Alfredo Toro Hardy
La consistencia estratégica juega un papel fundamental dentro de la competencia por el liderazgo internacional entre China y Estados Unidos. Dicha consistencia se traduce en un curso de acción sostenido en la persecución de objetivos claros. Ello requiere de un mapa de ruta a seguir, de perseverancia en el propósito y de capacidad para evitar la distracción y el desvío.
De entrada, Estados Unidos se haya en desventaja en este campo. Como la superpotencia establecida, garante del status quo mundial, dicho país se encuentra geopolíticamente involucrado en diferentes escenarios de manera simultánea. Sus riesgos de distracción y dispersión resultan, por tanto, mucho mayores que los de China. Durante la presidencia de Trump, Estados Unidos estuvo a punto de irse por la tangente y adentrarse en una guerra absolutamente innecesaria con Irán. Ahora, la atención prioritaria de la administración Biden se ha volcado hacia la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza, con desatención manifiesta del frente chino.
Con lo esencial de sus ambiciones geopolíticas mucho más cercanas a casa, China resulta más proclive a mantenerse en foco y a circunscribir sus acciones a un sentido de propósito definido. A la vez, sus objetivos han sido plasmados de manera precisa. Para 2049, centenario de la fundación de la República Popular, China aspira a alcanzar una prominencia acorde a su pasado glorioso.
Proyectos como el del Sueño Chino de Rejuvenecimiento Nacional, Hecho en China 2025 o la Iniciativa de la Ruta y el Camino, convergen en definir metas concretas que deberán haber sido alcanzadas para esa fecha. Ello, desde luego, incluye haber recobrado a Taiwán, prioridad dentro del llamado Sueño Chino.
Más aún, Xi Jinping plantea que los grandes cambios geopolíticos y tecnológicos en curso hacen de los próximos diez a quince años uno de esos momentos de inflexión que sólo se presentan una vez en un siglo. Así las cosas, Pekín busca hacer converger hacia esa ventana de oportunidad estrategias, energías y determinación política. El compas estratégico de China no puede resultar más claro.
Durante su confrontación con la Unión Soviética Estados Unidos dispuso de un claro rumbo estratégico. En la actualidad, en cambio, el país se encuentra inmerso en una crisis institucional profunda que ha hecho de su modelo un paradigma de disfuncionalidad. Estados Unidos se ha transformado, efectivamente, en una sociedad fracturada en la que sus divisiones se han tornado irreconciliables.
En el pasado, tales divisiones se planteaban a un nivel vertical en el que el anverso de cada posición encontraba su reverso, pero en donde anversos y reversos interactuaban sin definir posturas sociales irreconciliables. En la actualidad, en cambio, los anversos no sólo se han fusionado entre sí, sino que han pasado a conformar una identidad definida. Otro tanto ha ocurrido con los reversos. El resultado ha sido la aparición de dos grandes macro identidades en conflicto. Dos grandes polos enfrentados que se identifican con sus dos partidos políticos.
De tal manera, dos sociedades irreconciliables coexisten lado a lado, demonizándose y buscando destruirse. El país evidencia, como consecuencia, una gigantesca fractura horizontal que está tornando cada vez más inoperativas a sus instituciones. Y más inconsistente su rumbo.
Demócratas y Republicanos habitan, en efecto, en dos planetas diferentes. Más aún, los Demócratas siguen la línea del internacionalismo liberal que, en esencia, ha sido la que ha prevalecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, mientras los Republicanos se han vuelto crecientemente aislacionistas.
En estos últimos prevalece una visión de país puertas adentro, caracterizado por un desinterés cada vez mayor por el resto del mundo. Aunque China siga siendo para ellos un punto de atención importante, no ocurre lo mismo con la construcción y mantenimiento de las alianzas que resultan necesarias para enfrentar el reto que les representa el régimen de Pekín.
Así, mientras China persigue objetivos precisos y focalizados en el tiempo, Estados Unidos se ha transformado en un lugar impredecible. Al tiempo que es imposible determinar en que dirección se dirige su sociedad en el mediano plazo, es claro que el país continuara cambiando dramáticamente su rumbo con cada cambio de inquilino en la Casa Blanca.
No en balde, más allá del endurecimiento de su liderazgo, Irán no ha querido negociar nada en materia nuclear con Estados Unidos. Para ese país resulta claro que, de regresar Trump, todo lo acordado con la administración Biden se lo llevaría de nuevo el viento. De tal manera, mientras cada nueva manifestación de consistencia estratégica confirma el rumbo de China, cada nueva evidencia de disfuncionalidad no hace más que incrementar la desorientación estadounidense.
Es evidente que quien sabe adónde va y sigue con perseverancia el rumbo trazado, gozará de una ventaja superlativa sobre quién se distrae frecuentemente en su propósito y se mueve en medio de grandes zigzags.