Alfredo Toro Hardy
A no dudarlo, China pasa a convertirse en el mayor beneficiario del nuevo conflicto entre Israel y Hamas, un conflicto susceptible de involucrar también a Hezbolá y a Irán mismo. El por qué Pekín deriva una clara ventaja de dicha situación responde a tres razones básicas que se interconectan entre sí.
La primera de dichas razones es que la atención estadounidense vuelve nuevamente a focalizarse en un Medio Oriente en conflicto. Como bien decía el reconocido intelectual singapurense Kishore Mahbubani en la primera década de este siglo, lo lógico sería que el 90% de la atención de la potencia dominante estuviese dirigida a la potencia emergente que comenzaba a rivalizarla en poderío. Es decir, China. Sin embargo, según señalaba, la atención de Estados Unidos se encontraba desproporcionadamente centrada en sus guerras en el Medio Oriente. Ello brindó una excepcional oportunidad estratégica a Pekín, quien pudo desplegar crecientemente sus alas sin verse sometido a la contención de Washington. Desde los tiempos de su llamado “pivote en Asia”, en tiempos de Obama, Washington intentó revertir esta situación, buscando llevar la prioridad de su atención a China. No obstante, las “guerras para siempre” que libraba en Irak y Afganistán le representaron un fuerte obstáculo en tal sentido. A un altísimo costo en imagen, la administración Biden pudo finalmente cerrar este capítulo con la salida de las fuerzas estadounidenses de Afganistán. El propósito manifiesto de esta acción no fue otro que el de poderse concentrar en donde realmente hacía falta. Con la invasión rusa a Ucrania, sin embargo, Estados Unidos debió hacer compartir lo esencial de su atención con un nuevo frente. Ahora, un nuevo conflicto en el Medio Oriente, que dispone del potencial para expandir su combustibilidad en varias direcciones de manera simultánea, pasa a complicarle mucho más la situación. Como en la famosa línea de Vito Corleone en el Padrino III, Washington podría decir que cada vez que intenta salirse lo jalan de nuevo hacia abajo. Según señala acertadamente Alex Lo, el gran problema de querer mantenerse como la superpotencia dominante “es que hay que meter los dedos en demasiados pasteles al mismo tiempo. China estaba supuesto a ser el gran pastel, pero eso resulta difícil cuando otros pasteles se están quemando y requieren de seria atención (…) Ello pone fin al sueño de Washington de dejar atrás a un Medio Oriente relativamente estable para poder concentrarse en el reto que China le plantea” (“China to Benefit as US gets bogged down in the wars of its allies”, South China Morning Post, 15 October, 2023). En efecto, a la gigantesca distracción que le representa Ucrania se suma ahora un Medio Oriente en ebullición. Para Pekín, ello podría representar, nuevamente, una excepcional oportunidad estratégica.
La segunda de las razones es que mientras Estados Unidos se involucra directamente en la contienda, asumiendo el desgaste notorio de imagen que ésta conllevará, China no sólo se proyecta por encima de ésta, sino que cultiva la imagen de gran árbitro frente a la misma. Según señala Kevin Rudd, ex Primer Ministro de Australia y uno de los mayores expertos en China: “La expansión de la presencia estratégica de China en el Medio Oriente ha sido rápida y notable. La misma ha sido desarrollada con un mínimo de fanfarria pública y se ha sustentado en su formidable palanca económica ante las principales capitales regionales y en su habilidad para no verse absorbida por las tensiones interregionales. Al no tomar partido, China ha logrado desarrollar y mantener amistad con los distintos beligerantes de la región, balanceando cuidadosamente su relación con Irán, con los países árabes y con Israel (…) Pekín está consciente de los inmensos costos financieros y políticos que las intervenciones militares estadounidenses en el Medio Oriente le representaron y no desea para nada involucrarse en disputas regionales que considera irresolubles, viendo a las intervenciones estadounidenses en ellas como una locura….” (The Avoidable War, New York: Public Affairs, 2022, pp. 272, 273).
Así las cosas, mientras Estados Unidos se verá asociado a los excesos de Israel en Gaza, excesos inevitables ante la naturaleza misma de un conflicto no sólo urbano sino cargado de emociones, China volará por encima de las discordias. No en balde, el contraste entre las acciones de Biden y Xi Jinping en estos momentos. Biden viaja a Jerusalén a ofrecer el apoyo incondicional de su país a Israel y posiciona dos portaviones en las inmediaciones marítimas de ese país en señal de respaldo y de disuasión frente a terceros. Xi Jinping, en cambio, se apresta a recibir en Pekín a delegaciones de alto nivel de 140 países del Medio Oriente y del Sur Global para conmemorar la vía china hacia el desarrollo de estos. Más aún, dentro del contexto de la reciente Iniciativa de Seguridad Global propuesta por China, y que presenta a este país como un árbitro honesto para casos de conflictos internacionales, Pekín se ha ofrecido desde ya como mediador de la nueva conflagración. De tal manera, mientras la imagen y la influencia estadounidenses van camino a sufrir un serio deterioro en el mundo árabe, China no hará sino incrementar su prestigio en la región.
La tercera de las razones es que el conflicto en Gaza echa por tierra el acuerdo tripartito Estados Unidos-Arabia Saudita-Israel, que estaba a punto de ser firmado. Por medio de este, Washington esperaba desplazar la influencia de Pekín en el principal país del Medio Oriente. En efecto, para Estados Unidos dicho acuerdo perseguía un doble propósito. De un lado, consolidar la paz en el Medio Oriente mediante el restablecimiento de relaciones entre Arabia Saudita e Israel. Del otro, frenar el posicionamiento de China en Arabia Saudita. En base a lo primero, Washington aspiraba a dejar pacificado al Medio Oriente para poder atender lo que realmente le importaba: Contener a China. En base a lo segundo, y tal como lo establecía el tratado por firmarse, se impedía la penetración en ese país de la tecnología 5G china representada por Huawei, así como la potencial instalación de bases militares chinas en el mismo. Más aún, Washington adquiría el derecho a ser consultado en relación a los montos de producción petrolera sauditas, lo cual se traducía en un alto nivel de influencia en los precios internacionales del petróleo. En síntesis, la balanza de influencia en Arabia Saudita pasaba a inclinarse en favor de Estados Unidos, en claro detrimento de China. El conflicto en Gaza inevitablemente deja sin efecto la materialización de dicho acuerdo y, con ello, afecta doblemente a Estados Unidos. Le impide focalizar su atención en China, sin tener que preocuparse por una región que siempre le ha traído problemas. Le impide adquirir la ventaja estratégica que perseguía frente a China en el principal país del mundo árabe.
En definitiva, dentro del forcejeo permanente de poder entre las dos superpotencias, los acontecimientos en curso en el Medio Oriente le representan una importante ventaja a China frente a los Estados Unidos.