Claudio Nazoa
Me entero que un tal Kim Peek, fallecido en el año 2009, tenía una extraña enfermedad: el «Síndrome del Sabio”. El hombre se sabía de memoria 12.000 libros y podía leer y entender 2 libros al mismo tiempo. ¡Leía uno con cada ojo! ¡Qué enfermedad tan arrecha! Es exactamente lo contrario a la que yo tengo.
Mi enfermedad se conoce como el «Síndrome del Bruto”. Fíjense: yo, con los dos ojos, leo un libro en varios años y a medida que voy leyendo se me va olvidando lo leído. Cuando leo, debo taparme un ojo y mientras lo hago, el ojo abierto se me cierra porque yo duermo de ese lado. Tengo, además, varias mujeres y no porque sea mujeriego, sino porque se me olvida la cara de mi esposa.
Eso de ser un genio está perdiendo importancia. Ya de nada vale estudiar como cuando yo lo hice. Recuerdo que amanecía en los pasillos de la UCV, sentado en una sillita de extensión y con un termo de café, sin celular ni laptop, porque no existían. Los estudiantes, nos peleábamos por unas pizarras que aún creo están frente a la Plaza del Rectorado. En esa antigua y milenaria época, había que saber de memoria la tabla de multiplicar, los nombres de las capitales y los estados de Venezuela, los límites del país y, además, tener buena ortografía.
Era una época increíble, había que aprenderse los nombres de los huesos, de los músculos, de los órganos internos y sus funciones, los números romanos y los números de teléfonos de nuestros padres, novias, familiares y amigos, ¡todo de memoria! Era raro quien no sabía que Cristóbal Colón, Simón Bolívar y Rómulo Gallegos, no vivieron en una misma época. Todos habíamos leído Doña Bárbara, Las Memorias de Mamá Blanca, La Trepadora, Lanzas Coloradas, País Portátil, Casas Muertas, Cien Años de Soledad, Historia de un Náufrago y Humor y Amor. No existía el reguetón y para que una muchacha te hiciera caso, había que enamorarla. En fin, era una época realmente horrible.
Por raro que parezca, pasábamos toda la noche estudiando a la luz de faroles, bueno, a veces no estudiábamos nada, pero al menos lo intentábamos. En esa época, si presentabas un examen y no sabías nada, te raspaban y te daban sólo una oportunidad para reparar, para colmo, y esto es increíble, te bajaban puntos por cada error ortográfico.
En las casas de aquella terrible época existían las famosas enciclopedias que eran un montonón de libros numerados por tomos, en donde estaba escrita toda la sabiduría humana, cosa que ahora da ganas de reír si lo comparamos con lo que sabe mi celular. Las enciclopedias se compraban fiadas y nuestros padres pasaban años pagándolas; la verdad es que nunca nadie las leyó. Sólo servían para que nos regañaran y nos mandaran a buscar allí si uno preguntaba algo.
-¡Deja la preguntadera y abre esa enciclopedia que no muerde! ¡Es que nunca las lees!
Y era verdad, crecimos y nadie nunca las leyó.
Mis hermanos y yo nos graduamos de toda vaina y jamás abrimos esos libros. En estos días, mi hermano Mario me dijo:
-Claudio, vamos a ver qué hacemos con esas enciclopedias llenas de polvo.
-Vamos a donarlas –le respondí.
-Ya lo intenté, pero nadie las quiere ni en las bibliotecas.
Así que decidimos llevarlas a un sitio en donde venden libros en la avenida Urdaneta, para ponerlas a consignación. Terminamos pagando para que las recibieran.
Me preocupa lo de la inteligencia en general, eso siempre ha sido muy peligroso, pero la artificial es más preocupante aún, porque uno, hoy en día, puede ser inteligente siendo bruto. Ya el cerebro es un adorno bastante feo que ahora sólo se encarga de los instintos básicos de supervivencia y reproducción, bueno, hasta el momento.
En esta época, nadie lee y nadie escribe. Todo tiene que ser de inmediato. Los mensajes en las redes y las publicidades, deben ser muy rápidos porque nadie tiene tiempo para dedicarse a leer unos pocos caracteres, mucho menos para ver algo que se exceda de un minuto.
La prueba de lo que digo es que seguramente estoy perdiendo el tiempo con este artículo porque nadie ha llegado hasta aquí con esto que se me ha ocurrido escribir hoy.
Soy un anciano en etapa terminal, preocupado por cosas tan insignificantes como la Inteligencia Artificial y la Brutalidad Natural. Sé que todo tiempo futuro será mejor y que estamos a punto de que máquinas muy inteligentes se apoderen de nosotros, cosa que, quizás, no es una mala idea, dado el mal uso que los humanos hacemos con nuestro cerebro del siglo XXI. La brutalidad global nos rodea y nos gobierna.
Estoy harto de la poca inteligencia que tengo.
Ya es hora de echar mano de la Brutalidad Artificial, para intentar sobrevivir a tanta brutalidad natural.