Un aparente caso de delincuencia domiciliaria, terminó defenestrando al recién reelecto presidente Richard Nixon
HACE 50 AÑOS: “TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE”
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Luis Ernesto Fidhel Gonzales
Carl Bernstein y Bob Woodward, son considerados los descubridores del caso Watergate volviéndose celebridades del periodismo. Su investigación quedó plasmada en el libro “All the President's Men” o “Todos los hombres del Presidente” publicada en junio de 1974. Posteriormente vino la secuela en 1976, titulada The Final Days, que narró los últimos días de la presidencia de Nixon. Llevada al cine con el mismo nombre en 1976, dirigida por Alan J. Pakula.
El 7 de mayo de 1973, The Washington Post recibió el Pulitzer por su “Investigación del caso Watergate” gracias a su trabajo investigativo por ser un “ejemplo distinguido de servicio público” realizada “mediante el uso de sus recursos periodísticos, que pueden incluir editoriales, caricaturas y fotografías, así como reportajes”. Esta se efectuó bajo la dirección del editor Ben Bradlee, y el apoyo de la editora Katharine Graham.
INICIO
Si bien, señalaban que la historia había comenzado como un simple acontecimiento local y policial tipificado como robo o invasión domiciliaria; con el tiempo el caso se convirtió en un acontecimiento nacional de espionaje político. La sección nacional del The Washington Post reclamó la competencia para conocer el asunto; la dirección les dió un espaldarazo para continuar cubriendo el caso en la sección local que pertenecían. Posteriormente aseverarían que Watergate no era propiedad de nadie y todo el mundo escribió sobre un asunto que afectaba a la ciudad, la economía y a la nación.
Según The New York Times muchos de los artículos del The Washington Post se desarrollaron perseverando en pistas ignoradas por los investigadores del gobierno y otros periodistas, pero la confirmación crucial a menudo provino de un puñado de fuentes.
“ALGO OLÍA MAL”
Bernstein y Woodward se desempeñaban como reporteros policiales, intuyeron que no se trataba de un caso común de invasión domiciliaria, de esas que estaban acostumbrados a encontrar a montones en las jefaturas policiales del Distrito de Columbia. Pocos colegas de la redacción de The Washington Post dejaron de percibir la importancia de la historia, de saber que “algo olía mal”.
Las cosas cambiaron de matiz cuando James Mc Cord, uno de los invasores o “plomeros” – como se dieron a conocer periodísticamente- la policía los detuvo en la sede del Partido Demócrata, la madrugada del 17 de junio de 1972, por haber ingresado sin autorización, ubicado en el complejo de edificios Watergate en Washington D.C.; era un experto en intercepciones electrónicas que había trabajado para la CIA y coordinador de seguridad del equipo de la campaña de reelección de Nixon.
Los otros cuatro sospechosos, todos residentes de Miami, fueron identificados como: Frank Sturgis un estadounidense que sirvió en el ejército revolucionario de Fidel Castro y luego entrenó a una fuerza guerrillera de exiliados anticastristas; Eugenio R. Martínez, agente de bienes raíces y notario público activo en actividades anticastristas en Miami; Virgilio R. Gonzales, cerrajero; y Bernard L. Barker, un nativo de La Habana que, según los exiliados, trabajó intermitentemente para la CIA desde la invasión de Bahía de Cochinos en 1961.
Tenían al momento de la detención guantes quirúrgicos, portaban equipos fotográficos, de grabación y equipos de escuchas telefónicas que no lograron instalar. “Si nos contrataron para evitar filtraciones es que somos fontaneros”. En este sentido, se habían manifestado las tareas que se les había encargado, que trataban de la intervención en los teléfonos de las oficinas y colocar micrófonos en ellas.
LA NOTICIA
El editor Ben Bradlee señala cuando llegó la noticia y empezaron a pensar que había pasado allí, con gente metiéndose en las oficinas del partido Demócrata con guantes y micrófonos; levantó la vista y lo que encontró fue a los periodistas más jóvenes, con menos trabajo. Woodward ya había impresionado con algunos artículos por su inteligencia y esfuerzo. Bernstein era más tranquilo, siempre atento a lo que estaba pasando en la redacción. Bernstein cuando vió a Woodward charlando con Bradlee, se acercó para ver qué pasaba y se sumó.
The Washington Post lanza en primera plana el allanamiento, en plena campaña de reelección del presidente Nixon.Los reporteros forjaron una relación “tan sólida” que pronto se los conoció como si fueran uno solo, con un apellido común a ambos: “Woodstein”. Esa relación perduró a lo largo de las décadas. Ellos sacaron la noticia para el fin de semana y la publicaron bien.
LAS FUENTES
El chispazo final vino cuando Gene Bachinski, encargado de la planta nocturna de la sección policial del The Washington Post, avisó a Woodward que en las libretas de teléfonos de dos de los “plomeros” aparecía el nombre de Howard Hunt, seguido de las iniciales “W:H:” (White House), quien trabajaba en la Casa Blanca como asistente de Charles Colson, un asesor presidencial conocido por la famosa frase “para defender a Nixon yo pasaría sobre el cadáver de mi abuela”.
Bernstein trató de saber algo más sobre Colson. Todas las fuentes admitían la posibilidad de que estuviese mezclado en “una aventura de espionaje”. Comenzaron a visitar a personas que podían saber algo, y Woodward quien estaba afiliado al Partido Republicano, no dudó para llegar hasta los funcionarios del Comité de Reelección; argumentando por ejemplo que “Todos nosotros, republicanos” pudiéramos salir perjudicados si las desviaciones de algunos fuesen confundidas por el pueblo norteamericano, como una característica del partido. En general funcionó. Se ganaron la confianza de las fuentes, y con ello crecía la sensación que en los pasillos del poder se tejía un gran complot para encubrir un escándalo.
Para tocar a quienes sabían algo sobre el caso. Woodward señalaba que juntaban las piezas, que sabían era algo difícil pero no imposible. Al comienzo consiguieron una lista de funcionarios de la Casa Blanca, del Comité de Reelección y de los agentes del FBI que investigaban el caso. En aquella época, el Comité de Reelección era una “operación super secreta” con oficinas instaladas en dos edificios de la Avenida Pensilvania, a poco más de cien metros de la Casa Blanca. Siendo imposible saber cuántas personas trabajaban allí.
LA CONTADORA
A partir de la lista de los funcionarios principales del Comité que era secreta, donde constaba en una sola hoja con cerca de cien nombres y las respectivas secretarias, así como el número telefónico de cada una de ellas; fue posible descifrar “quien trabajaba junto a quien” y a las órdenes de quien. Comenzaron a visitar a cada una de las personas de la lista y verificar cuan relacionaban estaban. Descubrieron también que después de haber sido confundidos por los dirigentes del Comité, los agentes del FBI, no lograron acertar en las indagaciones necesarias para el esclarecimiento del caso. Posteriormente se enteraron que muchos documentos del Comité de finanzas habían sido destruidos. Todos esos datos fueron importantísimos, sirvieron como base de los primeros reportajes.
Bernstein señala la metodología básica no era llegar a las personas a sus oficinas donde estaban bajo presión, era verlos a su casa o hacerlos ir a un restaurante. Entonces empezamos a tocar puertas por la noche y encontró a la "contadora", quien sabía dónde se entregaba el dinero. No lo sabía cuando llegó allí, pero logrando entrar por la puerta y empezar a hablar con ella, todo empezó a hacerse evidente. Era la base para seguir el dinero, y comenzó a decir que había cinco personas que controlaban el fondo secreto que pagó por Watergate, sin querer nombrarlas. Llevó un tiempo conseguirlo, pero rápidamente supieron que John Mitchell, el ex Fiscal General de los Estados Unidos, director de campaña de Nixon, ex socio legal, había estado entre las cinco personas que controlaban ese fondo.
UN NUEVO NIVEL
Se publicó la historia en el periódico. Así que ese fue el primero que lo tomó y puso a Watergate en un ámbito completamente diferente. El 10 de octubre, se publicó un artículo que aseveraba que la irrupción del Watergate era sólo parte de una vasta campaña de espionaje político y sabotaje dirigida por la Casa Blanca al oponente demócrata de Nixon. Garganta Profunda, - Mark Felt- manifestó: "Tienes que mirar el conjunto" y fue como: "¿No entiendes lo que tienes aquí? Esto no es sólo el robo de Watergate. Son trucos sucios".
Se aseveraba: "Los archivos del FBI muestran que hubo una campaña masiva de sabotaje y espionaje". Bernstein señala la elección de las palabras "espionaje político" y "sabotaje" fue lo que llevó esto a un nuevo nivel. La Casa Blanca seguía hablando de un robo de tercera categoría. Tanto el contenido de la historia como el lenguaje del protagonista e incluido el FBI, esta noción era de una gran conspiración lo llevó a otro nivel.
PERIÓDICO LOCAL
En octubre, después de que publicara esta historia, The Washington Post recibió un enorme impulso, cuando Walter Cronkite dedicó una parte importante de dos transmisiones a la historia de Watergate. Woodword señala lo que hizo Cronkite fue “absolutamente asombroso”. Se hizo un segmento de 15 minutos. Básicamente, iba a poner las historias en la portada del Washington Post, y fue la base completa para la parte de 15 minutos. Y luego tenía preparada una segunda que se redujo a 7 minutos. Katharine Graham en sus memorias dice en ese momento, The Washington Post era el periódico local. “Walter nos puso en el mapa”.
En noviembre de 1972, Nixon es reelecto, su conducta hacia la prensa fue aumentar la presión porque casi a diario salían estos ataques de la Casa Blanca contra el Washington Post. LA INVESTIGACIÓN
En general, según Woodward, se discutía ampliamente un tema tratando de obtener el mayor número posible de pormenores, y después se confrontaban los datos, obtenidos en conversaciones con otras personas. Por lo menos dos personas debían confirmar una determinada información para atreverse a publicarla. No se hizo difícil constatar la marcha de una conspiración en la que participaban los dirigentes del Comité de Relección y los hombres de la propia Casa Blanca, con la finalidad de esconder los hechos y obstruir la acción de la justicia.
Bernstein asevera que no grababa las conversaciones con sus entrevistados, pues ninguno aceptaría hablar ante un grabador. A menudo tampoco se podía tomar notas; porque era suficiente sacar los lápices para que las personas callaran. Por eso el método era solamente conversar. “Nos esforzábamos por grabar en la memoria”. Luego se realizaba una especie de informe al llegar a las mesas de trabajo. Por lo general se mantenía conversaciones de tres o cuatro horas, y solo se obtenía un dato útil para iluminar alguna laguna de la complicada trama. También se tropezaban con personas que sencillamente, no entendían el significado de las informaciones en su poder.
Las informaciones provinieron de toda clase de personas. Lo importante fue incluso la forma que ciertos personajes escogían para desmentir era útil. Con base a los desmentidos se evaluaban las cosas que más preocupaban al equipo de Nixon. Estos muchas veces servían para llevarlos al camino correcto.
PRESIONES Y AMENAZAS
Por parte del The Washington Post no sufrieron presiones. Sí de la Casa Blanca, llamándolos mentirosos y calificaron el trabajo como periodismo de segunda clase. Ronald Ziegler, secretario de prensa de la Casa Blanca con sólo tenía 29 años y cuya agresiva defensa del presidente Nixon en las investigaciones del Watergate hizo que fuera la cara pública de la presidencia que luchaba por sobrevivir; los había llamado mentirosos, entendiendo que trataba de asustarlos. El periódico los estimuló a proseguir las informaciones.
Los métodos de presión eran muy sofisticados. Envolvían todo el prestigio del gobierno y la fuerza de la intimidación de la Casa Blanca para silenciar a los que sabían algo. En algunos casos fue usado “un billete grande” para comprar el silencio de ciertas personas. Woodward, no sabía hasta el momento exactamente si alguien los había seguido. Pero tampoco creía que alguien hubiese tenido la intención de “romperle la cara en un callejón oscuro”.
A medida que la investigación se acercaba al Despacho Presidencial, supieron que allí reinaba mayor confusión. Los funcionarios estuvieron siendo instruidos para ofrecer declaraciones falsas al FBI y al Gran Jurado, y que no hubiere contradicción entre ellas. Las presiones aumentaron sobre los funcionarios y algunos comenzaron a dejar sus cargos, deseosos de evitar que resultasen comprometidos en el complot.
HUGH SLOAN
Uno de los renunciantes fue Hugh Sloan, el vicepresidente del Comité de Reelección quien se desempeñaba como tesorero; a un mes después del incidente. Más tarde, Sloan testificó contra sus antiguos compañeros de trabajo y se convirtió en una fuente fundamental para los periodistas del Washington Post.
Sloan permitió que revelen su identidad como fuente en las cuentas secretas del Tesorero del Comité Maurice Stans; como también había revelado los nombres de las personas autorizadas para movilizar esas cuentas; conociendo por primera vez los nombres de varios controladores claves de un fondo republicano secreto para financiar actividades de campaña contra los demócratas. Así fue como llegaron al círculo más íntimo de asesores presidenciales: Charles Carson, Bod Haldeman y John Ehrliman.
Se asevera, que los esfuerzos de Stans para recaudar fondos para Nixon, aportaron casi 60 millones de dólares para su reelección, como también terminaron financiando los robos y los trucos políticos sucios en Watergate; pero sostuvo que no tuvo conocimiento de cómo se utilizaba el dinero que recaudó.
“DEEP TROAT”
También se cita como una de las principales fuentes al misterioso “Deep Troat” – “Garganta Profunda” quien se asumía como un alto funcionario gubernamental. Bernstein señala que era un hombre muy enterado de lo que ocurría en las intimidades de la Casa Blanca. Woodward lo conocía desde antes del Watergate y recurrió a él para corroborar algunas informaciones. Solo con tal fin. “Él no nos entregaba nada nuevo, apenas decía si estábamos en lo cierto o no”.
Lo veían de madrugada, guiados por métodos aprendidos en las novelas policiales. Fue Deep Troat quien confirmó hasta donde estuvo envuelto Howard Hunt, en el Watergate. También confirmó la participación de los asesores de Nixon en la planificación del espionaje, la investigación de la vida privada de los opositores y el boicot a los demócratas.
Sobre todo “Deep Troat” había confirmado las revelaciones de que disponían Bernstein y Woodward, en el principal de sus reportajes: Los nombres de los autorizados para movilizar las cuentas secretas destinadas a financiar las operaciones ilegales. Ya se tenían los nombres de John Mitchell (ex procurador general), Stans (tesorero). Jab Stuart Magruber (vicedirector del Comité de Relección) y Herbert Kalmbach (abogado personal de Nixón). “Deep Troat” ayudó a llegar al quinto más importante: Bob Haldeman.
Para Bernstein y Woodward tuvieron muchos problemas para identificar a Haldeman – quien se desempeñaba como jefe de gabinete de Nixon- cuando aparentemente en uno de los reportajes parecía que se había incurrido en un error; y éste se fortaleció temporalmente. Posteriormente su vinculación había quedado “claramente establecida” y las transcripciones en las grabaciones confirmaron totalmente las informaciones.
CRÍTICA EN EL TIEMPO
Se asevera críticamente, no fueron sólo Bob Woodward y Carl Bernstein del Washington Post quienes revelaron la historia, sino también media docena de reporteros y periódicos más, todos trabajando lejos de Washington DC, ninguno de los cuales fue inmortalizado en pantalla por Robert Redford y Dustin Hoffmann.
Por ejemplo, se señala que la primera filtración de Watergate de “Garganta Profunda”; identificado posteriormente como un director asociado del FBI; W. Mark Felt; no llegó al The Washington Post sino a la competencia, el Washington Daily News. El 30 de junio, Felt, frustrado por lo que consideró una evasión en la investigación por el director interino de la oficina, L. Patrick Gray III, entregó al tabloide vespertino de la capital la primicia sobre el contenido sospechoso de la caja fuerte de E. Howard Hunt en la Casa Blanca.
Resultó ser la primera y última primicia sobre Watergate del Daily News, que cerró la publicación a principios de julio. Nunca se sabrá, si hubiera continuado publicándose en éste, pudiendo haberse convertido en la fuente de filtraciones preferida de Felt, en lugar del The Washington Post.
EL LIBRO
Explica Bernstein que historiamos la serie de reportajes que se hicieron en el Watergate, los problemas que se encontraron, las discusiones en la redacción, las angustias al publicar un material evidentemente devastador para el Presidente. También se cuentan las presiones con la finalidad de que interrumpieran los reportajes y determinación del periódico de descubrir la verdad. No todo había sido descubierto de una vez o por un “solo golpe de suerte”. Por el contrario, una tras otra, las informaciones fueron conseguidas a duras penas.
A veces se pasaba semanas intentando confirmar un pequeño dato; se publicaba un reportaje y enseguida venían los ataques, los desmentidos o un dato posterior que contrariaba las informaciones que se tenían. Se llegó a tener muchas dudas y frecuentes estados depresivos. Pero no tardaron en comprender que había algo más que explicaciones oficiales. Cuantas más informaciones se publicaban, más pistas eran abiertas, hasta que en un determinado momento se sorprendían con las consecuencias de su trabajo. En el libro se quería reconstruir el clima de aquellos días.
El libro sería la cobertura de Watergate – asevera Woodward-, el papel de las fuentes, como las convencieron para que les informaran, pero también sus vacilaciones y de la redacción. Sabían que se decían cosas graves, que a la mañana siguiente las conocerían los suscriptores e inclusive estarían sobre el escritorio del Presidente.
La revista Playboy público un adelanto o avance, resumen del libro a cargo de ambos periodistas. El libro saldría un poco antes del segundo aniversario del Watergate publicado por la editorial “Simon and Shuster” con una edición simultanea para quince países.
CINE
Vendieron los derechos cinematográficos del libro a Robert Redford quien interpretaría a Woodward. Consultaron a la dirección del periódico, que aceptó la idea, pero con reservas. La oferta alcanzó cerca de los 450.000, dólares, pero se prometió que se haría un buen trabajo. Las reservas personales era que la película iba a llamar la atención sobre los periodistas, lo que no era muy conveniente cuando se trata especialmente de reporteros policiales como era su caso. El Washington Post tenía reservas grandes porque la idea de filmar en su propia redacción podría convertirlo en un circo, o dar una idea de militancia política, que siempre sistemáticamente rechazaba.
LOS PERSONAJES
Woodward y Bernstein pasaron a ser fuente de revelaciones y objeto de interés periodístico. Woodward manifestó que Watergate al contrario de mucha gente; en verdad no le había cambiado su vida. La diferencia es que ahora eran buscados para dar entrevistas; pero continuaban prefiriendo hacerlas antes que concederlas. Aún tenían las mismas mesas de redacción, los mismos jefes y los mismos apartamentos de antes. Somos los mismos reporteros de siempre, y aunque no sea siempre posible, intentaban llevar el mismo ritmo de vida.
Woodward reconocía que no eran los únicos en el The Washington Post que continuaban trabajando a tiempo completo el caso Watergate; pero eran los únicos reporteros investigadores. Los reporteros políticos, lo cubrían hablando con políticos. El trabajo de Woodward y Bernstein fue diferente, a pesar que no despreciaban los personajes que querían hablar con ellos, seguían dedicados a las secretarías y otros trabajadores subalternos.
CONCLUSIÓN
En un artículo publicado en junio del 2022, titulado: “Woodward y Bernstein pensaban que Nixon había definido la corrupción. Hasta que llegó Trump” en el The Washington Post, realizan imputaciones, sugiriendo que Watergate no fue la única maniobra ilegal. El núcleo de la criminalidad de Nixon fue su exitosa subversión del proceso electoral, el elemento más fundamental de la democracia estadounidense. Tuvo la intención de socavar y subvertir el sistema estadounidense de elecciones libres, la piedra angular que mantiene unida “nuestra democracia”.
En 1971, Howard Hunt, ex agente de la CIA, y G. Gordon Liddy, ex agente del FBI, fueron contratados para trabajar para la Casa Blanca en una “Unidad de Investigaciones Especiales”, conocida como los “plomeros”. Su misión inicial: tapar las filtraciones de funcionarios del gobierno de Nixon a los medios de comunicación. Una actividad más notoria de los “plomeros” fue la intrusión forzada a la oficina del psiquiatra de Daniel Ellsberg, quien filtró los Pentagon Papers(Papeles del Pentágono) al The New York Times y The Washington Post. Hunt y Liddy dirigieron el robo. La esperanza, incumplida, era encontrar algo para desacreditar a Ellsberg o demostrar vínculos con comunistas.
Con el comienzo de la campaña de 1972, fueron trasladados al Comité de Reelección de Nixon para realizar operaciones de espionaje, seguimiento y sabotaje al oponente demócrata. A través de una campaña masiva de espionaje político, sabotaje y desinformación permitió literalmente determinar quién sería el oponente en las elecciones presidenciales de 1972. Con un presupuesto secreto de solo 250,000 dólares, un equipo de agentes encubiertos; descarriló la campaña presidencial del senador de Maine, Edmund Muskie, candidato demócrata con mayores posibilidades de ser electo.
Los memorandos descubiertos durante las investigaciones de Watergate identificaron a Muskie como el “Objetivo A”, y la meta era proporcionarle algunas heridas políticas que no solo reduzcan sus posibilidades de lograr la candidatura, sino que lo perjudiquen como candidato, en el caso de que sea nominado. Nixon terminó postulándose contra el senador George Mc Govern, percibido como un candidato mucho más débil, y ganó con una ventaja histórica, con 61% de los votos y el triunfo en 49 estados.
Durante los siguientes dos años, la conducta ilegal de Nixon fue expuesta gradualmente por los medios de noticias, el Comité Watergate del Senado, fiscales especiales, una investigación de juicio político de la Cámara de Representantes y finalmente por la Corte Suprema. En una decisión unánime, la Corte le ordenó que entregara sus grabaciones secretas, lo que condenó su presidencia. Estos instrumentos de la democracia estadounidense detuvieron finalmente a Nixon en seco, y forzaron la única renuncia de un presidente en la historia de Estados Unidos.
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