El autor nicaragüense -despojado de la nacionalidad por la dictadura de Ortega- publica una novela humorística sobre la invención de los caballitos de feria
SERGIO RAMÍREZ: LA CACERÍA DEL MEXICANO
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Xavi Ayén

Una de las novelas más divertidas que leeremos este año es sin duda El caballo dorado (Alfaguara) de Sergio Ramírez (Masatepe, 1942), nicaragüense despojado de su nacionalidad por la dictadura de Daniel Ortega y que, por ello, recibió un alud de ofertas de pasaporte de gobiernos democráticos de toda Latinoamérica, como el colombiano, el ecuatoriano y también el español (“te pueden despellejar pero tu país no te lo quitan ni en carne viva”, dijo, al aceptar la nacionalidad española). En Madrid, donde ahora vive, el premio Cervantes 2018 habla, en un despacho de su editorial, de su nueva novela, que empieza con una princesa centroeuropea que se fuga de palacio con un peluquero obsesionado con inventar el tiovivo (los caballitos) y unos disparatados personajes que acabarán en Latinoamérica, donde se cruzarán nada menos que con Rubén Darío o el emperador Maximiliano.

Esta novela es muy diferente a otras suyas, ¿no cree? Hay gente que gana el Cervantes y se dedica a hacer el mismo libro que ha hecho siempre.

Yo le temo mucho a la repetición, porque la repetición es agotamiento. El gran desafío de un escritor es crear un estilo, pero no repetirse. Y por mucho que uno avance en edad, yo creo que siempre tienes que tener la capacidad del asombro, de la experimentación, de buscar las novedades y no quedarte, no ser previsible. Siempre me pesa este asunto del político-escritor (fue vicepresidente sandinista), como si tuviera cierta obligación de adoptar temas que tengan que ver con la realidad actual de Nicaragua. Pero un escritor debe inventar. Aquí abrí un camino distinto, una doble narración, la historia de una princesa centroeuropea, y la del carrusel –el tiovivo con caballitos- en Europa y cómo llega a Nicaragua.

A medida que leemos va cambiando el tono, el registro, incluso el género… Empieza como una fábula centroeuropea, después hay partes policíacas, acaba como una novela histórica latinoamericana con dictador… y, de fondo, esa melodía que sonaba en la caja de música del carrusel.

Claro. Eran polcas o valses en una velocidad centrífuga, girando y girando. Eso permite ir subiendo a unas historias y apearse de otras, como los niños en el carrusel, narrar de distintas maneras, hacer ese itinerario lleno de obstáculos que se van presentando en el camino.

Lo va armando con piezas distintas: narraciones en primera y tercera persona, documentos, cartas, manuales, lenguaje teatral con acotaciones… es una novela postmoderna, en algunas partes.

Sí, me atrae mucho lo que llamamos posmoderno y que es tan antiguo como el Tristam Shandy o el Quijote, esas formas atrevidas, que no tienen frenos.

Incluso nos desmienten, a veces, lo que acabamos de leer.

Lo que unos personajes imaginan otros lo corrigen, hay seres que solo han existido en la imaginación de otros, lo que parece que es real de repente es cambiado, y alguien imaginario puede pasar a ser real. Lo único que no puedo violentar es la Historia o la geografía, por cierto de fronteras tan cambiantes como el relato.

Es una novela muy lúdica, tanto por los mecanismos por los que discurre la narración como porque aparecen juegos en concreto, los naipes, o el mismo carrusel.

El carrusel es un juego, sí, en origen parte de un juego de guerra, era como una contienda de caballeros armados.

Hay nobles que lo pierden todo a las cartas. ¿El rocambor existe?

Por supuesto, yo no soy un buen jugador pero ahí aparecen reglamentos y todo. También llamado tresillo, se puede aprender a jugar con lo que pone en la novela, es muy antiguo.

Esta es la única novela suya plenamente humorística.

Bueno, este es un humor, digamos, irresponsable, siempre está provocando el juego. Y esto nace del gozo que yo he tenido escribiendo la novela, divirtiéndome en cada paso con las posibilidades infinitas que tiene la invención.

¿Por qué se fuga con un peluquero?

Una princesa sin fortuna, de una nobleza rural venida a menos, corresponde bien a un peluquero, ¿no? Yo tengo mucha afición a los personajes chejovianos, los secundarios: una princesa rural, un barbero, un fabricante de sombreros, un repartidor de volantes que se cree hijo de emperador…

Dentro de esos diferentes registros, está el de comedia sentimental: el peluquero se va con una mujer pero mantiene a la antigua como amante, hay unas joyas robadas…

Es una suma de géneros diversos. Tiene algo de folletín o telenovela también, hay diálogos que son como de radio, otros como un libreto…



¿Se documentó sobre venenos?

Pues claro, a mí siempre me ha fascinado el crimen cometido con veneno, porque los demás asesinatos son muy bestias, pero el veneno es muy sutil, y da lugar a la conspiración, al secreto, al engaño. Es el arma más novelesca que puede haber. Bueno, en Rusia todavía se usan, los nuevos venenos de la postmodernidad. Así que respeta mucho la tradición el señor Putin.

Hay también un momento de la novela ambientado en el Imperio de México de Maximiliano, ese episodio histórico que parece realmente una ficción.

El emperador Maximiliano es este personaje melancólico que va a morir a una tierra tan lejana, visto a la manera romántica del siglo XIX en Europa, pero la historia de que dejó un hijo en México, con una indígena, es muy popular desde la perspectiva mexicana porque repite la línea del mestizaje de Hernán Cortés. Julio Sedano, secretario de Rubén Darío, se creía hijo bastardo del emperador y era tan fantasioso que originó su propia muerte porque lo fusilaron en París en 1917 por espía de los alemanes y, en realidad, lo único que hacía era contarles mentiras a estos. Fue Darío el que dijo a los amigos: ‘Miren, es igualito a Maximiliano’, porque realmente se parecía.

El juicio al que le someten…

Me baso en las actas reales. Lo juzgaron al mismo tiempo que a Mata Hari, también condenada a muerte.

Hay unos curiosos circos que hoy no pasarían el examen de lo políticamente correcto…

La ‘cacería humana’, o persecución del mexicano, era un espectáculo muy cierto, se representaba en Coney Island. Había trescientos jinetes, hombres y mujeres, que aparecían al galope por la pradera persiguiendo entre disparos y gritos de muerte a un roto mexicano, que huía desesperado por delante de la cabalgata, dando traspiés. Por fin le daban caza con el lazo, lo arrastraban hasta una pila de leña, lo amarraban a un poste, y escenificaban que lo hacían arder en la hoguera, por supuesto falsa. El tiquete de entrada costaba 25 centavos, los niños la mitad. Aquí nace este tipo de espectáculo masivo propio de los Estados Unidos, con muchos extras, Buffalo Bill y los indios. Y luego el otro espectáculo muy común en Europa eran el de los zoológicos humanos, eso de exhibir tribus y habitantes de una aldea, atraían a miles de personas en Berlín, Bruselas, París... Y luego, aparte, las casetas con fantasmas que hablan con los vivos. En ese tiempo el espiritismo era tomado muy en serio.

Tenemos, ya en la parte latinoamericana, un cocinero presidencial que acaba montando su restaurante, El Querubín.

Sí. Lo he instalado en la época del general Zelaya, el último dictador liberal que hubo en Nicaragua.

Esa parte es su novela de dictador ¿no?

Bueno, sí, pero el personaje fue poco relevante en la historia de Nicaragua porque tuvo el poder muy poco tiempo. Es otro secundario al que yo vuelvo personaje central y lo siento en el caballo de madera.

Usted es el comisario de España en la FIL 2024. ¿Nos puede adelantar alguna cosa?

Ya están definidas las bases. El tema va a ser el viaje de vuelta, las dos culturas, con homenajes a los exiliados españoles en México, que hicieron su vida cultural allá. Y luego, pues incorporar el acervo de los escritores latinoamericanos que vivimos en España. Por eso el lema es ‘viaje de vuelta’. Y daremos énfasis a las literaturas diversas que tiene el país, de acuerdo con las diversas lenguas, porque es un viaje de catalanes, gallegos, vascos…

Hablando de viaje de ida y vuelta, supongo que todavía no contempla su vuelta a Nicaragua.

Todavía es parte de la ilusión, me sirve para la imaginación por el momento.

No es optimista.

La verdad es que puede ser que ocurra un día que volvamos o puede ser que nos quedemos. De todas maneras, yo ya sé que vivo en dos mundos y yo lo que necesito es un lugar para vivir. Me siento tan bien escribiendo en Madrid como escribiendo en Managua.



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