Alfredo Toro Hardy
En las siete décadas comprendidas entre 1861 y 1932 los Demócratas lograron colocar tan sólo dos inquilinos en la Casa Blanca. Ello evidenciaba su condición de partido claramente minoritario. Durante ese tiempo, la base fundamental de los Demócratas estuvo conformada por la población blanca del Sur. Ello hacía de este un partido abocado a mantener a raya a la población negra en los antiguos estados que habían conformado la Confederación. El triunfo de Franklin Delano Roosevelt en 1932 habría de representar un punto de inflexión y de despegue para dicha tolda política.
Impulsado al poder por la depresión económica, la llegada de Roosevelt determinaría un relanzamiento del partido, transformándolo en la fuerza política predominante por varias décadas. Su “New Deal” desencadenaría una dinámica de ambiciosas políticas progresistas en materia económica y social. Ello atraería al seno de este partido a las masas obreras del Norte y a los sectores minoritarios del país, incluyendo a parcelas muy importantes de la población negra que hasta ese momento había sido un coto cautivo Republicano. Los blancos del Sur, base tradicional del partido, seguirían siendo de su lado un componente fundamental de este. Los Demócratas se transformaban así en una potente aunque profundamente disímil coalición.
Una coalición sometida a inmensas contradicciones, tal como lo evidenció el propio gobierno de Roosevelt. A objeto de obtener el apoyo de los poderosos congresantes demócratas del Sur para su agenda, este se vió obligado a garantizarles la inamovilidad de la correlación de fuerzas en parte del país. Ello implicaba dejar intactas las políticas segregacionistas que allí imperaban. A partir del sucesor de Roosevelt, Harry Truman, esta situación comenzó a cambiar y el partido Demócrata daría sus primeros pasos a favor de los derechos civiles de la población negra.
La política de los derechos civiles conceptualizada por John F. Kennedy, e instrumentada exitosamente por Lyndon Johnson a la muerte de aquel, consolidaría a los demócratas como grandes defensores de esta población. Ello haría que los “Dixicratas”, nombre dado a los demócratas del Sur, se sintiesen fuera de lugar en el partido que antaño habían dominado. De manera paralela, la candidatura presidencial Republicana de Barry Goldwatter en 1964, les representaría la oportunidad para volcarse hacia esa tolda. La campaña de aquel se sustentaba en la desconfianza hacia el gobierno federal y en la promoción de los derechos de los gobiernos estadales y locales. En otras palabras, mientras el fuerte gobierno federal propulsado por los Demócratas atacaba el segregacionismo que ellos mantenían en el Sur, los Republicanos apuntaban a fortalecer la autonomía que estos propugnaban. A partir de ese momento, los blancos de Sur comenzaron a emigrar en masa a las filas Republicanas.
El paso del Sur blanco al partido Republicano resultó paralelo a la pérdida de presencia e influencia de quienes tradicionalmente lo habían controlado: Los conservadores moderados, caracterizados por un protestantismo liberal. Crecientemente incómodos dentro de un partido que se volcaba cada vez más hacia la derecha, la llegada en avalancha de los antiguos Demócratas del Sur terminó de inclinar la balanza claramente en su contra. A partir de este momento también aquellos comenzaron a abandonar las filas de su partido, migrando progresivamente hacia la tolda Demócrata.
Un flujo político en ambas direcciones comenzó así a materializarse. Mientras los "Dixicratas" se movían hacia el bando Republicano, los Republicanos moderados, particularmente del Nordeste del país, lo hacían hacia las filas Demócratas. De alguna manera, la esencia original de ambos partidos se mudaba a los espacios del otro. Los Republicanos pasaron así a conformar su nueva columna vertebral en el Sur. Aunque también se apertrecharon en el Medio Oeste, con particular referencia a sus ámbitos rurales. En ambos casos, se trataba de poblaciones blancas signadas por un cristianismo militante y un fuerte conservatismo social. Ello resultó particularmente significativo en el llamado "Cinturón de la Biblia" integrado por la mayor parte de los estados sureños, incluyendo mayoritariamente a Texas y a Oklahoma, y extendiéndose también a Missouri y a partes de Indiana, Illinois y Ohio.
Curiosamente, los relajados californianos se unieron por un tiempo a al bloque anterior en una coalición de conveniencia que giró en torno al rechazo común a un gobierno federal fuerte. A finales de los noventa, sin embargo, un componente mayor de estos californianos se sintieron cada vez más fuera de lugar en medio del estilo y los valores propios del Sur y del Medio Oeste, moviéndose de nuevo al bando Demócrata. Con la partida de aquellos, los Republicanos pasaron a consolidar su condición de partido de tierra adentro, marcadamente blanco, de fuertes tonos evangelistas y volcado hacia la nostalgia de un país mucho más homogéneo.
Trump logró hacer una contribución importante a esta base Republicana al atraer a ella a un componente mayor de los obreros blancos del llamado “Cinturón del Herrumbre”. Esta expresión simboliza el impacto de la desindustrialización, el declive económico, la pérdida de población y la decadencia urbana evidenciado en varios estados del Medio Oeste y del Nordeste. Desplazados por la globalización y enfurecidos con los valores liberales que dieron fuerza no sólo a aquella sino también a la inmigración, ellos aportaron sus propios tonos nostálgicos en relación a un pasado más predecible y a la homogeneidad racial perdida. Ello contribuyó a reafirmar la uniformidad cultural del partido, haciendo de este una agrupación política sustentada en la identidad.
El sentido de identidad Republicana vino a unirse, bajo Trump, a un agresivo populismo.
Su MAGA representa una visión extrema de nativismo político. De hecho, en lugar de buscar expandirse hacia la potente comunidad hispana escogiendo como compañero de fórmula a un Marco Rubio, prefirió escoger a un "alter ego" que proporcionase un relevo generacional a sus valores. J.D. Vance, al igual que Trump, representa una perfecta mezcla de identidad y populismo.
Por contraposición, los Demócratas representan hoy una variada coalición de razas, culturas y preferencias sexuales. En tanto tal, las políticas constituyen los medios naturales para mantener la cohesión en medio de la diversidad. Ello los conduce a enfatizar políticas inclusivas en las que sus diversos integrantes encuentren cabida y sentido de pertenencia. De hecho, Kamala Harris representa en virtud de sus orígenes una perfecta expresión de la vocación inclusiva que caracteriza al partido. Esto contrasta diametralmente con el énfasis por preservar la propia identidad que caracteriza y moviliza a los Republicanos. Una identidad volcada rabiosamente sobre sí que busca protegerse de los factores disonantes traídos consigo por la modernidad, y la inmigración. Inclusión versus cerrazón polarizan así el escenario político estadounidense de nuestros días. Las elecciones del próximo noviembre determinaran la dirección en la cual se inclina ese país.