Un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet derroca a Salvador Allende y se instaura una sangrienta dictadura durante 17 años
CHILE: 11 DE SEPTIEMBRE 1973
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Equipo de Redacción

En noviembre de 1970 Salvador Allende de la alianza de izquierda Unidad Popular, asumió la Presidencia de Chile tras ganar por estrecho margen las elecciones del 4 de septiembre. En su cuarta postulación presidencial se imponía frente al expresidente Jorge Alessadri del Partido Nacional y RadomioTomic de la Democracia Cristiana en un clima de radicalización política y de tensiones previas a los comicios. Su gobierno fue una coalición que se proponía cambios que habrían de suscitar el rechazo de los factores conservadores nacionales y de la política de Estados Unidos en el marco entonces de la Guerra Fría, que –luego de confrontaciones severas de índole política y social_ habrían de culminar con su derrocamiento y el mismo episodio con su muerte aún cubierto con la discusión y hasta el misterio.

 





EL GENERAL QUE REZABA ANTES DE MATAR


Manuel Salvador Ramos

“…pero, si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardíamente la venganza. Por eso son tan temibles los hombres resentidos cuando el azar les coloca en el poder…” (Gregorio Marañón, Tiberio. Historia de un resentimiento)

Desde hace ya algunos años y con especialísima satisfacción he dedicado tiempo y lecturas a escudriñar tópicos del devenir chileno. Me he volcado en textos, legajos y archivos para captar y comprender episodios y es a través de esa dedicación como he llegado a valorar el alma de una sociedad marcando el rumbo de sus pasos. He leído biografías, grandes y pequeñas, y en los meandros de esas letras he palpado afanes y visiones. He conversado y discutido sobre los distintos vaivenes de su ruta histórica y nunca he podido evitar un dejo de sana envidia.

Los momentos de mi formación universitaria enmarcaron el profundo rechazo que me inspira el estigma cuarteleño en la propia génesis de nuestro país, y dentro de esa amargo tráfago siempre apareció el innoble abandono que sufrió Don Andrés Bello en Londres y como la mano de un diplomático chileno fue el gesto impensado que hizo fructificar su semilla en la tierra austral. Es posible que desde entonces haya arraigado en mí el sentimiento de expectación hacia Chile.

Dada esa presencia emotiva y ante la inmediatez de la fecha en la cual se llega al medio siglo de la implosión dolorosa, me pregunto: ¿Cuánto y qué se ha escrito sobre ella? He accedido a numerosos títulos, la mayoría de tipo autobiográfico, y ello refleja la necesidad de dejar testimonios y constancia de propias actuaciones o hechos muy concretos. Otros son los de carácter monográfico, más específicos, porque abordan un aspecto o un fragmento de la compleja época. Por último, más recientemente, los que buscan reconstituir e interpretar la visión y entregan una perspectiva de lo cual afortunadamente configura la presencia de enfoques autocríticos y ajenos al misticismo repetitivo. Pero aún así, hoy más que nunca, debe puntualizarse lo atroz de las consecuencias inmediatas al 11 de septiembre de 1973. Es imperativo que así sea porque a través de crónicas y relatos fehacientes sobre el devenir criminal del golpe pinochetista, se libra combate contra los vejámenes de hoy y se deja al descubierto como los payasos de la sangre se regodean en sus infamias. Más allá de búsquedas omnicomprensivas y de hipocresías propagandísticas, deben desnudarse realidades del presente donde se enseñorea la ferocidad disfrazada con harapos de ideología.
 
El cuerpo de toda sociedad, al igual que el ser como entidad ontológica, procrea y alberga sus propios dioses y demonios. El péndulo de las realidades que tan certeramente describió Durkheim en su momento, no solo nace en la febrilidad tropical o en los primitivismos etnográficos sino en todo sitio y lugar donde la imperfección del homo sapiens haya dejado su impronta, aunque como delineábamos en párrafos anteriores, existan espacios e historias donde la revulsión ancestral de la esencia humana encuentra cauces y canales. Es ahí, en esas abstracciones, donde brota una interrogante repetitiva: ¿en que guarida íntima se alojaban las hienas que mas allá de otros rubros de horror, asesinaron 3000 seres humanos?. Fueron muchos y variados los sepultureros de la democracia chilena, pero mas allá de la maraña que encierra los años que van desde 1970 a 1989, existe la responsabilidad de saber y entender las razones íntimas de esa explosión criminal que emergió y que nunca se presintió.

Los años llaman a la concordia y sus días transportan perdones convencionales, pero los dolores siguen presentes y para tejer la convivencia nunca podrá usarse el hilo del olvido. Por ello, quien suscribe desea usar de forma un tanto heterodoxa las líneas subsiguientes y a través de episodios diseminados mostrar, sobre todo a nuevos espectadores, como se edifica la maldad.



ENTREACTOS
 
El general Tulio Marambio fue un militar chileno que durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970) se desempeñó como Comandante General del Ejército y luego, al pasar a retiro, ocupó el Ministerio de Defensa. El diario digital El Mostrador de fecha 02 de octubre del año 2016, nos trae un episodio narrado por él:

“Refiriéndose a Augusto Pinochet, el general Tulio Marambio solía lamentarse:

—Yo tengo la culpa de que este miserable haya llegado a donde llegó.

En Chillán, en sus últimos años de vida, Marambio contaba a sus amigos que a fines de 1968, siendo él ministro de Defensa del Presidente Eduardo Frei Montalva, la Junta Calificadora de Oficiales había dado al coronel Augusto Pinochet una nota insuficiente que lo obligaba a pasar a retiro… pero entró en acción doña Lucía Hiriart.

—Vino a mi oficina, me tomó la mano y rodillas en el suelo, me rogó con lágrimas… Yo me apiadé y cedí, y ascendimos a su marido a general de brigada…”

Existen muchos ejemplos que muestran el enanismo mental y moral del oscuro personaje y de como con su compañera de vida conformó una coyunda de corrupción y ferocidad. Debe advertirse por cierto, que esa combinación tenebrosa de marido y mujer al entronizarse en el poder, ni ha sido una exclusiva praxis chilena, ni está circunscrita a escenarios pretéritos, ni tampoco es característica solo al ámbito castrense.

Particularmente elocuente es los que trasmite el periodista Juan Cristóbal Peña en su libro “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet”:

“Augusto Pinochet, el hombre que durante 17 años dirigió con mano dura el destino de Chile, era un "intelectual limitado" que plagió los libros que escribió y que coleccionó de forma compulsiva más de 55.000 volúmenes en su biblioteca privada, valorada en más de tres millones de dólares.

Corría 1933 cuando un joven Pinochet (1915-2006) logró matricularse en la Escuela Militar tras dos intentos fallidos, uno por la prueba física, el otro por no superar los exámenes.

Veinte años después, ingresó en la Academia de Guerra, impartió clases e, incluso, decidió cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Chile, aunque tan solo permaneció un año.

"Pinochet fue producto de las oportunidades, más que de las convicciones. En algún momento de su carrera vio la posibilidad de hacer un camino en la Academia como una forma de sobreponerse a sus limitaciones intelectuales, limitaciones de un hombre que se sabía menospreciado por sus pares en términos intelectuales".

Antes de llegar al poder (1973-1990), Pinochet escribió varios libros, todos con escasez de notas bibliográficas, entre ellos "Geopolítica". En esta obra, la más famosa de todas, llegó a plagiar a su mentor, el general de izquierdas Gregorio Rodríguez Tascón ,"al que le debía una carrera académica", cuenta Peña.

A partir de 1973, señala el autor, Pinochet "se propuso instalarse como el único hombre de la geopolítica en Chile y tal vez uno de los pocos en Latinoamérica"

Esta obsesión de Pinochet se hizo todavía más patente cuando el exiliado general Carlos Prats, su predecesor como jefe del Ejército, escribió un artículo en una publicación argentina sobre esta materia.

Prats representaba el modelo al cual Pinochet siempre quiso acercarse", el que "quiso imitar" pero nunca lo consiguió por debilidades propias del personaje. Pinochet era un hombre de un intelecto muy limitado; siempre fue un alumno del montón. Prats, por contraste, ponía al descubierto sus debilidades, ya que era un militar brillante".

Por este motivo, el asesinato de Prats, ocurrido el 30 de septiembre de 1974 en Buenos Aires a manos de agentes de la policía secreta de la dictadura de Pinochet, no fue solo "político", sino que además hubo "un factor pasional, irracional"
.



En otra parte de su obra, el mismo periodista detalla, con mayores aportes valorativos, lo referente a la minusvalía que experimentaba Pinochet ante Carlos Prats:

(…)

“El operativo que se ideó desde Santiago para acabar con la vida de Carlos Prats tuvo motivaciones políticas. Pero tuvo también un componente pasional.

Pinochet recelaba de los contactos y aptitudes de su antecesor no necesariamente porque pusieran en riesgo su posición de poder, sino porque acusaban sus propias limitaciones intelectuales. Es muy probable que el recelo anteceda por mucho a la toma del poder y que se incubara por años, por toda una vida, hasta derivar, como en el caso del emperador Tiberio, en un resentimiento incurable.

Eso último no es un pecado sino una pasión, previno Gregorio Marañón en su ensayo sobre Tiberio. Pero esa pasión de ánimo –agregó– puede conducir al pecado y, a veces, a la locura o al crimen.

Marañón sostiene que en la génesis del resentimiento es condición esencial «la falta de comprensión, que crea en el futuro resentido una desarmonía entre su real capacidad para triunfar y la que se le supone». Y es precisamente esa incomprensión de sus capacidades la que impulsó a Pinochet a escribir textos militares y procurar abrirse camino en la docencia. En ese afán había un ánimo de reconocimiento que le fue esquivo.

Desde sus años de cadete militar, cuando debía esforzarse el doble que sus compañeros para conseguir logros que no superaban la medianía, Pinochet resintió una adversidad que muy probablemente juzgaba injusta. A diferencia de Prats, que tuvo una carrera brillante, la de Pinochet estuvo marcada por claroscuros.

Prats egresó de cadete como primera antigüedad y más tarde, en la Academia de Guerra, volvió a ser el alumno más destacado de su generación. Pinochet, en cambio, fue un estudiante del montón: nunca entre los primeros pero tampoco entre los últimos.

No había cómo pensar otra cosa. En confianza, en reuniones sociales o de trabajo, Pinochet solía hablar de gestas bélicas y anécdotas de cuartel. Esos eran sus temas. Pinochet representaba mejor que ningún otro oficial de ejército «esa concupiscencia y frivolidad, esas limitaciones intelectuales y culturales» de las que habló Prats en su carta de 1974 a la viuda de José Tohá.

En ese y otros sentidos, Prats era una excepción en el ejército chileno. Podía hablar de igual a igual con Allende y otros dirigentes de la Unidad Popular. Podía conversar de gestas bélicas y anécdotas de cuartel, pero también de literatura, arte y política. Su cultivada cultura era muy amplia y ello ponía al descubierto las deficiencias de Pinochet, no solo ante dirigentes políticos, sino que también ante sus propios compañeros de armas.

Uno de ellos, el general Fernando Lyon, se sorprendió cuando Pinochet le confesó que el general René Schneider lo consideraba «un general de poco vuelo intelectual». Transcurrían los primeros días tras el golpe de Estado y, a decir de testigos, « esa confesión estuvo cargada de cierto resentimiento».

La opinión de Schneider no era muy distinta a la que expresó Prats en la carta a la viuda de José Tohá. Después de señalar la «limitaciones intelectuales y culturales» de los militares golpistas, se detuvo a diseccionar lapidariamente al propio jefe de ellos:

En su personalidad –como en el caso Duvalier– se conjugan admirablemente una gran pequeñez mental con una gran dosis de perversidad espiritual, como lo ha estado demostrando con sus inauditas declaraciones recientes.(Negrillas nuestras)

(…)

La bomba previamente instalada en el chasis del automóvil del General Prats, un Fiat 125, fue activada mediante control remoto la madrugada del 30 de septiembre de 1974 por dos agentes civiles de la Dina, provocó un efecto devastador. El informe que la policía argentina levantó en el lugar de los hechos dio cuenta de «restos calcinados de carne humana» esparcidos en un radio de cincuenta metros.

A Sofía Cuthbert, que ocupaba el asiento del copiloto, «le faltaban ambas piernas y el brazo izquierdo», además de presentar «quemaduras de primer grado y carbonización de cráneo, cara, muslo superior derecho, tórax y abdomen». En tanto Carlos Prats, que había bajado a abrir la cochera del estacionamiento de su casa al momento de producirse la explosión, tenía «quemaduras de cabellos, cejas, pestañas y bigotes, destrucción traumática de brazo, antebrazo, mano derecha y del miembro izquierdo».

Carlos Prats y Sofía Cuthbert, de 59 y 57 años, tenían tres hijas y cinco nietos.

(…)

Así y todo, eran muchos lo que no creían, y aún hoy se niegan a creerque Pinochet y su régimen estén relacionados con el crimen. Otros derechamente hicieron la vista gorda y, pese a las evidencias, se mantuvieron leales al hombre que dijo que en su país no se movía una hoja sin que él lo supiera.

Julio Canessa Robert fue uno de esos tantos leales. Dirigió el Comité Asesor de la Junta de Gobierno, que en rigor asesoraba únicamente a su jefe en materias políticas y administrativas. Esa cercanía con el dictador le permitió luego ser vicecomandante en jefe del Ejército y senador designado. No obstante todo ello, guarda un gran afecto por Carlos Prats, quien fuera profesor suyo en la Academia de Guerra.

Canessa asegura que la muerte de su profesor le duele hasta estos días. Le duele y no cree que el gobierno del que formó parte, ni menos quien lo encabezó, hayan tenido algo que ver con ese crimen. De hecho, a los pocos días de ocurrido, a puertas cerradas, se plantó ante Pinochet y preguntó:

-Mi general, ¿fuimos nosotros?-

Cómo se le ocurre, Julito –respondió el general–. Nosotros no tenemos nada que ver con eso…”


FOTOS A CUERPO ENTERO

Pero en la ya citada información de “El Mostrador”, encontramos informaciones que abundan con mayor profusión sobre las maquinaciones criminales del general.

“A partir del día del golpe, un Pinochet despiadado sacará las garras y mandará meticulosamente a la muerte, uno tras otro, a los superiores a quienes poco antes obedecía y hacía la pata y a chilenos sobresalientes, como Orlando Letelier, un intelectual y político brillante que, según los documentos desclasificados en Estados Unidos, mandó “personalmente” a matar. Esa nómina siniestra es la Lista de Pinochet de quienes debían morir como exorcismo del oscuro complejo de inferioridad que siempre lo había corroído.

Encabezaba la Lista, por supuesto, Salvador Allende, el Presidente que lo había nombrado y al que había adulado y jurado lealtad hasta conseguir que lo ascendiera a general de división y finalmente lo nombrara comandante en Jefe. La Lista incluía a dos ministros de Defensa a los que había obedecido haciéndoles genuflexiones, José Tohá y Orlando Letelier, y a su antiguo superior, el general Carlos Prats, soldado culto y visionario que confió en él y lo propuso a Allende para que lo sucediera en la Comandancia en Jefe. Llegado a la cúspide del poder, Pinochet fue puliendo, ampliando y aplicando su siniestra lista mientras el jefe de la DINA Manuel Contreras conformaba una escuadra asesina que viajará por Chile y el mundo para cumplir fielmente cada “contrato” del dictador. El sicario estrella era el chileno-estadounidense Michael Townley.

Al combatir en La Moneda y suicidarse, Salvador Allende se convirtió en el primer integrante de la Lista de Pinochet junto a cuyo nombre el dictador pudo marcar una cruz.En la ejecución de la Lista siguió cronológicamente un hombre que sin haber estado en el corazón del gobierno fue incluido por Pinochet por motivos del mas torvo resentimiento personal: el brillante ingeniero David Silberman Gurovich, quien a los 35 años había sido nombrado por Allende gerente general de Cobrechuqui, la mina de cobre nacionalizadaen la zona de Chuquicamata nacionalizado. Silbermanse destacaba por su eficiencia y palabra certera. Tras el golpe, en un remedo de consejo de guerra celebrado en Calama, fue condenado a 13 años de cárcel y enviado a la Penitenciaría de Santiago a cumplir la pena. Pero de allí fue sacado por los sicarios de la DINA el 4 de octubre de 1973, llevado a un centro de torturas y luego al campo de Cuatro Álamos, donde su rastro se pierde para siempre. En un intento por encubrir el crimen, la DINA hizo aparecer un cuerpo descuartizado en Argentina correspondiente supuestamente a Silberman, quien según una versión amañada habría sido “asesinado por un comando del MIR”. Las pruebas científicas demostraron luego que se trataba de otra persona.

¿Qué importancia tenía David Silberman para que Pinochet ordenara secuestrarlo y asesinarlo, y la realización de un operativo a través de la frontera con el fin de despistar? Los hechos. Siendo Pinochet comandante en Jefe de la Sexta División del Ejército con sede en Iquique, durante el gobierno de Allende, hubo una reunión de autoridades locales en la que participaron el gerente de Chuqui y el jefe militar. Ante una pregunta boba de Pinochet, Silberman, hombre mordaz, le habría espetado: “General, no pregunte tonterías”. Sin saberlo, en ese momento el ingeniero firmaba su sentencia de muerte. Pinochet no olvidará la afrenta y, como capo mafioso que ha sido desafiado, encargará a Manuel Contreras que “lave” su honra torturando y haciendo desaparecer a David Silberman.

La lista de Pinochet ya estaba en marcha y tocará el turno a José Tohá, que había precedido a Letelier como Ministro de Defensa de Allende entre el 8 de enero de 1972 y el 5 de julio de 1973. Tras permanecer como prisionero en isla Dawson, el 1 de febrero de 1974 Tohá fue trasladado muy debilitado al Hospital Militar, donde murió el 15 de marzo. La dictadura dio la versión de un suicidio, pero los peritajes científicos demostraron que fue estrangulado por terceros, según se consigna en el fallo posterior.

Siendo Tohá ministro, había mantenido una relación personal muy estrecha con Pinochet cuando era jefe del Estado Mayor del Ejército, vale decir, el segundo hombre de la institución. El 29 de junio de 1973, fecha del llamado “tanquetazo”, Tohá era ministro de Defensa y el general Prats, comandante en Jefe. Ese día Pinochet dirigió las fuerzas “leales” al Presidente Allende que avanzaron hacia el centro e hicieron abortar el alzamiento del Regimiento Blindados número 2. El matrimonio Tohá-Morales y el matrimonio Pinochet-Hiriart compartían como amigos en encuentros sociales en los que el tuteo y las bromas eran frecuentes. A los oídos de Tohá, el general Pinochet juraba lealtad inquebrantable al gobierno de Allende y soplaba “confidencias” y chismes sobre los demás generales. Frente al nombre de ese incómodo testigo de su servilismo, Pinochet, satisfecho, marcó en su lista una nueva cruz..

Dos meses después del asesinato de Prats, el 28 de noviembre de 1974, en el Hospital Militar moría en extrañas circunstancias el general Augusto Lutz, que en el alto mando había chocado con el jefe de la DINA, Manuel Contreras. Lutz, antiguo jefe de inteligencia del Ejército, propiciaba un cierto retorno a la democracia y se había opuesto abiertamente a las intenciones de Pinochet de instaurar un régimen militar prolongado. Augusto Lutz fue objeto de diagnósticos contradictorios y de varias operaciones y finalmente murió de septicemia en el Hospital Militar, muerte que su hija atribuye a un envenenamiento provocado. Con una cruz frente al nombre del general Lutz, Pinochet se aseguraba la fidelidad incondicional del alto mando.

Durante el gobierno de Allende, mientras Pinochet simulaba lealtad al Presidente, el general Óscar Bonilla aparecía dentro del Ejército como la cabeza visible de los oficiales partidarios de derrocar al gobierno. Había sido edecán del Presidente Eduardo Frei Montalva y se le consideraba cercano a la Democracia Cristiana. El día 11 de septiembre de 1973, Bonilla era el general más antiguo después de Pinochet y se trasladó a la Central de Telecomunicaciones en Peñalolén, donde se instaló el puesto de mando del golpe. Estaba convenido que Pinochet llegaría a las 7.30 y que, si algo le pasaba, el mando lo asumiría Bonilla. Pero a la hora indicada… Pinochet no llegaba… Cosa inconcebible de parte de un militar en esas circunstancias, finalmente se apareció tan campante con diez minutos de retraso. ¿Qué había pasado? Pinochet quiso aprovechar esos minutos decisivos para comprobar si las unidades del país se estaban sumado al movimiento, pues, en caso contrario, tendría la posibilidad de echarse atrás, traicionar a los compañeros con quienes estaba juramentado y permanecer a la cabeza del bando leal a Salvador Allende.(Subrayado nuestro)

Bonilla, ministro del Interior y luego de Defensa de la Junta, propiciaba un gobierno militar transitorio que organizara elecciones y garantizara los derechos de los trabajadores. Incluso se presentó por sorpresa en la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes y allí, al comprobar las terribles torturas que se aplicaban, puso bajo arresto al entonces coronel Manuel Contreras.Pinochet no tardó en incluir a Bonilla en su Lista personal de los que debían morir. El 3 de marzo de 1975, bajo la forma de un inexplicable accidente de helicóptero, el “contrato” contra el general Óscar Bonilla quedó cumplido y Pinochet pudo marcar una nueva cruz en su Lista.

Ese mismo año, 1975, Augusto Pinochet extendió al mundo su temeraria e insensata empresa criminal, cuyo primer episodio extraterritorial había tenido lugar en Buenos Aires con el asesinato del general Prats. Su odio se concentraba ahora en aquellos destacados chilenos que denunciaban en el ámbito internacional sus actos criminales. Encabezados por Hortensia Bussi, la viuda de Allende, eran recibidos por gobernantes y figuras mundiales, incluso en las Naciones Unidas, instancias a las que Pinochet, aislado internacionalmente, jamás habría podido acceder. De ahí su odio, su envidia, su rencor.

El 6 de octubre de 1975, la escuadra asesina debutó en Europa baleando en la cabeza en su domicilio de Roma al dirigente democratacristiano Bernardo Leighton, quien sobrevivió al atentado con graves secuelas. Se sabe que en la Lista de Pinochet figuraban también el dirigente socialista Carlos Altamirano y el intelectual y político comunista Volodia Teitelboim, con gran presencia internacional. Ambos se salvaron gracias al azar.

Al año siguiente, el 21 de septiembre de 1976, los asesinos fueron enviados a Estados Unidos: en la Lista de Pinochet era el turno de Orlando Letelier. Pinochet conocía a su nueva víctima de muy cerca. Aunque en medio de la crisis que atravesaba el país solo había alcanzado a ejercer como ministro de Defensa de Allende durante los 19 días que precedieron el golpe, la relación de Letelier con Pinochet, comandante en Jefe del Ejército, había sido intensa.

Al salir del campo de prisioneros de Isla Dawson, Letelier se convirtió en Estados Unidos y a escala internacional en una de las figuras más conocidas y escuchadas del exilio chileno, con acceso directo a las altas esferas de varios gobiernos, incluido el norteamericano. Mientras a Pinochet los gobernantes extranjeros le volvían la espalda, Letelier gozaba de prestigio en los más importantes ámbitos académicos y políticos.

No es de extrañar que este hombre culto, apuesto y elegante, que recorría el mundo haciendo campaña contra Pinochet y su régimen represivo, haya concitado el odio del oscuro oficial de infantería que había ascendido lamiendo culos. Ese resentimiento rumiado a lo largo de tres años, llevó al tirano a ordenar uno de los actos más brutales e insensatos en la ejecución de su Lista personal: el atentado terrorista que acabó con la vida de Letelier y su secretaria nada menos que en el corazón de Washington, la capital de Estados Unidos.

(…)

Con la muerte de Manuel Contreras, su verdugo y además protegido de doña Lucía, no quedaba nadie que revelase la totalidad de los nombres que integraban la Lista de Pinochet y los de aquellos muertos cuyo asesinato se debió a un “contrato” personal del dictador. Lo que sí está claro es que Chile fue gobernado por un obseso asesino que se sentía con derecho a disponer a su antojo y sin dar cuenta a nadie de la vida de sus compatriotas dentro y fuera de Chile.

En artículo publicado en EL PAÍS el día 24 de mayo de 2000, Prudencio García Martínez de Murguía, miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos, señalaba un importante y significativo dato:

“Al mes siguiente del golpe se produjo la tristemente célebre “caravana de la muerte” (octubre 1973). Un grupo de jefes militares, encabezados por el hoy general Sergio Arellano Stark, investido por Pinochet con el carácter de “oficial delegado” para aquella específica misión, recorrió varias ciudades del país con la orden de eliminar, tras fulminantes juicios sumarísimos, a una serie de opositores políticos izquierdistas, previamente sentenciados a diversas –y en muchos casos leves- penas de prisión. Juzgados nuevamente, de forma precipitada y obviamente irregular, fueron fusilados en número de 75. Tal como ha declarado ante el juez Juan Guzmán el hoy coronel Sergio Arredondo, segundo de Arellano en aquella operación: ”Nuestra misión era matar”. Misión que les resultó ampliamente rentable, pues sus protagonistas fueron después recompensados por Pinochet con ascensos y puestos de responsabilidad. La presidenta del Consejo de Defensa del Estado (Fiscalía), Clara Szczaranski, ha señalado la responsabilidad criminal que incumbe a Pinochet por los delitos perpetrados en aquella fatídica caravana. Pero hoy, el viejo ex dictador tiene la inmensa desfachatez de negar que le incumba responsabilidad alguna en aquella delegación y en su mortífera tarea. Él nunca mandó matar.” 



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