Alfredo Toro Hardy
Los costos asociados a la obtención del propósito se han incrementado exponencialmente, dificultando y no coadyubando a la realización de este
Toda política exterior debe perseguir tres elementos: Propósito, credibilidad y eficiencia. Un propósito que defina los objetivos que el país desea obtener por vía de sus relaciones internacionales. Una credibilidad que le permita obtener el mayor reconocimiento internacional a sus acciones en este marco. Una eficiencia apta para reducir costos e incrementar beneficios a su acción en el plano externo y que, por tanto, facilite la obtención del propósito.
¿Cómo califica la política exterior de Xi Jinping dentro de la trilogía anterior?
El propósito de su política exterior, en sintonía con la definida por el Partido Comunista Chino, resulta claro. Para 2049, centenario de la fundación de la República Popular China, el país aspira haber logrado una preminencia acorde a su gloriosa historia. Proyectos tales como el Sueño Chino de Rejuvenecimiento Nacional, Hecho en China 2025 y El Cinturón y El Camino, convergen en esa dirección. Para esa fecha, China deberá haber recuperado ya Taiwán y consolidado su presencia hegemónica en el Mar del Sur de China, componentes fundamentales del llamado Sueño Chino. Más aún, Xi Jinping visualiza los próximos diez a quince años como una excepcional ventana de oportunidad dentro de la cual la correlación de poder entre su país y Estados Unidos puede invertirse. En tal sentido, Xi busca hacer converger hacia esa ventana energías y determinación política. En pocas palabras, la brújula estratégica de China, bajo la égida de Xi Jinping, no podría resultar más clara. El propósito es diáfano.
La credibilidad de su política exterior, de otra parte, resulta mixta. Frente al Mundo Occidental y buena parte de sus vecinos, la misma ha alcanzado un punto mínimo. En relación a la alta imagen y a la buena voluntad de la que disfrutaba China alrededor de década y media atrás, ante esas esferas, la caída ha sido estrepitosa. Sin embargo, tal situación resulta muy distinta frente al Sur Global. De hecho, el énfasis de Xi apunta en esta dirección. Ante el Sur Global, China avanza tres iniciativas simultáneas e interconectadas llamadas a expandir su influencia y prestigio. Se trata de la Iniciativa de Desarrollo Global que persigue propiciar el desarrollo en esa parte del mundo; la Iniciativa de Seguridad Global que promueve la multipolaridad y la estabilidad política; y la Iniciativa de Civilización Global que valoriza el multiculturalismo. Un conjunto de países del Sur Global, sin embargo, han señalado que existe una brecha entre palabras y hechos. Refieren, en efecto, que más allá de sus formulaciones y proyectos en favor del mundo en desarrollo, China es proclive a abusar de su posición de dominio. Se hace particular mención, en este sentido, a la ligereza de China como prestamista y a su dureza como acreedor. El término “trampa de la deuda” ha sido acuñado para describir como Pekín propicia el endeudamiento de países en desarrollo como vía para generar una sujeción política que le resulte favorable. Así las cosas, la credibilidad de China ante el Sur Global, aunque en general elevada, presenta cuestionamientos importantes.
La eficiencia de la política exterior de Xi Jinping, por su parte, resulta extremadamente pobre. Los costos asociados a la obtención del propósito se han incrementado exponencialmente, dificultando y no coadyubando a la realización de este. Ello, tanto en los planos geopolítico como económico. Sus quince años en el poder se han traducido, en efecto, en la proliferación de focos de conflicto geopolíticos y de barreras al crecimiento económico de su país. Algunos ejemplos permiten explicar el porqué de lo anterior: La prepotencia y sobre extensión de las acciones y ambiciones en relación al Mar del Sur de China; el uso de la fuerza de su mercado doméstico como un garrote para castigar cualquier cuestionamiento a sus políticas así como cualquier acción que no resulte de su agrado; el hostigamiento permanente a Taiwán; la imposición unilateral de zonas de identificación de defensa aérea en espacios internacionales; la retórica belicista; el recurso a un estilo diplomático de confrontación. Más aún, desoyendo el consejo de Deng Xiaoping a sus sucesores, en el sentido de esconder las propias fortalezas mientras se consolidaba una posición de predominio, Xi Jinping ha desafiado frontalmente a Estados Unidos desde una posición de debilidad relativa. El resultado de todo lo anterior ha sido la aparición de un poderoso bloque de contención a China que integra a Estados Unidos, la OTAN, Japón, Corea del Sur, India, Australia, Nueva Zelandia, Filipinas, Reino Unido y Canadá, entre otros. Tal contención se manifiesta en planos diversos que abarcan desde lo geopolítico hasta lo tecnológico y que incluye también lo comercial.
Así las cosas, dentro de la trilogía propia de toda política exterior, Xi Jinping obtendría una calificación muy alta en materia de propósito, mediana en materia de credibilidad y extremadamente pobre en materia de eficiencia.