Isaac López
He dudado en hacer esta reseña una y otra vez. He dudado porque a mí el cine de violencia no me gusta. Me repulsan las escenas de Rambo, Terminator, John Wick y otros especímenes. Y esta película con guión y dirección de la francesa Coralie Fargeat es de los espectáculos más violentos que uno pueda imaginar. Violencia de los tiempos, violencia contra el cuerpo, violencia contra el alma, violencia contra uno mismo.
El crítico teatral venezolano, recientemente fallecido, Rubén Monasterios acuñó el término “estética del poder”, indicando que: “La imagen del poder siempre aparece cargada de sexualidad; buena parte de la influencia que ejerce tiene fundamento erótico..." y de eso va la película protagonizada por Demi Moore, modelo, actriz y productora estadounidense nacida en 1962 y quien ha acompañado nuestro tránsito en tramas como las entrañables El primer año del resto de nuestras vidas (Joel Schumacher, 1985) o Ghost, la sombra de un amor (Jerry Zucker, 1990), las magnificas Cuestión de honor (Rob Reiner, 1992) o Propuesta Indecente (Adrian Lyne, 1993). La misma que en 1996 recibió doce millones y medio de dólares por protagonizar la película Striptease y que se rapó la cabeza para La teniente Jane (1997), hasta desempeñar la venganza de las morenas en Los ángeles de Charlie: Al límite (Joseph McGinty Nichol, 2003). Adiós Farraw, allí también sale Jaclyn Smith.
Veinte años después y luego de sorprender en un desfile de la Semana de la Moda en París en 2021 por "los cambios drásticos en su rostro" (¿Renée Zellweger, Nikole Kidman, Lucía Méndez, Nacha Guevara? ¿Cuántas y cuántos más, de allá y de aquí?), Demi Moore estelariza esta película bizarra en el mundo bizarro en el que andamos. Cirugías, filtros, botox, injertos, trasplantes e implantes. No es solo no envejecer, también debes llevar las marcas y pautas de una estética determinada. Gordos o gordas nada que ver, bajitos o bajitas no clasifican en los estándares. Morenas oscuras para el exotismo de la pasarela, donde ya también la amplitud política dejó entrar a representantes de rellenitas y afectadas de vitíligo. Simulaciones. Sociedad idiotizada por la acción de los medios, rapidez como estilo y norma, aniquilación del sujeto íntimo y privado, vida que no existe si no se transmite en pantallas, exaltación de determinados patrones estéticos de belleza.
LA IGUALDAD
La Sustancia vuelve a la búsqueda de la eterna juventud. Al empeño por ser siempre iguales. Es decir, a lo absurdo. Moore es Elisabeth Sparkle, actriz y presentadora de aeróbicos de 50 años a la que el productor de su programa despide o mejor desecha por no tener ya atractivo para el público. Ante la terrible situación de perder todo lo alcanzado en su carrera, Sparkle encuentra la fuente divina, la fórmula mágica. La sustancia hará una doble de ella, una mejor versión, actualizada y repotenciada. Pero como toda oferta engañosa no debe olvidar que sigue siendo una y no dos. Debe vivir siete días como Elizabeth y siete días como Sue. El problema surge cuando la versión que dicta la modernidad quiere imponerse. Rompe el frágil equilibrio, pues la antigua versión no haya acomodo ante los exagerados requerimientos. Ya no está conforme ante el espejo. Se aísla, se esconde, no tiene vida ni cabida en ninguna parte.
Cuerpos, cuerpos y más cuerpos, desnudos, desnudos y más desnudos. Los hombres marcan la pauta. No solo el terrible productor encarnado por Dennis Quaid; los encargados del casting; los financistas del show; el vecino baboso; los super modelos con los que se acuesta Sue; sino sobre todo y principalmente los que no se ven: el público. Los que al final reciben estrambótica venganza. Pero hay una sensibilidad otra: también el antiguo compañero de escuela, tocado por los años, al que se evita y desdeña.
Margaret Qualley ofrece la versión renovada de Elizabeth, provocativa y sensual, erotiza con sus labios y dientes, vulgariza lo sensual hasta llegar a lo porno. Vende carne de mujer, que de eso tratan los medios y sus propuestas. Mil años hace.
Lleno de símbolos: degradación de la estrella en el piso, choques de automóviles, planos de inmensos pasillos, puertas que solo se abren a la mitad, asepsia que esconde la inmundicia de las actuaciones humanas... Con evocaciones a El retrato de Dorian Grey, Alien, El monstruo de Frankenstein, La muerte les sienta bien..., también a la española La mujer más fea del mundo (Bardem, 1999), el film de Coralie Fargeat es en extremo violento, como violento es el tiempo nuestro. La violencia contra la mujer recurre al desplazamiento, al desecho. Si no eres bonita y no estas buena, no sirves. Allí el sustento de industrias generadoras de millones de dólares.
Pero también toca a los hombres. Aquí y allá. En una cuenta de facebook titulada La belleza del mundo se criticaba hace poco al actor Christ Noth, el célebre Mr. Big de la icónica serie de los años noventa Sexo en la ciudad, señalando que "las fotos recientes muestran una apariencia dramáticamente alterada". Las fotografías muestran al actor con una barriga de los setenta años que tiene, junto a su hijo, en una playa. También llevando un bastón, por alguna afectación de cadera en un cuerpo que como todos debe envejecer. Lo mismo señalan los medios para Silvester Stallone, Jean Claude Van Dame, Arnod Schwarzenegger y hasta Brad Pitt... Del otro lado se sienta Tom Cruise.
Envejecer es un drama. No se debe envejecer. "La sociedad de consumo", "la maquinaria cultural", "la alienación de los medios" -digo, para socorrerme en la jerga de izquierdas de los años sesenta-, dicta ser eternamente joven, es decir, dejar de ser humano para ser un muñeco de plástico, una versión sin realidad, un monstruo.