A sus 73 años, es uno de los escritores más famosos del mundo, y también uno de los más prolíficos
KEN FOLLETT: “MI MUJER ES LO MEJOR DE MI VIDA
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Ixone Díaz Landaluce

Ken Follett nos recibe en su magnífica casa al norte de Londres para hablar de La armadura de luz, la última entrega de su saga superventas Los pilares de la Tierra.

Al entrar en la impresionante propiedad de Ken Follett (Cardiff, 1949) en el pequeño municipio de Knebworth, a las afueras de la ciudad dormitorio de Stevenage y a 50 kilómetros de Londres, cuesta creer que para él todo empezara con un préstamo denegado por el banco y el encargo de escribir un libro a cambio de 200 libras esterlinas. Eran los años 70, trabajaba como periodista en un diario londinense, acababa de ser padre por segunda vez y no tenía dinero para pagar la reparación de su coche. Empezó escribiendo libros por encargo y, más tarde, se especializó en thrillers. Nadie hubiera vaticinado entonces que una novela histórica le catapultaría al éxito global, pero con Los pilares de la Tierra, el hipnótico relato de la construcción de una catedral en la Edad Media, Follett se convirtió en uno de los escritores de best sellers ás famosos del mundo. Y en uno de los más ricos.

Ahora presenta La armadura de luz, la quinta entrega de la saga, que explora la Revolución Industrial y las guerras napoleónicas y en la que Vitoria y Ciudad Rodrigo se convierten en escenarios del relato. «La batalla de Vitoria es muy interesante. De alguna manera, fue el principio del fin para Napoleón», explica el escritor sentado de espaldas a la biblioteca que alberga toda su obra, desde el primer al último libro, en todos los idiomas y ediciones disponibles. El impresionante espacio de altísimos techos está situado en un edificio aledaño a la residencia principal, un precioso inmueble de ladrillo visto cubierto de hiedra que se asoma a una propiedad de árboles centenarios, una piscina cubierta, una pista de tenis impoluta, los garajes que custodian su famosa colección de coches de lujo... Todo está inmaculado y es perfectamente british. A sus 73 años, Ken Follett disfruta de una vida magnífica, del cariño de millones de lectores en todo el mundo y de un oficio que, paradójicamente, nació de la necesidad. Quién se lo hubiera dicho cuando el banco le negó aquel préstamo.

MUJERHOY. Esta biblioteca es el testimonio de una carrera impresionante: ha vendido 188 millones de copias de sus libros, en 80 países y 40 idiomas. ¿Alguna vez ha analizado qué ha convertido su obra un éxito tan universal?

Pienso bastante en ello, pero es una pregunta complicada. Hay muchos escritores que saben contar buenas historias, pero la mayoría no escriben bestsellers y si lo hacen, sólo lo son en uno o dos países. Quizá es porque escribo sobre dramas fundamentales. La guerra es uno de ellos. Pero también la pasión romántica o la rivalidad. A la gente le preocupa el amor, el matrimonio, el sexo, tener hijos, pero también la enfermedad o la muerte. Si escribes sobre eso, gente de todo el mundo es capaz de empatizar con tus personajes. Es lo que creo, aunque tampoco estoy del todo seguro...

Su nuevo libro explora los inicios de la Revolución Industrial. ¿Encontró algún paralelismo con la revolución tecnológica con la que convivimos o la irrupción de inventos tan disruptivos como la inteligencia artificial?

Las innovaciones siempre generan conflictos porque convierten a algunos en prósperos y a otros les dejan sin trabajo. La Revolución Industrial fue el inicio de esa tendencia, pero desde luego no fue el final. Sigue ocurriendo continuamente. Quién sabe, puede que la inteligencia artificial pronto te sustituya a ti. O a mí. Quizá sea capaz de escribir un libro mejor que yo, aunque espero que no. Pero esa no es la única similitud que encontré entre aquella época y esta.



¿Cuál es la otra?

Lo que llamamos la crisis del coste de la vida y que viene provocada porque los salarios no crecen al mismo ritmo de la inflación. En el siglo XVIII pasó algo parecido con el precio del pan. Hubo revueltas y las amas de casa robaban en las panaderías. Hoy mismo leía en el periódico que cada vez hay más casos de malnutrición en el Reino Unido. Algunas enfermedades casi desaparecidas, como el escorbuto o el raquitismo, están volviendo. Es terrible.

La novela también tiene como escenario las guerras napoleónicas. En el último año, se ha hablado mucho sobre el síndrome de Napoleón de Putin. ¿Encuentra usted las similitudes entre ambos?

Sinceramente, no veo la conexión. Napoleón era un dictador, pero en el siglo XVIII no había democracias. Era un general brillante y, para la época, tenía algunas ideas progresistas: abolió la discriminación contra los judíos en los países que conquistó y creía en la educación femenina. Era un autócrata, pero también un gran soldado con algunas ideas ilustradas. Putin, en cambio, es un dictador terrible y un pésimo líder militar. No es más que un matón.

Suele invertir tres años en escribir sus novelas históricas, que implican un increíble trabajo de documentación. ¿Nunca siente la tentación de escribir algo más íntimo o ligero?

Lo cierto es que no. Nunca escribo comedia. Mis libros más ligeros no son los mejores. Se me da mejor y me gusta más hablar de las grandes pasiones.

¿Y qué le mantiene motivado para seguir escribiendo a un ritmo tan frenético?

A menudo me dicen: « Tienes suficiente dinero, ¿por qué no te retiras?». Pero no quiero retirarme. ¿Qué haría todo el día? ¡Ni siquiera juego al golf! Por qué voy a dejar de hacer algo que amo para no hacer nada en absoluto. No creo que vaya a jubilarme nunca.

En un proceso creativo tan largo, ¿qué tiene que pasar para que se sienta satisfecho con la novela en la que está trabajando?

El libro se termina cuando no encuentro manera de mejorarlo. Primero, escribo el esquema de la historia, luego el primer borrador y, después de corregirlo, se lo enseño a un par de personas que me ayudan a identificar las partes más aburridas. Pero llega un momento en el que me doy cuenta de que los cambios que hago no aportan nada. Ese es el final del proceso.

En estos tiempos hiperconectados que vivimos, ¿cuál diría que es la función social más importante que cumple la literatura?

Las novelas y la cultura existen porque las disfrutamos. Su propósito es nuestro placer. Si no te gusta el jazz, no escuchas jazz. Mi misión es darle a la gente algo que pueda disfrutar. Pero cuando leemos ocurre otra cosa más. La gente que lee es capaz de hablar mejor, por ejemplo. También nos ayuda a ponernos en el lugar de los demás, a desarrollar la empatía. Los lectores son más capaces de pensar: ¿cómo se sentirá esa persona?, ¿por qué hace lo que hace? Y esa es una habilidad importante, porque i Imaginar los sentimientos de los demás es lo que nos permite convivir con otros. Pero esa no es la razón por la que las personas leen. Nadie dice: «Voy a leerme este libro para desarrollar mi empatía». Leen porque les gustan las historias.

Es usted tan famoso por su ética de trabajo como por su habilidad para disfrutar de la vida que el éxito le ha proporcionado. ¿Le costó conquistar ese equilibrio?

Soy una persona diurna: empiezo a escribir muy pronto porque no tengo la capacidad de hacerlo por la noche. A las cuatro de la tarde ya he terminado y me dedico a divertirme: salgo a cenar con amigos o me quedo en casa leyendo. Ahora no me cuesta esfuerzo, pero sí necesité mucha disciplina para escribir mis primeros libros. Trabajaba todo el día como periodista y, al llegar a casa, me ponía a escribir. Resultaba tentador dejarlo para irme al pub o ver la televisión, pero sentía una especie de llamada. Aunque escribía libros que me daban muy poco dinero y muchísimo trabajo, nunca tuve la tentación seria de dejarlo. Sentía que aquello era lo que estaba llamado a ser.

¿La inspiración es algo que puede domesticarse a base de disciplina?

Nunca he sufrido el síndrome de la página en blanco. Y toco madera. Quizá es porque jamás me siento delante de la pantalla y me pregunto qué debería escribir. Antes, empiezo a jugar con mis ideas, tomo notas, pienso sobre cuál podría ser una buena historia... Mi imaginación no tiene fin. Siempre ha sido así. De niño, siempre estaba jugando a ser otra persona: un cowboy, un pirata, el capitán de una nave espacial… Nací con esa virtud. Mi madre también era muy imaginativa. Debí heredarlo de ella porque mi padre era inspector de hacienda.

A partir de esa imaginación ha sido capaz de crear toda la obra que alberga esta biblioteca, pero también una vida muy confortable para usted y su familia. ¿Alguna vez cae en ese tipo de autocomplacencia?

¿Si voy y digo: «¡Guauuu!»? Bueno, de vez en cuando... No soy una persona muy modesta [Risas].
Tuvo una infancia muy religiosa y después estudió Filosofía en la universidad. ¿Dónde encuentra ahora la espiritualidad?



Soy ateo, pero también me considero una persona espiritual. Por eso me resultan tan atractivas las catedrales. Cuando entras en una, inmediatamente te inunda una calma que no tiene nada que ver con Dios o el sentimiento religioso. Yo no soy creyente y soy capaz de sentirlo.

Suele contar que desarrolló su amor por la lectura porque creció sin radio, cine ni televisión. Ahora que es abuelo, ¿le preocupa la relación de los más jóvenes con la tecnología?

Hace 50 años, los padres también se preocupaban si sus hijos veían demasiada televisión. Pero en la calle en la que yo crecí, donde las familias nunca viajaban, la televisión ayudaba a ensanchar las mentes. Jamás pensé que fuera malo y ahora tampoco estoy seguro de que las pantallas lo sean. Lo que sí sé es que, si les das un buen libro, a los niños les gusta leer. Eso es algo que demostró Harry Potter, cuando los niños hacían cola en las librerías a las cinco de la mañana para comprarlo. Roald Dahl también tenía ese poder y, muchos años después de su muerte, sus libros siguen siendo un éxito.

También toca en una banda. ¿Qué le proporciona la música que no consigue a través de la escritura?

Escribir es algo muy cerebral: tengo que inventar tramas, asegurarme de que la historia es consistente... Tocar música no requiere pensar tanto, es mucho más inmediato. Es como si la conexión entre tus oídos y las yemas de tus dedos no tuviera que pasar por el cerebro. Me encanta estar en una banda. Aunque solo tocamos en público un par de veces al año, me divierte muchísimo subirme al escenario y ver cómo un par de cientos de personas bailan mientras nosotros tocamos. La gratificación es inmediata. Recibir la reacción de los lectores a tus libros lleva años. Es muy diferente.

Descubrió su pasión por la política en los años 60. ¿Todavía le apasiona o, con el paso de los años, su interés se ha diluído?

No se ha desvanecido, pero tu actitud hacia la política se modera con el tiempo. Cuando era joven, iba a las manifestaciones contra la guerra de Vietnam porque estaba cabreado. Creces pensado que tu país siempre está en el lado de los buenos y, de pronto, te das cuenta de que éramos los opresores. Fue un shock para mí. A medida que te haces mayor, te das cuenta de lo difícil que es cambiar la sociedad. Así que, aunque algunas cosas me siguen enfadando, ya no estoy cabreado y soy consciente de que las soluciones sencillas en las que creía cuando era joven no eran soluciones. Cuanto más cerca estás del Gobierno, más evidente es.

Su mujer, Barbara, fue miembro del Parlamento y ministra en los gobiernos laboristas de Tony Blair y Gordon Brown...

Sí, y gracias a eso aprendí lo difícil que es resolver los problemas más serios, incluso cuando gente buena y brillante gestiona el país. Aún así, sigo en la misma posición de siempre: soy de lo que antes se llamaba izquierda blanda: no soy marxista. Cuando estaba en la universidad, los estudiantes más brillantes lo eran, pero yo acababa de escapar de una secta religiosa y ellos me sonaban a más de lo mismo. Tenían una respuesta para todo, como la secta de mis padres. Y eso me mantuvo alejado. Siempre he pertenecido a la izquierda moderada.

¿Hay algún líder político actual que le resulte inspirador?

El presidente Macron. Francia es un país maravilloso, pero muy difícil de gobernar porque los franceses salen a manifestarse a las calles a la primera de cambio. Macron se ha enfrentado a los problemas de Francia y, aunque ha tenido un éxito muy limitado, admiro sus agallas.

¿Qué cree que contarán las novelas históricas del futuro del tiempo que estamos viviendo en Europa?

Lo más preocupante de la situación actual es el auge del neofascismo. Cada país tiene un partido de extrema derecha que cada vez acumula más votos. Parte del problema es que la gente no recuerda quiénes fueron los nazis. Supongo que en España mucha gente se acuerda de Franco, pero se ha olvidado de sus masacres. Veo a líderes como Erdogan, Orban o Trump haciendo lo que siempre han hecho los fascistas: atacar la libertad de prensa, la independencia judicial y la democracia. Lo primero que hizo Hitler en Alemania fue dejar sin poder al parlamento. Las generaciones más jóvenes no saben lo que pasó. Quizá si leyeran un libro emocionante sobre la historia del siglo XX entenderían que estos dictadores, que parecen fuertes y glamurosos, no arreglarán ninguno de sus problemas.

¿Piensa en su legado, en si sus novelas seguirán leyéndose dentro de dos siglos?

No me lo planteo porque no estaré aquí para verlo. Además, es difícil predecir quién sobrevivirá al paso del tiempo. La casa de al lado, que es un castillo, fue construida por el escritor Bulwer Lytton, que fue muy famoso e hizo mucho dinero en su época. Era amigo de Charles Dickens y todo el mundo pensaba que escribía mejor que él, porque contaba historias sobre las clases privilegiadas mientras Dickens escribía sobre las clases trabajadoras. Ahora, Dickens está considerado el mejor novelista en lengua inglesa de la historia y nadie lee a Lytton. No tenemos ni idea de cuáles serán los valores o gustos de dentro de 100 años. Por eso, no me preocupa. Mi propósito es escribir historias que la gente ame y disfrutar de la vida que eso me proporciona.

¿Qué es lo que más feliz le hace en este momento de su vida? ¿Qué es lo mejor de ser Ken Follett?
Estar casado con Barbara.

Sé por experiencia lo que el matrimonio puede llegar a ser cuando no es bueno [Follett se divorció de su primera mujer en los 80] y, después de tantos años juntos, nosotros todavía estamos locos el uno por el otro. Nunca nos quedamos sin temas de conversación cuando estamos los dos solos. Desayunamos juntos y, al terminar, estoy deseando que llegue la hora de comer para volver a verla. Ella es sin duda lo mejor de mi vida.

Mujer Hoy/ABC


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