En enero de 1969 se produjo la rebelión de la población amerindia de Rupununi en Guyana que pidió protección a Venezuela en la disputa por el territorio Esequibo
GUYANA: DE RUPUNUNI A LA HAYA
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Manuel Felipe Sierra

Cinco décadas después en la Corte Internacional de Justicia de La Haya el tema es noticia de primera página.
 
Valerie Hart entró a la Casa Amarilla de Caracas la tarde del 3 de enero de 1969. El día anterior la población amerindia de Rupununi en Guyana se declaraba en rebeldía contra el gobierno de Forbes Burnham. Cuando estrechó la mano del canciller Ignacio Iribarren Borges, recobró cierta dosis de la tranquilidad que había perdido después de un largo desvelo. La tarde anterior sobre un espacio cuasi selvático marcado por pequeñas y medianas fincas de ganado y a más de 400 kilómetros al sur de Georgetown, estallaba una confabulación separatista. La señora Hart hizo la relación de los hechos que habían conducido a su designación como presidente de un Comité Provisional de Gobierno, después que Burnham negara sus derechos a los 40 mil nativos y pobladores de la zona; y que su Ministro de Agricultura Robert Jordan les explicara, como parte de una política racista, que no le serían validados los títulos de propiedad de las tierras y advertido además que la zona sería ocupada por la población negra sobre la cual el gobernante sustentaba su fortaleza política.



Hart explicó a Iribarren que la intención de los insurrectos era convertir a Rupununi en un territorio independiente bajo protección venezolana. El canciller guardó silencio pero conocía de los planes de protección de la frontera del Esequibo que dirigían el Ministro del Interior Reinaldo Leandro Mora, el general de brigada Raúl Jiménez Gainza, el capitán Jacobo Yépez Daza y el cubano-venezolano Orlando García quién después se haría famoso como Jefe de Seguridad de Carlos Andrés Pérez. Valerie relató entonces la operación: los aeropuertos de Lettem y Annai fueron bloqueados con tambores de gasolina, mientras los insurrectos leían la proclama del movimiento “Guyveno” (Guyanés-Venezolano) que tenía como símbolo un arco y una flecha. Jim Hart (su esposo), Harold Melville, y Maurice Mitchell encabezaron la acción con el apoyo de 100 personas en su mayoría mujeres armadas de escopetas. Con prudencia Valerie esperaba la reacción del funcionario, quién, extremando los modales diplomáticos explicó que había que recordar que Venezuela estaba comprometida con el “Acuerdo de Ginebra” con Inglaterra y la misma Guyana había firmado en 1966, y que de ninguna manera aunque quisiera podía intervenir en este caso a favor de los rebeldes. Minutos después, asediado por los periodistas al abandonar su oficina, el canciller Iribarren se limitó a decir: “Venezuela no considera prestar ayuda a los rebeldes de Guyana”; y desde Miraflores se advertía que no habría declaraciones al respecto. En cambio, el ministro del Interior Reinaldo Leandro Mora fue tajante: “El movimiento no hubiera fracasado de haber intevenido Venezuela”.
 
A los pocos metros, en el “Salòn Antimano” del hotel El Conde en rueda de prensa Valerie Hart declaraba indignada: “Quiero que se entienda muy claro que si el gobierno de Venezuela, por presión de los Estados Unidos, no presta ningún tipo de ayuda a la gente de Rupununi ello equivaldría a darle respaldo al gobierno de Burnham”

Al día siguiente 4 de enero, enviado por el gobierno venezolano desde Ciudad Bolívar, voló a Santa Elena de Uairén el capitán Edgar Gavidia Valero con un mensaje preciso: “Los componente militares venezolanos debían desbloquear las pistas y comenzar la evacuación de la población amerindia y de los cabecillas de la revuelta”. Por supuesto, el despeje de la pista suponía, tal como ocurrió, la llegada en horas de los contingentes de Georgetown. Un piloto de la línea “Guaica” que logró permanecer mayor tiempo en Lettem contó a su regreso las escenas de terror que se desencadenaron cuando dos C-47 aterrizaron en la zona. Burnham había ordenado una implacable limpieza étnica: las casas fueron incendiadas; los pobladores sometidos a torturas e incluso algunas mujeres pasto de violaciones.



LA INVASION POSPUESTA

A cinco décadas de los sucesos de Rupununi todavía se discuten las razones por la cuales el gobierno venezolano actuó con extrema prudencia en el caso, mientras que para otros de manera simplista lo ocurrido se trató simplemente de una traición. Es cierto que la insurgencia amerindia obedeció en buena medida a factores locales, pero también lo es que fué estimulada por la creciente presencia venezolana en Santa Elena de Uairén y las zonas aledañas en una política iniciada en 1954 a raíz de la X Conferencia Interamericana de Caracas. En esa ocasión el representante diplomático del país Ramón Carmona reiteró el reclamo sobre el territorio Esequibo y el propio Marcos Pérez Jiménez le planteó el asunto al Secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles en términos categóricos. Por cierto que durante esos días el líder independentista guyanés Cheddi Jagan permaneció como un discreto huésped invitado por el régimen en el Hotel Avila, mientras se constituía una Comisión Militar dirigida por el coronel Julio César Angola para examinar los escenarios de una ofensiva armada prevista para 1958.



En enero de 1969 la situación era otra. En diciembre, un mes antes Rafael Caldera ganaba la Presidencia de la República lo cuál significaba lógicamente un cambio después de dos períodos presidenciales de militantes de Acción Democrática y lo que supondría también variantes en el manejo de la política exterior. Es posible también que Washington haya advertido al presidente saliente Raúl Leoni sobre el peligro de una guerra en Guyana que tendría, curiosamente ahora como uno de los factores protagónicos al propio Jagan, vinculado con la estrategia insurreccional de Fidel Castro en la región. Sin embargo, no hay ninguna duda que el fracaso de la revuelta de 1969 y la actitud entonces del gobierno colocaron a la diplomacia venezolana en desventaja para discutir y firmar el año siguiente el Protocolo de Puerto España, mediante el cual se suspendió la reclamación por doce años.

En un reportaje publicado tiempo después el periodista Américo Fernández de El Nacional entrevistó en Ciudad Bolívar a Maurice Mitchell uno de los jefes de la fallida sublevación, quién recordaba que entonces funcionarios de los ministerios de Relaciones Exteriores e Interiores les habían prometido: “armas, entrenamiento, una avioneta y protección en caso de fracasar la insurgencia”. Por esos días también en un poblado de Texas, seguramente Valerie Hart recordaba la amarga sensación que sintió una tarde ya lejana en una enorme mansión amarilla frente a la Plaza Bolívar de Caracas. Publicado noviembre 2000 en la revista Primicia 



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