Los libreros de la calle guardan la memoria histórica
LIBROS VIEJOS
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Manuel Felipe Sierra

Desde hace más de veinte años, Carlos Méndez despliega sus libros entre las calles Miranda y López Aveledo en el centro de Maracay. Cordial, Méndez ofrece una tarde de marzo dos tomos que en su momento resultaron best seller. Me entrega “Vienen los andinos”, una novela de Fernando Márquez Cairós que cuenta los días que antecedieron a la llegada triunfal de Cipriano Castro a Caracas. Como dice Mariano Picón Salas en el prólogo: “De una sola lectura gusté un libro tan vivaz, tan venezolano de noticias, tipos y anécdotas como esta novela”. Ciertamente, se trata de un texto que dibuja el ambiente de una ciudad que habría de ser sorprendida por la presencia de cientos de hombres que portaban costumbres y palabras ajenas a la neblinosa monotonía caraqueña.



LAS CÁRCELES

Márquez Cairós fue desde niño, un luchador democrático a toda prueba y no por azar, su padre Fernando Márquez permaneció en las cárceles de Castro y de Gómez durante 28 años. El hijo y escritor siendo muy joven también hubo de conocer el horror de la represión gomecista en la soledad de un calabozo y perteneció al grupo de luchadores antigomecistas que a la muerte del dictador se empeñaron en encontrar vías para la democracia; conoció el exilio y de nuevo la cárcel en las luchas contra el perezjimenismo. Articulista de periódicos y revistas, concejal del Distrito Federal y dirigente de los partidos de izquierda, se hizo con los años un infaltable interlocutor para conocer la historia y ahondar en los altibajos de la política venezolana. Como reportero conversé con él varias tardes en su casa de Los Rosales, que más bien parecía el extraño refugio de un ermitaño, donde contaba anécdotas y memorizaba los años de sus luchas y sacrificios. A su muerte, escribió Miguel Acosta Saignes: “Márquez Cairós fue sincero y directo, a veces duro en otras comprensivo, sufrió y tuvo solidaridad, no cejó ante los males físicos y sociales y se mantuvo activo en virtud de elevados ideales”.



EL GRAN TAHUR

El viejo librero ofrece otra joya editorial en su momento: “Memorias del cumanés. 40 años en el delito” de Félix Vargas Chacón. Editado en los años 70, el testimonio descubrió ante los lectores a un personaje que ya era conocido en el submundo del delito. Tahúr trashumante, sus fechorías quedaron en la memoria policial de la Caracas de los años 40, y en sus aventuras cuasi cinematográficas en Centroamérica, México y La Habana. Nativo de Caigüire, en el estado Sucre, desde joven se hizo famoso por su habilidad para manejar las cartas y calibrar los dados frente a los jugadores más conocidos en las tenidas caraqueñas. Se sentó a la mesa de altos personajes del gobierno y de los negocios en Venezuela y en otros países; inventó y patentó “trácalas” mientras recorría el país y amasaba impensadas cantidades de dinero para la época. Con pinta de galán de cabaret, se sumergió en el submundo del boxeo y de la vida nocturna de México, Panamá y La Habana; conoció cárceles y burló el asedio policial.

A comienzos de los 70, Vargas Chacón tomó la decisión de abandonar los riesgos de la delincuencia, hizo un acto de contrición y escribió su libro de memorias con prólogo del penalista Arnoldo García Iturbe. El abogado afirma: “Lo felicito por su libro, por la vida que hoy lleva, pero, más aún lo felicito por la tremenda decisión de haberse apartado de algunos senderos que a la larga pueden conducir a la fortuna, pero jamás a la felicidad interior”.

“Las Memorias del Cumanés” lo convirtieron en un personaje centro de conversaciones, entrevistas, y hasta se avanzó en el proyecto de una película de co-producción venezolana-mexicana. En esos ajetreos y con la tarea de recaudar detalles para un guión, conocí a Vargas Chacón en la tertulia meridiana del restaurant Álvarez en la esquina de Veroes. Sentado frente a la mesa, trajeado de casimir, corbata fina y sombrero borsalino, me invitó a acompañarlo. Lo saludé con el título de su libro: “Felix Vargas Chácón “40 años en el delito”. Sonrió, extendió los brazos y exclamó: “Y sin una gota de sangre en estas manos”.

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