Alfonso II otorgó un fuero a los habitantes de Brañosera en 824 para repoblar la zona
UN AYUNTAMIENTO ANTIGUO SE ABRE CON CÓDIGO QR
      A-    A    A+


Quico Alsedo

Hoy gana población pese al éxodo rural gracias a las fábricas cercanas: galletas y energías renovables. Bueno, y a su belleza. El Ayuntamiento más antiguo de España, de casi 1.200 años egregio pedazo de nuestra Historia, testigo de la Reconquista, recoleto rincón de la Iberia solitaria, notario de la España vaciada, blasón de la Hispanidad y callado taquígrafo de nada menos que 12 siglos tendría que estar abierto esta mañana de martes de julio.

Pero, mecachis, está cerrado.

Tras recorrer 400 kilómetros desde la ominosa calorina madrileña hasta este precioso recodo de la Montaña Palentina, y descubrir que bajo el cemento y el asfalto aún a la madre naturaleza le queda un hálito de vida, el pueblo de Brañosera nos ofrece sus encantos a lo Amanece que no es poco...

Pero resulta que el Consistorio está chapado.

No cualquier consistorio, ya se ha dicho. El año que viene, la institución sita en este edificio como dibujado una noche de copas sobre una cuartilla por Miguel Delibes y José Luis Cuerda cumplirá 1.200 años.

Fue el primero de toda España. Lo fundó Alfonso II, entonces aliado con Carlomagno para echar al invasor musulmán de la Península. Acogió a los primeros colonos de la Reconquista desde la cercana Asturias, toma ya. El lugar ya había servido antes como barricada contra los romanos, según algunos historiadores. Brañosera es resistencia, vemos...

Pero vamos, que nos hemos pegado una kilometrada buena, son las once de la mañana y aquí no abre la puerta ni dios.

Menos mal que aparece Luisa, una señora mayor que viene a hacer un trámite.

- Pero, ¿no ha llegado Mónica? -nos pregunta.

- Mónica... No, no parece.

Llega otra vecina. "Hola". Hola.

- ¿Y Mónica? -pregunta.

- Igual está mala -especula la primera.

El vuelva a usted mañana de Larra se empieza a dibujar en el bello y boscoso horizonte cuando al fin se persona Javier Adán, uno de los cuatro trabajadores consistoriales de este municipio de 252 habitantes censados. Adán no es el alcalde, pero como si lo fuera. Trabaja aquí desde 1990. Pero no trae llave. O no la adecuada. Así que lo primero que suelta es:

- ¿Mónica nada?

- Es que está mala -devuelve la segunda vecina en aparecer.



Los tres, quien esto firma y David Bustamante, nuestro excelente fotógrafo, dedicamos diez segundos a suspirar mirando al cielo. Podríamos estar en un ascensor, subiendo a la oficina, hablando de nada rodeados de cemento, acero y prisas, pero estamos en medio de un bonito valle, donde el aire es fresco y la vida parece mantener su olvidada pureza.

Porque... ¿y el alcalde?, preguntamos tímidamente.

- Ah, nada, es que vive en Aguilar.

Aguilar de Campoo, a 23 minutos en coche, es una de las metrópolis más cercanas. Entre la industria galletera de allí, y la eólica de Reinosa, a otros 25 en dirección Cantabria, Brañosera y toda esta región de la montaña de Palencia se mantiene con vida. Y ni tan mal, según descubrimos en esta inesperada espera, en la que aprovechamos para inquirir por la economía del lugar. Resulta que Brañosera, lejos de perder población, va ganando un poquito gracias a esos nodos de negocio cercanos.

- Bueno, pero es que el metro cuadrado urbanizable está aquí ya tan caro como en Aguilar, ojo -se queja la vecina mayor.

- Pero si eso es buenísimo -devuelve Javier-. Viene gente a vivir, no se va. Eso es la leche...

- ¿Con la pandemia?
-inquirimos.

- Y antes. Aquí entre Gamesa y las galletas... Y gente que ha venido de la ciudad a teletrabajar.

Gamesa, que produce molinos de viento entre otras cosas, se asienta en Reinosa. Las galleteras Gullón y Siro, en Aguilar. Brañosera entre ambas.

Por dos minutos este redactor se embarca en la clásica ensoñanción: huir de la infravida del asfalto y el cemento y abrazar aquí una verdadera existencia walden, entre vacas, árboles, colonos neorrurales y personas de corazón verdadero, lejos de la corrupción y la estafa de la gran ciudad. Como Doctor en Alaska pero en Palencia... Pero, a ver, que hay un reportaje por hacer y aquí no aparece ni perry.

- Oye, ¿y si hacemos lo del código QR? -dice la vecina joven.

- Hombre, no sé. ¿Eso funciona? -contesta Javier, que empieza a impacientarse.

Junto a la puerta del ayuntamiento más antiguo de España, colgado de la barba de los siglos, un moderno código QR ofrece al visitante la posibilidad de entrar en el Consistorio enviando sus datos por internet y solicitando la entrada. Ni aquí se puede zafar uno de la puñetera tecnología.

Como quiera que los minutos siguen pasando y el ritmo del reportaje comienza a ser peligrosamente caribeño, el redactor forcejea durante unos minutos con el dichoso QR.

De pronto, clac, la puerta se abre.

- ¡Anda! -dice Javier.

Penetramos. Subimos a la primera planta, donde un apañado museíllo glosa el pasado heroico del pueblo, y nada más entrar arranca un vídeo a tal efecto: la Reconquista, familias que huyen de la dureza de la montaña asturiana y caen aquí, decenas de retratos de chorromil alcaldes, placas y más placas conmemorativas...

Se nos dispara el ternurómetro.

«Lo que pasó», nos cuenta Javier, «fue que Alfonso II, para dar seguridad a las familias que se quisieran instalar aquí, les otorgó el privilegio de un fuero, una carta puebla. Y fue la primera vez que se hizo en España».

Esto sucedió en el no cercano año de 824, y al lugar se le dio por aquel entonces el topónimo de Brannia-Ossaria, según Wikipedia «tierra de brañas y osos». ¿Cómo no querer habitar una tierra de brañas y osos, y alejarnos de las brañas y osos de ciudad?

Pero la realidad llama a la puerta. A Brañosera, de población lógicamente envejecida, sólo acude la enfermera «el primer miércoles de cada mes». El hospital más cercano es el Tres Mares de Reinosa, a 20 kilómetros, pero los caminos de la Administración son inescrutables y llevan a Palencia, la capital de provincia, a 100 kilómetros. «Nos manifestamos de vez en cuando para que nos dejen ir a Reinosa a las especialidades, pero al ser Cantabria...», dice Javier.

Salimos al encuentro de más brañoserenses. Con un corte de pelo muy generación Z y una bonita perrita de nombre Xara, Claudia, 24 años, está sentada en un banco junto a Bernardino, 94 años. ¿Qué hacen aquí estos dos? «Nada, charlar un rato». La gente, en los pueblos, charla un rato y cuenta nubes pasar. Por placer.

Bernardino, aquí nacido, se fue con 30 años a Caracas, Venezuela, montó un restaurante en Puerto la Cruz y luego volvió. Lleva dentro de sí buena parte del siglo XX. Lo que habrá visto Bernardino.

Claudia, una chica mona que observa las cosas con singular atención y no deja de reír a cada ocurrencia de su socio, se deslocalizó aquí, a una casita que tienen sus padres, hace un año. «Buf, necesitaba centrarme, bajar de la espiral», da por toda explicación sobre la citada espiral. ¿Y aquí en qué andas? «Nada, escribo y trabajo los fines de semana en un bar, en Barruelo» -el pueblo más cercano, a cinco kilómetros-.

La charleta entre Claudia y Bernardino va concitando fieles. Aparece Jesús, hijo de él, 67 años, acompañó a su padre en Venezuela: «Estos fueron una generación de locos, se fueron para allá a la aventura, sin papeles ni nada».

La zona, como el cercano Oriente de Asturias, fue al parecer punto de partida para mucho emigrante español a Sudamérica, «sobre todo en los años 20 a Argentina», dice Jesús. «Aquí había poco menos que pan duro y vacas».

De vuelta al Consistorio, Javier Adán nos prepara para los fastos de 2024, cuando el 1.200º cumpleaños del lugar, que se dice pronto. «El Congreso de los Diputados votó en su momento una proposición no de ley para darnos presupuesto para varias cosas que queremos hacer, pero el dinero aún no ha llegado», se queja. Otra vez la estafa de la lejana megalópolis.

Brañosera, en todo caso, no llora como España vaciada: «Al revés, aquí es cierto que hubo una despoblación muy fuerte en los años 60 y 70 [el éxodo nacional tan ilustrado por Sergio del Molino en La España vacía], pero en los últimos años estamos creciendo y hemos pasado por ejemplo de cinco a siete concejales por pura demografía». Sigue: «Aquí se vive mucho de la ganadería, de la carne, y también de la hostelería: tenemos cinco restaurantes y los fines de semana viene mucha gente a comer».

El más importante, «el de Jandro», se llama San Roque: «Estos son unos vascos, de Bilbao, que vinieron aquí primero de vacaciones, pero luego les dio la cosa: empezaron a hacer bar en el garaje, luego fueron ampliando... Y ahora tienen capacidad para 800 plazas».

Tema sanitario aparte, de infraestructuras no parece ir mal Brañosera. Hace años la nieve cortaba día sí día también la carretera, casi camino, al cercano pueblo de Barruelo. Hoy hay una coqueta carreterita con cinco kilómetros de carril bici (se avista mucho ciclista en los alrededores).

Brañosera es hoy la cara de la que Barruelo es la cruz. Barruelo vivió el subidón de las minas de carbón durante la segunda mitad del siglo XX: «Aquí hubo mucho dinero, muchísimo», dice Javier, «Barruelo se construyó como colonia minera para acoger la cantidad de trabajadores que necesitaban las minas, aquí se llevaba traje y corbata, mientras en Tierra de Campos se usaba todavía blusón de labranza...».

Pero el carbón se acabó y «Barruelo, que había llegado a tener 20.000 habitantes, hoy tiene poco más de 1.000. Aún hay colegio, pero con cuatro niños, creo».



El propio padre de Javier era minero, «y aquí se vivía muy bien: cualquiera tenía, aparte del sueldo de la mina, cuatro vacas y tres ovejas, y con eso se tiraba».

Unos y otros, conforme la mañana avanza, preguntan a redactor y fotógrafo si hemos hablado ya «con Balbino». ¿Y quién es Balbino? La respuesta está en el portón de un garaje, carretera abajo.

Allí, Balbino García, que cumple 100 años el próximo 26 de noviembre, tendría una escopeta sobre sus piernas y se balancearía en una mecedora si viviera en el Oeste americano. Pero está en Brañosera, así que se asienta sobre una silla del chino, y justo cuando llegamos está, de hecho, dormido, con la boca abierta.

El hombre, memoria viva del lugar, alcalde pedáneo porque sí, «se tira el día ahí sentado», nos cuenta Claudia amorosamente.

Cuando Balbino y su siglo despiertan nos sentamos a escucharle. «Yo fui picador 25 años en una mina, en Barruelo... Y aquí la mina no es la de Asturias, ojo, aquí el terreno es menos firme. Aquí vino el mejor picador de Asturias, Naves, y no te creas tú que...».

Cuando la Guerra Civil empezó él tenía 11 años. A un hermano mayor suyo se lo llevó con 16. Su padre trabajó 40 años también en la mina, dónde si no. Y ahí empezó él, que estudió «lo justo».

«Eso era trabajar», proclama. «Con dos sardinas y un litro de vino, doblábamos turno miércoles y sábados. Aquí, en los años 40, no se moría de silicosis [la enfermedad arquetípica de la mina]. Aquí se moría de hambre».

«Las ideas», dice, «nunca me han gustado. P'al pobre, palos, eso es lo que siempre he visto. A mí mi padre me decía: 'No mires al cielo, mira a la tierra'».

Sus cuatro nietos «tienen todos carrera». Está contento: «Nosotros no somos de bares», nos despide antes de, sospechamos, entregarse a otra cabezadita.

Empieza a caer la tarde y en Brañosera comienza a soplar el viento. Que sople lo que quiera. Aquí nada va a cambiar, y menos mal.

EL MUNDO


Ver más artículos de Quico Alsedo en