Por Alfredo Infante, S.J
Cuando repicaba el teléfono y en la pantalla del móvil aparecía el nombre de “Joseíto” -como le llamábamos cariñosamente sus amigos- o cuando se acercaba en cualquier lugar donde la vida nos hacía encontradizos, de seguro era para compartir un gran sueño o consultar un asunto relevante sobre nuestra iglesia y nuestro país.
De hecho, así nació el Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco, desde donde se publica este boletín semanal. Así recuerdo sus palabras: “Mira, Alfredo, Baltazar (Porras) y yo hemos estado conversando sobre la importancia de tener un centro de reflexión y formación pastoral que ilumine desde la fe nuestra realidad, que pueda ofrecer una formación política consistente desde el pensamiento social de la Iglesia a nuestros fieles; necesitamos contribuir a recuperar la democracia y ayudar a pensar y operativizar pastoralmente el papel que tenemos como iglesia en la Venezuela de hoy. Creemos que es importante poner todos nuestros esfuerzos en construir esperanza. No podemos resignarnos. Nos gustaría contar contigo para animar esta iniciativa”.
Francisco José Virtuoso era un soñador empedernido. No se guardaba sus "mociones interiores", esas que, según la espiritualidad ignaciana, suponen el movimiento espiritual interior por el bien, propias de un hombre de Dios profundamente humano. Compartía sus ideas y sueños para nutrir y pensar en colectivo y, así, junto a otros, buscar caminos para cristalizar procesos a favor de la dignidad humana, la superación de la pobreza, la justicia social y la democracia en nuestro país. Como iba siempre por delante con sus sueños e ideas, a veces, para algunos, resultaba algo arrollador; es el bendito defecto de los genios: ser incómodos para quienes están tentados a resignarse y acomodarse al statu quo.
Joseíto era un auténtico intelectual orgánico. Conocía desde dentro la realidad de los barrios. Gran parte de su existencia transcurrió viviendo y conviviendo en zonas populares, siendo investigador social, académico, acompañante de procesos de organización social o eclesial, y formador de líderes populares. Su experiencia como director del Centro Gumilla y como guía espiritual en el barrio Catuche es emblemática. Desde ahí dialogó a nivel nacional con la sociedad civil organizada, el mundo político y fundó la RASI, Red de Acción Social de la Iglesia, promoviendo la paz y la construcción de ciudadanía.
Hombre flexible, abierto, disponible, siempre dispuesto a afrontar con valor los desafíos que la Iglesia y Venezuela le ponían enfrente, en 2010 fue designado rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y esta nueva misión pública, de gran incidencia, catapultó su liderazgo democrático a nivel nacional, convirtiéndose en un referente ético-ciudadano para nuestro país.
Como rector de la UCAB, Joseíto descubrió el valor de la educación en la transformación del país y, sobre todo, el papel imprescindible de la universidad como institución llamada a enseñar, investigar, ser centro de pensamiento y formar sujetos comprometidos con la justicia, los derechos humanos y la democracia, en un país que ha perdido por la vía de la emigración el «bono demográfico», ha dado un salto atrás en términos de desarrollo y en el que, en los últimos años, se ha profundizado la brecha de la desigualdad socio-económica y cultural entre sus habitantes.
En nuestra última conversación, Virtuoso insistía en la necesidad de recuperar la política y conectarla con los anhelos de transformación de la gente; me comentaba que la encuesta de opinión pública de Delphos (de junio de 2022), arrojó una paradoja, puesto que la gente está descontenta, desea una transformación, pero al mismo tiempo tiene una gran desafección por la política y desconfía del liderazgo político. Joseíto, como politólogo e historiador, era consciente de que, para hacer posible un proceso de transformación, es necesario recuperar la política y el liderazgo democrático; de ahí que su última insistencia fue “repolitizar Venezuela” para hacer posible la construcción del “bien común” y encaminar a nuestro país a la “sociedad del conocimiento”, que nos permita estar a la altura de los tiempos.
Joseíto vivía todo esto desde una gran sencillez de vida y amabilidad, con una gran fe en Jesucristo, con un sentido pleno de iglesia, como hijo insigne de Venezuela. Son reveladoras sus palabras en la última entrevista concedida a la Revista SIC: “Yo me siento en las manos de Dios”, “tengo esperanza en Venezuela”.
Joseíto, tu muerte repentina, golpe hiriente al corazón de tu mamá Antonia y al de tus amigos y compañeros, nos deja tarareando aquel vallenato que tantas veces escuchamos juntos y que a ti te gustaba tanto, cantabas y mandabas a repetir: “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, no son como yo creía”. Qué bueno que nos sostiene la esperanza de que “estás en las manos de Dios” tejiendo, para siempre, sueños y esperanzas para Venezuela.