Allí estábamos reunidos para descifrar unos cuantos problemas de la otra América, la hispana.
En uno de esos temas, Cortázar planteaba la liberación de adentro hacia afuera en el plano de la palabra, para lograr la liberación de afuera hacia adentro en el plano político.
Y si éramos capaces de tal logro para encontrar la plenitud humana en los sistemas de gobierno del continente americano, para reflexionar sobre lo que ha sido motivo de preocupación, y que recordaría más tarde Gabriel García Márquez en su discurso en la Academia sueca en el momento de otorgársele el Premio Nobel de Literatura, cuando hablando de la "soledad de América Latina", dijo: "No obstante los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestra América y Europa, parece haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural... ".
EL MAYO FRANCÉS
Desde ese primer encuentro, pasamos tiempo sin vernos, hasta los sucesos revolucionarios de mayo de 1968 en Francia, cuándo nos encontramos de nuevo en la universidad de la Sorbona, para escuchar la palabra de Jean Paul Sartre dirigida a los estudiantes que desafiaron las estructuras del poder, oponiéndose al viejo código napoleónico que regía las leyes universitarias.
En esos días, Cortázar recogió en una libreta de apuntes las protestas escritas en muros y aceras de París, a las que él llamó "Poesía de la calle", inventada por "un puñado de pájaros" apoyados por la clase obrera durante un mes de huelgas que convulsionaron al gobierno del General Charles De Gaulle. De allí en adelante, nuestra amistad y conversaciones se hicieron cada vez más frecuentes.