Carlota Salazar Calderón
Nuestro tratadista se dedicó al estudio de la sociedad norteamericana a la que caracterizó como una poliarquía por cuanto existe una pluralidad de grupos que compiten entre sí, a diferencia de Charles Wrigth Mills que planteaba que la toma de decisiones era de las élites. Discusión que le dió, a nuestro juicio, una visión del análisis social supremamente importante para nuestro planteamiento.
En su pensamiento estuvo presente el tema de la ciudad y de cómo producir buenos ciudadanos. Acción que no se podía dejar al azar, sino que debía venir del Estado, digo yo, una política dirigida para ello. Con lo cual quiso significar que construir ciudadanía debe ser una acción pensada, planificada y orientada a robustecer las virtudes cívicas que fomenten un orden social que haga posible la justicia. Entendiendo que “…en la mejor de las polis los ciudadanos son a la vez virtuosos, justos y felices…”, procurando cada uno el bien de todos.
Cuando habla de todos plantea que la ciudad no puede estar dividida entre ricos y pobres “…entre quienes pertenecen a distintos Dioses…”, concluyendo que “…todos los ciudadanos pueden vivir en armonía…”.
Trabaja Dahl el valor de la virtud ciudadana la que compara con la de la poli democrática ateniense, donde no era necesario que todos fuesen iguales o que todos tuvieran el mismo interés, sino que se dedicaran a la construcción de la ciudad. Por tanto, es necesario, parafraseando a nuestro personaje, que existan zapateros, carpinteros, constructores, empresarios, obreros, agricultores, profesionales… que piensen en la ciudad. Así como los seres humanos piensan ¿Qué son? ¿Qué quieren? ¿A qué se van a dedicar en el futuro? Deben hacerlo con su ciudad ¿Qué es? ¿Qué quiere? ¿A qué se va a dedicar?
Colocando las virtudes de justicia, igualdad, pluralidad… en la cúspide de las necesidades humanas nuestro tratadista sentencia que si se desaloja el bien de la ciudad daría paso a los conflictos y a la lucha civil. ¡Claro! donde no hay valores éticos y morales no puede haber otra cosa que no sea guerra, ya que su ausencia envilece todo.
Lo vemos en Venezuela donde estos valores hay que buscarlos con lupa. Crisis social, política y económica comparable con una guerra, sin armas, pero: todos contra todos, una guerra.
Observa Dahl sobre el tamaño de la democracia recordando que en la ateniense por el número de habitantes se podía tomar decisiones en asambleas. De allí, que debía ser modesta, para poder congregarse no sólo para actuar como gobernantes de la ciudad sino para conocerse entre ellos. Lo cual nos pone a reflexionar que esta reducción de la democracia sería imposible en esta época por la cantidad de habitantes de cada país; pero sí se puede lograr a través de un poder público que a nivel central recoja esa voluntad individual, mediante: asambleas, sondeos de opinión, encuestas, reuniones, debates, diagnósticos… y todo ese sentimiento llevarlo institucional y ordenadamente a ser una voluntad general.
Ese sería el poder ciudadano, del que tanto hemos hablado, que se encargue de educar y formar para la participación activa y vigilante de los habitantes. Entonces, es el Estado en ejercicio de su rol educador y formador de ciudadanos.
En el concepto propio de Dahl de la poliarquía entiende el accionar político cuando el Estado tolera, admite y convive con: opositores, adversarios, enemigos... Así, rivales, antagonistas y partidarios no sólo se respetan, sino que tienen los mismos derechos. De allí, concluye que un gobierno es democrático: “…por su continua actitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer diferencias entre ellos…”.
Es cuando el gobierno se mueve en las aguas de la libertad de elección, de asociación, de pensamiento, de expresión … y que las instituciones garanticen esos valores. En este sentido, aboga por un orden social pluralista que promueva la educación como base de la estabilidad democrática para el desarrollo y la superación personal y colectiva. Lo cual se traduce en sistemas más hegemónicos, o sea igualitarios, donde la riqueza esté concentrada en sus ciudadanos, sin distinción de estatus social, político o económico.
De allí, que para Dahl la igualdad política es una premisa indispensable para la democracia, pero duda en cuanto a su logro dada la naturaleza del ser humano. Y es cierto. El hombre es complicado: bueno, malo, mezquino, generoso… al mismo tiempo. Además, actúa guiado por sus intereses a los que les saca el mayor provecho, siempre. Entonces ¿cómo se logra esa igualdad?: no puede ser de otra forma sino a través del Estado, parafraseando a Lechner el buen orden hace al malo bueno.
Un orden social que eduque a los seres humanos para el colectivo, para la ciudad, para lo que es de todos. Para ello, un Estado que tenga ese mismo norte. Una política de Estado donde todos los ciudadanos independientemente de sus preferencias políticas, religiosas, sexo… incluso de vida, tengan en común la ciudad y su crecimiento con equidad.
En definitiva, un Estado donde todos sus ciudadanos sean tratados de la misma manera con las mismas oportunidades. De eso se trata la poliarquía y ese concepto sólo puede nacer y consolidarse en un Estado que se apellide Ciudadano.