Alfredo Toro Hardy
Refiriéndose a la insurgencia revolucionaria que sacudió a Hispanoamérica en 1810, Carlos Fuentes señalaba en su obra El Espejo Enterrado: “Las distancias dentro del continente Americano son gigantescas…Incluso hoy, en la era del jet, toma 16 horas volar de Ciudad de México a Buenos Aires. En 1800 ese viaje tomaba varios meses. Es por ello que resulta tan sorprendente que en el año de 1810 se produjeran, con tal rapidez y sincronicidad, levantamientos a favor de la independencia desde México en el Virreinato de de Nueva España hasta Buenos Aires en el Virreinato del Río de la Plata”. Según Fuentes, una corriente espiritual compartida por los pueblos de la región parecía explicar este fenómeno.
Allí se ponía en marcha una dinámica que habría de repetirse una y otra vez en la región: la de los ciclos políticos. Cual corrientes subterráneas, los mismos hacían que las fibras vitales de América Latina se movieran al unísono. Dado la existencia del un régimen monárquico en Brasil hasta 1894, este país constituyó una excepción a la regla. Sin embargo, tras convertirse en República, Brasil habría de sumarse a esta dinámica. Otro tanto podría decirse de Cuba a partir de su independencia del imperio español en 1898. No obstante, en virtud de su dependencia extrema de Estados Unidos hasta 1958 y, luego de esta fecha, por reacción extrema a dicho país, Cuba mantendría un significativo grado de autonomía frente al resto de la región.
Inmediatamente después de consolidarse la independencia hispanoamericana, una breve ola de gobiernos de signo Liberal se expandiría por la región. Todos tenían en común su apego formalista a las leyes, su predilección por el federalismo, su respeto al libre comercio y su deseo de mirar a Estados Unidos o al Reino Unido como paradigmas.
Una reacción Conservadora de signo autoritario fue la respuesta generalizada ante fracaso Liberal, dando sustento al fenómeno común del caudillismo. Estos gobiernos buscaron la estabilidad política por vía del respeto a los privilegios de la Iglesia y del ejército, dentro de un claro marco de jerarquización social. Con la excepción de Argentina, todos evidenciaron su predilección por el centralismo.
Para mediados del siglo XIX los Conservadores habían agotado su ciclo. El fenómeno de la Guerra Civil envolvió a casi toda la región bajo las banderas Conservadores versus Liberales / Centralistas versus Federalistas. Para la segunda mitad del siglo XIX, los Liberales estaban de vuelta en la región. Su éxito venía apoyado por la conjunción entre su credo de libre comercio y la creciente demanda de las materias primas latinoamericanas en Europa.
Acercándose el final del siglo, el ciclo Positivista sustituía al Liberal en toda la región. Proclive a regímenes fuertes sustentados en el orden y el progreso, los positivistas creían en la necesidad de “blanquear” y “civilizar” a sus poblaciones, abriendo las puertas a la inmigración europea.
Con las primeras décadas del siglo XX aparecieron nuevos partidos que representaron a las clases medias y trabajadoras, trayendo consigo el derecho al sufragio, el respeto a los derechos civiles y un fin a los monopolios y privilegios de las oligarquías. Durante los cuarenta toda América Latina, con excepción de apenas cuatro países, disfrutaron de gobiernos democráticos.
Los cincuenta trajeron consigo dictaduras militares proclives y propiciadas por Washington. Fue la llamada
“Internacional de la Espada”. Con un breve intervalo democrático a comienzos de los sesenta, las dictaduras militares estaban de regreso en casi toda América Latina para mediados de esa década. Allí permanecerían hasta bien entrados los ochenta. Bajo los imperativos de la llamada seguridad nacional, estas cometerían todo tipo de atropellos.
Para comienzos de los noventa el ciclo democrático estaba de regreso en casi toda la región y, con este, la sujeción a las políticas neoliberales del Consenso de Washington. La reacción a estas políticas, y al desgaste prematuro que ellas imprimieron a los gobiernos, generó un viraje a la izquierda. Venezuela fue la primera en dar el vuelco en esa dirección en 1998. Pocos años después casi toda la región se veía arropada por regímenes de este signo, con niveles variables de moderación o radicalismo.
Con el triunfo de Macri en Argentina y la salida de Rousseff en Brasil, pareció que el péndulo comenzaba a moverse en dirección contraria. Máxime, cuando elecciones como las de Bolsonaro en Brasil apuntaron en tal sentido. Sin embargo, el triunfo de López Obrador en México (un país que se había mantenido refractario a la oleada izquierdista), pareció mostrar que la izquierda aún no había agotado su ciclo. Ello se vió confirmado cuando al triunfo de López Obrador le sucedieron, en los años siguientes, los de Fernández en Argentina, Boric en Chile, Castillo en Perú, Castro en Honduras, Arce en Bolivia, Petro en Colombia (también un país tradicionalmente reacio a las opciones de izquierda) y Lula en Brasil. Ello, en adición a la presencia de una izquierda más extrema en Cuba, Venezuela y Nicaragua. La izquierda, en sus distintas variables, pasó a prevalecer así en la región, incluyendo a sus principales países.
El triunfo de un populista de ultra derecha como Javier Milei en Argentina, altera la tendencia del ciclo dominante. Dado el carácter extremo de esta opción, pareciera difícil suponer, sin embargo, que la misma pudiese desencadenar un ciclo alternativo de igual fuerza.