La guerra rusa-ucraniana se trata del mayor ataque militar convencional en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial, y se inscribe en el concepto de los nuevos conflictos basados además de los recursos bélicos, en la aplicación de sanciones económicas consideradas “armas de destrucción masiva”, la presencia de ejércitos mercenarios (grupo Wagner por Moscú y bandas neonazis “banderistas” por Kiev) y el uso de la desinformación o posdverdad como mecanismo de comunicación interna y externa.

De esta manera, lo que inicialmente se percibió como la clásica invasión de una potencia militar a un país vecino, a los días estuvo clara la confrontación de Rusia con la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), que integra a 29 países y la fortaleza económica y armada de Estados Unidos.

EN DOS AÑOS

El corresponsal de El País en Bruselas Pablo R Suanzes comenta: “Se han atravesado todo tipo de fases, desde el punto de vista militar, diplomático, político y económico, pero el momento más pesimista fue en los días posteriores a la invasión, cuando en la OTAN se daba por hecho la caída de Kiev no en cuestión de semanas sino de días, lo cuál no ocurrió; y por el contrario las fuerzas de Zelensky, lograron avanzar y detener la ofensiva de Putin con la ayuda de los recursos enviados por los países aliados”.

En vísperas de los dos años de la invasión retorna un clima de pesimismo por cuanto se comprueba el estancamiento de las acciones, el cese del suficiente envío de equipos de combate por Estados Unidos y la Unión Europea que enfrenta una caída de su economía, y la atención de la comunidad internacional ahora de cara al conflicto Israel-Gaza y las tensiones en el mundo árabe-asiático, todo lo cual configura lo que los expertos en la guerra definen como “fatiga bélica”.