Es necesario para recordar libres del dolor, es lograr el balance perfecto para construir un mecanismo terapéutico que implique respirar, practicar el perdón, acompañarlo con la compasión para ver el lado bueno de la vida
LA CUESTIÓN DEL OLVIDO
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Waleska Perdomo Cáceres

Una de las búsquedas más preciadas del hombre es la paz. Se trata de encontrarla en una especie de baúl, dónde se dejan las cosas al tiempo, pero que en algún momento se intentan rescatar. Lo llaman el baúl de los recuerdos. Es ahí donde la memoria hurga para hacer presente a personas que no están, momentos inexistentes y se aferra a los flashes de la reminiscencia para lograr rasgar un trozo de ella. Algunos creen que la paz no es una responsabilidad personal, que simplemente ellos son así. Ni que es una construcción social, para que otros también logren tenerla. Entonces es más fácil enojarse, trasladar la culpa al entorno, al otro, por lo que los problemas que están en la mente salen a vivir al mundo de las cosas. La cuestión está en que el olvido, es un estadio del alma.

Es una capacidad que no se puede delegar a los demás, ni se lograr vivir desde la evocación de tiempos pasados, que se supone fueron mejor. Hay que entenderlo como un mecanismo de limpieza que libera de la responsabilidad de hacer lo que otros esperan. Es un analgésico que evita el sufrimiento y brinda la posibilidad de una liberación personal egoísta. Y si, la paz es una decisión para el bienestar individual, al igual que la felicidad. En Nietzsche, la felicidad orbita en el olvido.

Desde ahí, se olvida el ego. Se abandona la arrogancia, el orgullo, lo que nos daña. Nietzsche dice que sólo el olvido es capaz de liberar al hombre de las cadenas de la memoria y si gozara de un olvido perfecto, se libraría de todo sufrimiento y dolor. Es una afirmación que reflexiona sobre la aceptación de que la vida transcurre en todas sus formas, que hay que fluir en sus giros, en sus subidas y bajadas, deshaciéndose de lo malo. Olvidar es liberarse de las ataduras del pasado y por lo tanto, brinda la posibilidad de actuar mirando hacia el futuro, desde la ilusión, libre de la conciencia nostálgica, que oprime. Que presupone la carga del pasado.

 

Olvidar es entender que no se puede controlar todo, ni tenemos la obligación de saberlo todo o que somos dueños de la verdad. Es dejar ir aquello que consume, que no suma y pesa. Lo que duele y entristece. Que puede ser que la memoria juegue malas pasadas y revise el famoso baúl para que en sólo un instante regrese ese momento que hiere. Ahí es donde aparece el perdón, acompañado por la necesidad de soltar para seguir. Se olvida lo superfluo, lo innecesario, lo que recarga el sistema nervioso. Olvidar hace sitio a lo nuevo, da paso a otras experiencias, permite experimentar el asombro y la sonrisa de encontrar la tan ansiada paz.

Pues hay tensión entre la memoria, el olvido y el abandono. Es pernicioso pensar mucho. El rumiar memorioso debilita y envenena. Tortura. Siempre debemos elegir lo que nos sienta mejor, porque la felicidad y la paz está en cada persona. No en otro lugar, ni depende de la aceptación del mundo. Es un acto meramente subjetivo, es un estado mental, un estadio del alma. Un sitio, un momento en el que se experimenta el equilibrio que brinda la serenidad y la alegría. Por lo que puede ser un acto de valentía y justicia. Un camino de trascendencia, que poco nos hiera.

El olvido es necesario para recordar libres del dolor. Pues la cuestión es lograr el balance perfecto para construir un mecanismo terapéutico que implique respirar, practicar el perdón, acompañarlo con la compasión para ver el lado bueno de la vida, sin llegar a la anestesia, a la frialdad de que nada importe. A la falta de responsabilidad o a la enfermedad de olvidarlo todo. La cuestión del olvido, es más bien recordar que debemos viajar felices y livianos.


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