“El médico de los pobre” también fue aficionado a la música, el baile, y otras manifestaciones de la cultura de la sociedad caraqueña de finales del siglo XIX y principios del XX
JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Y SU AFICIÓN POR LA MÚSICA
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María Isabel Giacopini de Zambrano

Esta afición por la música se despertó en José Gregorio cuando ingresó al Colegio Villegas situado entre las esquinas de Veroes y Santa Capilla, regentado por el ilustre Dr. Guillermo Tell Villegas, ciudadano de ejemplares virtudes, para continuar la educación formal que había iniciado en Isnotú.

En este colegio José Gregorio inició sus estudios de piano, bajo la dirección del profesor Juan Bautista Calcaño. Según testimonio de su compañero de estudios en el colegio Villegas Juan de Dios Villegas Ruíz, “la recreación favorita de José Gregorio durante su tiempo libre era tocar el piano, instrumento éste que llegó a dominar, con un arte y un gusto muy exquisito”.


 
Concluidos sus estudios en el colegio Villegas, José Gregorio continuó con clases particulares de piano. Cursando segundo año de la carrera de medicina, adquirió un armonio que colocó en su habitación de la casa que habitaba entre años 1883- 1884 de Madrices a Ibarras N°3, en compañía de sus hermanos César y Benjamín que vinieron a Caracas a estudiar comercio. Durante esta etapa de su vida de estudiante universitario, además de las clases de armonio recibió clases de canto con el maestro Antón. Según relatos de sus hermanos, al final del día, después de su jornada de estudios, se retiraba al silencio de su habitación a practicar el canto acompañado del armonio.

José Gregorio, fue muy disciplinado y constante en el estudio del piano durante toda su vida, logrando perfeccionarse y dominar la ejecución no solo de piezas de la música clásica y sacra, sino también de la música de salón de nuestros compositores de finales del siglo XIX. Para esos tiempos no existía la electricidad doméstica, no se había inventado la grabación sonora, ni los implementos para reproducir música, convirtiéndose el piano, en el equivalente del equipo de sonido actual, en las casas de familias pudientes de Caracas.

José Gregorio, frecuentaba la casa de su amigo Santos Dominici los domingos, y después del almuerzo acostumbraba a deleitar a los asistentes de las tertulias domésticas en la casa de la nombrada familia, con la ejecución al piano de piezas a dos manos y a cuatro manos acompañado de Inés una de las hijas del Dr. Aníbal Dominici.

Esta técnica de piano a cuatro manos, según investigaciones realizadas por Juan Francisco Sans y Mariantonia Palacios, adquirió una gran popularidad en Venezuela y no solo permitió en esa época el disfrute domestico de obras musicales clásicas y populares, sino que convirtió el piano por su tamaño, en el sustituto ideal de las orquestas en los bailes de salón de finales del siglo XIX.

Pronto comenzó a popularizarse entre la sociedad caraqueña, que José Gregorio era un virtuoso del piano, y sus amigos de la universidad lo invitaban a las fiestas familiares para que deleitara a la concurrencia con alguna pieza de su preferencia al piano. Entre las piezas que con más frecuencia tocaba José Gregorio se encontraban las composiciones de Louis Moreau Gottschalk, pianista norteamericano: Grande Faintaisi e Triomphale Sur L’Hymne National Brésilien, Ojos Criollos, Dance Cubaine, Caprice Brillant, Souvenir de Porto Rico, Ultima Esperanza, Meditación Religiosa. De Don Ramón Delgado Palacios los valses Gentileza, Delicias, La Dulzura de tu rostro. De Manuel E Hernández; Plegaria a María con letra de Domingo Ramón Hernández, De Don Salvador LLamozas: Nocturno Tropical. Entre las composiciones a cuatro manos en piano, populares en Venezuela de finales del siglo XIX, se encuentran: Emilia de José Ángel Montero, Amor Fraternal de Federico Villena, Geranio de Simón Wohnseidler, y Teresita de Teresa Carreño, entre otras.

Durante su vida de estudiante José Gregorio asistió a numerosas veladas de sociedad y de fiestas familiares de sus amigos universitarios, donde además de tocar al piano alguna pieza de su preferencia a solicitud de los invitados, disfrutaba bailando los géneros que conformaban el turno de baile habitual en los salones decimonónicos como el vals, la danza, la mazurca, y la polca. Entre estos géneros, el vals fue el que tuvo más aceptación y difusión por el afrancesamiento de la sociedad venezolana. Se dice que José Gregorio bailaba muy bien y las muchachas se lo disputaban, para lograr que le concediera una pieza del carné de baile.

Otra de sus recreaciones favoritas en sus años de estudiante, fue asistir los domingos con sus amigos de la universidad a la retreta matinal en la Plaza Bolívar, uno de los centros sociales más elegantes y concurridos de Caracas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, principalmente los días feriados cuando ofrecían conciertos con la Banda Marcial, para el disfrute de todos los caraqueños y venezolanos.


 
Esta etapa de su vida culminó con su graduación de médico el día 29 de junio de 1888, con una fiesta íntima y alegre en la casa de la familia Dominici. Celebración que coincide con el onomástico de Pedro hermano de Santos Dominicci. Al día siguiente partió a su pueblo natal Isnotú a ejercer la medicina, como había prometido a su padre. Desde allí escribió a su amigo Santos Dominici algunas cartas donde narra anécdotas relacionadas a bailes a los que asistió en Isnotú, Valera y Mérida en el año de 1888, lo que confirma su afición al baile.

José Gregorio, no solo tocaba piano y armonio, también fue aficionado a tocar el violín. Durante su permanencia en París adquirió uno y aprendió a dominar su ejecución muy bien.

En 1905, siendo un médico, profesor e investigador reconocido, tomó la decisión de prepararse para retirarse a la vida religiosa, y adquirió en arrendamiento, con opción a compra, un piano de cola marca Pleyel, debido a que entre los requisitos exigidos e informados reiteradas veces por carta de Don Etienne Arriat, Maestro de Novicios de la Cartuja de Farneta, se encontraban el dominio del canto y latín para comprender los oficios del Coro.
En su afán de ingresar a dicho monasterio se entregó a la ejecución en el piano de música religiosa y continuos ensayos de canto llano en tonos de salmo, e himnos en perfecto latín.

En 1909, cuando logró ser aceptado como novicio en la Cartuja de Farneta, situada al norte de Lucca, en la Toscana, Italia, repartió todas sus pertenencias, entre las cuales dispuso: “el piano para Blanca y Hercilia por mitad, y el violín para mi hermano Benigno”.

Ese mismo año por razones de salud dejó la Cartuja de Farneta, regresó a Caracas donde retomó sus actividades como profesor, investigador, y médico. En 1911, compró un piano vertical, marca Merkur, color madera en el que tocaba, y en que el joven pianista Juan Vicente Lecuna lo acompañaba en estos ejercicios. Este piano lo regaló en 1913, a los Hernández Briceño.
 
Como era usanza de la época, El Dr. Hernández acondicionó en la sala de su casa; ubicada de San Andrés a Desbarrancado, Nº 3, en La Pastora, un consultorio donde atendía a sus pacientes. Según descripción del padre Gema “La sala de espera era sobria y solo tenía por arreglo un crucifijo y un piano. Los pacientes esperaban sentados en bancos de madera situados a lo largo del zaguán y del corredor que daba a la sala de consulta”. Testimonios de algunos pacientes, el Dr. Hernández antes de iniciar su consulta acostumbraba a tocar el piano o el violín, integrando la música a su actividad médica, lo cual ejercía un efecto positivo importante en el estado de ánimo de él y de sus pacientes.

Lamentablemente, en esa época no había equipos de audio y grabación, por lo que no quedó testimonio de su voz, ni de sus ejecuciones al piano o el violín. Solo se conservan según el R.P. Gema unos apuntes de música que usaba para enseñar a sus sobrinos, la teoría que después ejercitaban bajo su magisterio y vigilancia.
 
“La música tiene el misterioso poder de expresar uno a uno todos los sentimientos, todas las pasiones que se anidan en el corazón del hombre; su lenguaje es entendido por todos en la expresión sentimental, y alcanza el supremo esplendor de la belleza al expresar el sentimiento religioso”.



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