Por: Isaac Abraham López
Cada vez que la tierra de Paraguaná reverdecía papá nos comentaba: "Está como para vendérsela a los franceses. Si siempre fuera así..."
Y poco a poco empezamos a entender que el lugar se reviste de nuestras palabras, que solo existe el terruño si somos capaces de nombrarlo en toda la amplitud de sus significaciones.
La imágen no es la campiña de Francia, ni una panorámica de los campos de Nueva Zelanda. Es la muy árida y xerófita Península de Paraguaná, norte de Venezuela. Hace más de cien años, en la segunda mitad del siglo XIX, cinco europeos dejaron testimonio de ella. Aquí consignaremos cuatro.
En su Resumen de la Geografía de Venezuela, editado en 1841 el italiano Agustín Codazzi escribió sobre Paraguaná: "Mirando por todas partes, no se descubre ni un río, ni un arroyuelo, y solo hay en este cantón tres pozos de agua perenne, sirviéndose la población de estanques artificiales o de pequeñas lagunas."
La francesa Leontine Perignon de Roncayolo en sus postales de 1876-1892 señaló: "La agricultura y la cría constituyen las principales ocupaciones de los habitantes, en su mayoría de raza indígena clara, generalmente muy honestos, sobrios, valientes y caminadores infatigables. (...) En Paraguaná la vida es muy barata, pero no es fácil procurarse por medio del trabajo el poco dinero necesario. A menos que sea una razón especial como la que nos trajo, el europeo no debe venir a establecerse aquí..."
Dos alemanes, los exploradores y geógrafos Richard Ludwig y Wilhelm Sievers la recorrieron a finales de aquel siglo. El primero dejó en sus informes de 1886-1888 una constatación: "la naturaleza por lo tanto se ayuda a si misma, ya que solamente la parte más elevada del cerro, con su vegetación particular produce agua."
En 1892 Sievers escribió: "En su conjunto, la población vive sin muchas exigencias y resulta punto menos que mísero en su modo de vivir. La comida es pobre y escasa, desprovista de sabor para el europeo...." "El clima es cálido y seco en toda la Península, al igual que en la costa de Coro. El período de las lluvias se presenta extrañamente en octubre y dura hasta marzo, pero la mayor cantidad de agua cae en noviembre y diciembre. (...) El día 31 de octubre [de 1892] llovía intensamente desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, y con tal densidad que desde San Francisco apenas se podía distinguir la punta del cabo de San Román, sin embargo muy cercano."
En la casa de hato "San Francisco" -que fuera de los héroes Garcés y Falcón-, pasaría aquel aguacero el explorador.
La foto de la nota es en "El Verde" la casa del compadre Reynaldo Cuba, en Cerro Pelón, centro de la península. A ella llegué este diciembre gracias a la generosidad de Rosanny Petit y Orangel Rodríguez.
Reynaldo Cuba fue compadre de mi papá y una de esas figuras referentes del campo paraguanero en mi niñez, como Don Ezequiel Hidalgo, Ramón Goitía, Diógenes Osorio... Gente que apostó por aquella tierra dura, que contra todo había sacado adelante siembras y rebaños a partir de su esfuerzo y creencia. Del valor inestimable del trabajo.
En las hectáreas de los conucos de "El Verde", en una tierra pródiga por las abundantes lluvias pastaban bajo los guayacanes las vacas, ovejas y cabras dando a la tarde el hálito de la esperanza.
Yo prefiero siempre la descripción que de Paraguaná me dejó, como recado en una noche de 2001 -y que es una de las mayores valoraciones al humilde trabajo que he intentado- un coriano raigal, el poeta Luis Alfonso Bueno:
"Describen plumas dilectas de ayer, y lo repiten las de corto vuelo hoy, que Paraguaná define su paisaje según una manida receta por la cual: no corren cursos de agua su tierra, Santa Ana es una altura solitaria, los hombres se agrupan en casas de hato sin conformar aldeas, y son altos sus montes sin concesiones a verdolagas y retamas. Disiento en voz airada, porque el joven amigo de esta casa me ofrenda la convicción distinta: El Paraguanero contiene ríos y austeras muchedumbres como el corazón del poeta de las hojas de yerba. Aldeas pueblan y acompañan su sombra perseguida de soles irredentos, con ellas en el pecho inaugura campanas que derrotan la noche; a ellas circundan altos montes que enseñan a danzar al viento. La cumbre tutelar de Chamuriana es emblema y plenitud totémica en la dolida patria de los sueños."