La fórmula de un orden social inalterado resultó insostenible y terminó por agotarse luego de que los regímenes de ese signo permanecieron en el poder alrededor de dos décadas
HISPANOAMÉRICA EN EL SIGLO XIX: A LA BÚSQUEDA DE LA GOBERNABILIDAD
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Alfredo Toro Hardy

Luego de obtenida la independencia, tres interpretaciones fundamentales con respecto al pasado colonial emergieron en Hispanoamérica.

La primera de éstas vendría dada por los Conservadores. En esencia, estos aspiraban a que las estructuras sociales permanecieran como antes de la independencia, sólo que sin los españoles.

La segunda interpretación vendría dada por los Liberales y, como extensión de éstos, por los Positivistas que los sucedieron en el tiempo. Para ambos era necesario borrar el pasado colonial y toda traza de la herencia española.

La tercera, emanada de un grupo de pensadores venezolanos con Simón Bolívar a la cabeza, creía que había que moldear el futuro a partir de la realidad social y de la arcilla humana heredadas.

De las tres interpretaciones anteriores, la de los Conservadores resultó la más frágil. La fórmula de un orden social inalterado resultó insostenible y terminó por agotarse luego de que los regímenes de ese signo permanecieron en el poder alrededor de dos décadas. Como en el caso de la demencia senil, en el que las personas regresan a una infancia rodeada de caras y lugares familiares que dejaron de existir hace ya tiempo, la suya resultó una búsqueda inalcanzable. Con la fuerza bruta representada por los caudillos, tratando de reemplazar la legitimidad que había encarnado el Monarca español, fue imposible mantener artificialmente con vida a un modelo ya caduco.

A partir de mediados del siglo XIX en adelante los regímenes Liberales se afianzaron en casi toda la región. Ya éstos habían tenido un breve paso por el poder inmediatamente después de la independencia, pero luego de los estragos causados por sus repúblicas aéreas, que no aterrizaban en la realidad, fueron sustituidos por los caudillos conservadores.

En esta segunda oportunidad alcanzarían mayor longevidad política, manteniéndose en el poder alrededor de tres décadas. En torno a 1880 serían sustituidos en su mayoría por gobiernos de inspiración Positivista. Más que una denominación política, estos últimos encarnaban una filosofía del gobierno y del poder. El denominador común entre Liberales y Positivistas es que ambos creían que había que borrar del mapa la herencia colonial española e importar modelos políticos y societarios de Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia. Los Positivistas llegaron aún más lejos, pues en su mayoría pensaban que también había que importar seres humanos de Europa, que “blanquearan” a nuestras sociedades.

La tercera interpretación tuvo sus principales exponentes en Bolívar, Simón Rodríguez y Andrés Bello. Para ellos, la respuesta no estaba en volver al pasado o en copiar instituciones y modelos de otras latitudes. Por el contrario, había que construir estructuras propias a partir de las propias realidades. Ello implicaba aceptar herencia colonial y sangre mestiza, esencias de nuestro ser real. En su momento ésta fue una propuesta perdedora.
Atrapada en medio de la polarización Liberal-Conservadora, y de sus visiones extremas, esta visión no encontró espacio para desarrollarse. Con el tiempo, sin embargo, este planteamiento habría de demostrar influencia y perdurabilidad, con figuras de primer rango como José Martí, José Enrique Rodó o José de Vasconcelos, sumándose a ella.

La desaparición temprana de los Conservadores (aun cuando esta denominación política subsistiría más allá de su visión política originaria), consolidó el espacio a la larga corriente Liberal-Positivista. Para aquella, la herencia colonial española era un fardo pesado que nos impedía evolucionar. Refiriéndose a ellos, Leopoldo Zea afirmaba: "Al analizarse, el hispanoamericano se encontró lleno de contradicciones. Sintiéndose incapaz de realizar una síntesis entre estas características contradictorias, optó por la solución más fácil: la amputación. Escogió así uno de los trazos de su carácter, rompiendo definitivamente con el otro (…) De esta manera el hispanoamericano intentó la tarea casi imposible de amputar su pasado" (El Pensamiento Latinoamericano, Barcelona: Editorial Ariel, 1976, pp. 56,57).

Así las cosas, para construir el futuro los Liberales-Positivistas renunciaban al pasado. Ello los condujo a un curioso laberinto: No tenían pasado, su presente no terminaba de concretarse y todas sus esperanzas estaban puestas en un futuro que podría no llegar a materializarse. Mientras los Conservadores se habían aferrado a un pasado que ya no existía, los Liberales-Positivistas se aferraron a un futuro que podía no llegar a existir.

Mucho más sensata, a no dudarlo, fue la opción encarnada por Bolívar. Refiriéndose a él, John Lynch decía: “Bolívar era insistente: las constituciones deben adaptarse al ambiente, carácter, historia y recursos de un pueblo" (Simón Bolívar: A Life, New Haven: Yale University Press, 2006, p.120). Carlos Fuentes reiteró este planteamiento al señalar que el Libertador agotó su mente tratando de definir como gobernarnos después de obtener la independencia, buscando crear, como buen discípulo de Montesquieu, un modelo propio en donde las instituciones se adaptasen a la cultura existente (El Espejo Enterrado, México: Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 272).

Lamentablemente, lo que podría interpretarse como pesimismo político en Bolívar, lo llevó a plantear una propuesta de despotismo ilustrado que ha tendido a ser confundida con la visión de los Conservadores. Nada más incierto. Como bien ha señalado Carlos Fuentes: "Bolívar trató de evitar los extremos que plagaron al siglo XIX y Parte del XX. ¿Tiranía o Anarquía? (...) Para alcanzar un equilibrio entre los extremos, propuso un despotismo ilustrado, un poder ejecutivo fuerte capaz de imponer igualdad jurídica donde la desigualdad racial prevalecía. Bolívar alerta contra una 'aristocracia de rango, empleo y fortuna' que mientras 'proclama libertad y garantías' las busca sólo para si y no para el pueblo" (Op. cit., p. 272).

En definitiva, Hispanoamérica osciló entre quienes querían recrear el pasado, quienes querían obviar el pasado para alcanzar el futuro y quienes querían construir un futuro apoyándose en el pasado.



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