Las elecciones generales de España arrojaron un resultado que obliga a reacomodos y alianzas en un escenario de graves tensiones políticas
PIRRO FUE REY DE EPIRO
      A-    A    A+


Juan Manuel Jimenez Muñoz

El domingo 23 de julio, el pueblo español se pronunció: perdonó las tropelías de Pedro Sánchez, castigó las desaforadas exigencias de Abascal durante la negociación de los gobiernos autonómicos, y ofreció a Feijoo un tarrito de Viagra para superar su gatillazo. Su gatillazo electoral, quiero decir.

Es cierto que el Partido Popular ha ganado las elecciones generales: ha sido el más votado en cifras absolutas, ha obtenido la mayoría relativa en el Congreso y ha conseguido la mayoría absoluta en el Senado. Y yo, que puse mi humilde granito de arena para que la cosa fuese así, lo felicito. Pero como con Pirro, el rey de Epiro, allá en los años de Maricastaña, la victoria de Feijoo es inservible: cegados por las encuestas electorales, esa victoria sólo genera desilusión y desgaste. Es una victoria que sabe a derrota. Es una victoria pírrica, como las del rey de Epiro. Y lo es porque las alianzas postelectorales entre partidos perdedores son absolutamente legales y legítimas: han valido en Extremadura para echar al Partido Socialista y, por tanto, pueden servir en cualquier otro escenario.



Saberse ganador tras el debate cara a cara con Pedro Sánchez, y dar allí por terminada la campaña electoral, ha sido un grave error de Feijoo. El escándalo de Extremadura, con una desquiciada lideresa del PP echando pestes de Vox, es otro error de manual. Y los enloquecidos concejales de Abascal retirando banderas LGTBI a siete días de las elecciones, y cancelando obras de teatro previamente apalabradas, son otra puta locura. Y podríamos seguir. Pero ya no merece la pena.



Las elecciones han sido limpias. Nada indica lo contrario. Así que dejémonos ya de bulos y de teorías conspiranoicas para aceptar con deportividad lo inevitable. A saber: España está en manos de un Frente Popular formado por una ensaladilla de siglas que bien podría denominarse la Nueva Torre de Babel: Esquerra Republicana de Cataluña, Bildu, Bloque Nacionalista Gallego, Junts per Catalunya, Más País, Chunta Aragonesista, Drago Canarias, Ara Més, Alianza Verde, Verdes-Equo, Izquierda Asturiana, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Compromís, En Común Podem, Partido Nacionalista Vasco, Partido Socialista, Izquierda Unida, Partido Comunista y Unidas Podemos.

A día de hoy, España se asemeja a la de febrero de 1936: hay un bloque del 51% formado por la derecha del PP y por la ultraderecha de Vox (una especie de CEDA que acabará siendo liderada por Isabel Díaz Ayuso) y hay un Frente Popular del otro 49% liderado por Sánchez, Otegi y Rufián. Y si alguien tiene dudas, basta con que escuche atentamente los gritos guerracivilistas del “¡No pasarán!” pronunciados en la fiesta del PSOE, y los gritos de “¡Ayuso, Ayuso, Ayuso!” proferidos en el velatorio del Partido Popular.



Si los ciudadanos hablan en unas elecciones libres no vale decir luego que se han equivocado. Eso lo hace el Frente Popular, que, cuando pierde, insulta y riñe a los votantes tildándolos de “fachapobres” o de iletrados. Yo no caeré en ese error. Y pido que nadie hable de “paguitas”, de “apesebrados” o de estupideces semejantes. La gente sabe (o cree saber) lo que hace. La gente sabe (o cree saber) lo que teme. La gente sabe (o cree saber) lo que necesita. Ya somos una sociedad madura (y cada vez más de Maduro), y sabemos tomar nuestras propias decisiones, incluso la de suicidarnos. Porque tampoco nos engañemos: dejar España en manos de quienes tienen como lema “peor para España, mejor para nosotros”, no es otra cosa que suicidarse. Suicidarse libremente, democráticamente y colectivamente. Pero suicidarse.

Por otra parte, si los ciudadanos hablan, tampoco valen luego las revueltas para ganar en la calle lo que no te dieron las urnas. Nosotros, los perdedores de estas elecciones (sí, sí: los perdedores), no haremos eso. Nosotros, como demócratas, intentaremos desinflamar esta sociedad polarizada y aceptaremos buenamente lo que tenga que venir: un gobierno del PP/Vox (imposible), una repetición de las elecciones (probable) o un gobierno del Frente Popular (altamente probable). Como antes he dicho, tenemos la libertad de suicidarnos. Y esa libertad hay que respetarla.

Aclarados estos puntos, y dando por sentado que cualquier escenario que ocurra tras la expresión de la Soberanía Popular será legal y legítima, quiero felicitar a los verdaderos ganadores de las elecciones generales:

Felicito a Pedro Sánchez por su inigualable astucia para sobrevivir. Es un animal político que tiene más vidas que un gato. Y que sea un narcisista y un sociópata no le resta un ápice de temeridad, de olfato y de inteligencia.

Felicito a Pablo Iglesias Turrión, el cual, desde su entrada en la política, tuvo tres metas muy claras: hacerse rico, colocar a su señora y cargarse los consensos de la Transición dividiendo España en dos bandos irreconciliables: derechas e izquierdas. Enhorabuena, Pablo: has conseguido los tres objetivos.

Felicito a don Prófugo Puigdemont, el golpista huido a Waterloo, el delincuente que tiene ahora las llaves de la gobernabilidad de España: de una España a la que odia. No te quedes corto, amigo Prófugo. Es tu oportunidad. No te verás en otra. Pon el listón bien alto. Pide por esa boquita el precio que te dé la gana: amnistía, independencia, ministros en el Gobierno, un premio Planeta, una estatua en La Castellana, un Falcon para ti solo… Aprovecha la ocasión: tienes enfrente (es un decir) a un negociador que vendería a su madre por un minuto más en La Moncloa.

Felicito también a Bildu, que queda absolutamente blanqueado tras estas elecciones generales. Otegi es ya un estadista, y Bildu es un partido político claramente progresista: progresa adecuadamente en conseguir la independencia de Euskadi.

Felicito a Tezanos y a todos los Tezanitos, pues seguirán manejando ingentes cantidades de dinero público a mayor gloria de su Señor y Dueño: ese redivivo Perón en su etapa de Caudillo.

Felicito a los etarras encarcelados, pues tienen más cerca el regresar a sus casas como héroes: sin arrepentirse y sin dar pistas a los investigadores de los asesinatos sin resolver.

Felicito a los okupas, que lo tendrán más fácil para seguir okupando. Y felicito a las empresas de desokupación, que mantendrán su negocio en alza.

Felicito a la policía del idioma, pues podrá seguir multando a los catalanes que rotulen sus comercios en castellano, a las enfermeras que utilicen la lengua de Cervantes y a los maestros que hablen a sus alumnos en el idioma equivocado.

Y felicito a todos, todas y todes los que, desde sus múltiples e inútiles chiringuitos, seguirán luchando contra el heteropatriarcado opresor y las gallinas veganas.

Insisto: nada de reproches ni de malas caras. El sanchismo, perdonado ya en las urnas, sobrevive transmutado en un Frente Popular de corte caudillista bolivariano. Y, posiblemente, será así por muchos años. Como demócratas, debemos aceptarlo. Es lo que tienen las urnas, y es lo que tiene la democracia: cada cuatro años, si nos da la gana, podemos cambiar el Gobierno.



Por ahora.

Ver más artículos de Juan Manuel Jimenez Muñoz en