Historiador y protagonista de episodios claves de la política nacional, José Giacoppini Zárraga vivió la caída de Medina Angarita en 1945.
EL 18 DE OCTUBRE, DE GIACOPINI ZÁRRAGA
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Manuel Felipe Sierra

Tres días antes había perdido todo contacto con sus enlaces Marcos Pérez Jiménez, Tomas Pérez Tenreiro y Martín Márquez Añez. En las largas reuniones en su bufete (Torre a Veroes número 6), los implicados en la conjura contra el gobierno del Presidente Isaías Medina Angarita estaban claros en dos cosas: debía mantenerse la mayor reserva, (hasta el mediodía del 18 Giacopini solo sabía los nombres de sus tres compañeros) y la decisión de actuar de producirse una infidencia. Y lo último ocurrió. A las manos de Medina llegó tres días antes del alzamiento una carta con los nombres de los oficiales que desde comienzo del año, en la Unión Patriótica Militar gestaban el llamado “reemplazo generacional”.



El jueves 18 amaneció cruzado de rumores. Giacopini caminó los cien metros de distancia entre su casa (Pineda a Cuartel Viejo número 35) y Miraflores para confirmar los comentarios que corrían de boca en boca. Ciertamente, pasado el mediodía se observaba un raro movimiento en los alrededores del Palacio y en los mensajes que cruzaban las líneas telefónicas cobraba fuerza el alzamiento del general Eleazar López Contreras ante el fracaso de su candidatura presidencial. Giacopini, sin embargo, tenía una preocupación que lo llevaba a dudar de la versión. El hecho de que durante tres días no hubiera tenido comunicación con sus compañeros podría ser una señal de que se había producido la delación. Para estar más seguro caminó unas cuadras hacia el norte cuando ya en el Cuartel San Carlos tronaba el fuego cruzado, lo que comprobaba su sospecha del estallido de la conspiración militar.

EL PALACIO

Cuando minutos después traspasó el umbral del palacio ya los sublevados tenían el control de la situación. El Presidente Medina, consecuente con una vieja costumbre, desde las primeras horas había atendido las audiencias. También desde temprano se conoció que los mayores Marcos Pérez Jiménez, Julio César Vargas y el capitán Teófilo Velasco permanecían detenidos y que el mayor Celestino Velasco y el capitán Miguel Nucete Paoli ambos de guardia en Miraflores estaban juramentados con la acción subversiva, quienes procedieron a detener de inmediato a los coroneles Marco Antonio Valera y Luis Acevedo Jaimes, autoridades administrativas de la institución.

Velasco convertido en jefe de la Plaza ordenó al capitán Félix María Angulo formar el pelotón, abrir el parque e informar a la tropa los objetivos del pronunciamiento. A escasos minutos se detuvo de nuevo frente al palacio el auto de Medina y uno de sus edecanes Rodolfo León Portillo bajó para informarse de lo que sucedía. Nucete Paoli le dijo que Miraflores estaba en poder de los sublevados, pero de vuelta, y luego de informar a Medina, el edecán pidió nuevas explicaciones a lo que Nucete respondió en tono en enérgico: “dígale al general Medina que es mejor que se retire porque Miraflores está ocupado por nosotros”. De allí el Presidente inició un recorrido por las plazas que todavía le eran leales.



Sin embargo, la situación en el Palacio no era nada fácil. El Cuartel de la Policía Municipal combatía fieramente al mando de los coroneles Francisco Angarita Arvelo, Santiago Ochoa Briceño y el refuerzo de los voluntarios Rafael Cisneros (viejo militar guayanés), Pedro Estrada (posteriormente jefe de la Seguridad Nacional) y José Ramón Peña (veterano de las montoneras corianas). El Cuartel San Carlos era una incógnita y el resto de las posiciones militares leales hasta ese momento al gobierno. Velasco que daba pruebas de un sereno manejo estratégico, ordenó una de sus primeras medidas defensivas con la toma del Ministerio de Guerra y Marina, situado en ángulo noreste de Miraflores. La acción fue cumplida por el teniente Carlos Morales, quien redujo a prisión al coronel López Centeno y tomó la emisora del Ministerio que fue confiada a los tenientes Tito López y Julio Escalona. La emisora comenzó a convocar voluntarios y se hizo la contabilidad del parque: 5 millones de cartuchos y 32 piezas automáticas entre ametralladoras M-14 y fusiles checos. Las terrazas del palacio y las esquinas adyacentes fueron artilladas con las ametralladoras y Nucete Paoli se trasladó a fortalecer la Escuela Militar y se le hicieron llegar tres camiones con cartuchos y 80 soldados, al tiempo que el capitán de la Aviación Horacio López Conde, recién liberado de la prisión del ministerio se incorporó a la operación.

LA NOCHE INCIERTA

La noche fue de intenso ataque por parte de la Policía Municipal, no obstante los llamados de la emisora en poder de los insurrectos comenzaban a tener repuestas; los primeros voluntarios en llegar a Miraflores fueron Rafael Márquez Barreto y Julio José Villarroel, un experto en telecomunicaciones que reforzó la estación rebelde y los temores de la larga noche eran neutralizados por el insistente grito de Velasco: “Aquí habrá muertos pero no prisioneros”. La media mañana del viernes 19 se selló la victoria de los sediciosos. Un avión capitaneado por el teniente Gustavo Pérez Ojeda sobrevoló Miraflores y dejó caer un papel atado a un tornillo que daba cuenta de la adhesión de la aviación en Maracay y se pedían instrucciones. Velasco, a través de la emisora rebelde articuló las claves que permitieron a los aviones bombardear con granadas y ametralladoras a la Policía Municipal, y los cuarteles Ambrosio Plaza y San Carlos obligando al Batallón Bolívar a desalojar la última plaza en rebeldía: 17 mil fusiles quedaron a disposición de los combatientes de ambos bandos

En la tarde todavía los fogonazos cubrían la actual Avenida Urdaneta. La presencia horas antes de los aviones sobre la ciudad habían decidido la capitulación del general Medina Angarita; pero en el interior de Miraflores aún faltaba por resolverse el capítulo más importante de la jornada: la constitución el nuevo gobierno.

Giacopini salió la calle para tener una idea más precisa y directa de los acontecimientos.

Parado en la esquina de Bolero (toda la zona seguía ocupada por los eficaces M-14), observó que un automóvil color negro conducido por un joven de apellido Higueras se aproximaba por la esquina de Paraíso y del cual bajaron y luego entraron al ministerio de Guerra y Marina Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa. Al poco rato Betancourt arengó a la tropa, a los reservistas y voluntarios sobre las metas de un proceso que desde ese momento se conoció como la Revolución Democrática de Octubre.

Esa noche, bajo una luz precaria, Leonardo Ruiz Pineda redactó el Acta Constitutiva de la Junta Revolucionaria de Gobierno: Rómulo Betancourt (Presidente), Raúl Leoni, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa (Secretario), Edmundo Fernández, mayor Carlos Delgado Chalbaud y capitán Mario Vargas.

Agobiado por el sueño y las tensiones, José Giacopini Zárraga comenzó a desandar los 100 metros de regreso hacia la casa.

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