Karina Sainz Borgo
No hay atril ni silla a la que agarrarse cuando la verdad recupera el volumen. Bien alta. Que aturda, si es posible. Esa verdad la pronunció
Rosa María Calaf al recibir el premio Luca de Tena 2024, un reconocimiento a sus cincuenta años de carrera periodística. Informó en más de 180 países durante sus épocas más convulsas. Fue corresponsal para TVE en Nueva York y Moscú, cuya oficina en la Unión Soviética abrió ella en los años de la Perestroika, también informó en Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín.
Si de algo conoce alguien que ha presenciado e informado sobre los acontecimientos decisivos de los últimos cincuenta años es, justamente, ella. Si de algo conoce Calaf es de los escollos, obstáculos, reveses, puntapiés, persecuciones, confusiones y sabotajes al periodismo desde el poder o incluso dentro de sí mismo. La primera forma de doblar la moral es inducir a la degradación y aceptar el descrédito interesado de quienes señalan a la prensa para esconder su rabo de paja.
“La libertad de expresión no ampara la mentira, que el periodismo muestra lo que se quiere invisible y cuenta lo que se quiere callado, que es el nervio sensible de toda sociedad democrática y que, como reza el lema del ‘Washington Post’, la democracia muere en la oscuridad”, dijo Calaf ante una buena parte de quienes depende que los datos lleguen a manos de los lectores y, también, de esa otra parte que desea, si no evitarlo, al menos que les sea favorable.
En todos y cada uno de los ciudadanos habita un cómplice, un sectario, un cobarde, pero es la virtud –y todo cuanto la rodea–, así como las entendederas, lo que nos hace aptos para distinguir e iluminar aquello que luce turbio y oscuro.
Cuando el presidente de Gobierno esconde la investigación judicial a su mujer,
Begoña Gómez, bajo el cristal empañado de la manipulación mediática, ampara la mentira e intenta desgarrar el nervio de la verdad. Cuando el atentado, reprochable bajo cualquier circunstancia, a un ser ostensiblemente antidemocrático como Donald Trump sirve para desvirtuar o hacer a un lado sus tropelías, ocurre un nuevo zarpazo a la razón.
“Me gusta un periodismo que ilumine, no que incendie. No dejemos que el periodismo se convierta en otra cosa, por favor”, dijo Rosa María Calaf al cerrar su discurso. Una advertencia de ese tipo es evidencia de algo difícil de corregir: la polarización que induce a la ceguera, incluso entre quienes deben ser capaces de sacar a la luz lo turbio e indeseado. Demasiada tenacidad delata villanía y autoritarismo, una pulsión propia de quienes creyéndose héroes acaban apedreando y laminando la democracia. Son los cosedores de sambenitos. No se trata de salvar el mundo, sino de defenderlo o al menos evitar que se desmorone. La democracia muere en la oscuridad, dijo Calaf. Hay muchas formas de apagar la luz. La desinformación es la más efectiva. Y eso lo sabe, muy bien, el señor Pedro Sánchez