Por Nelly Arenas
La onda populista que recorre al mundo en estos tiempos, sin embargo, está obligando a detenerse en el asunto con mayor interés. La crisis sociopolítica planetaria y la creciente incertidumbre y desasosiego que le son consustanciales, abre espacios al liderazgo populista de todos los signos para prometer la resurrección de sus naciones y un recomienzo feliz a partir de un relato con evidente cariz religioso. La instrumentalización del elemento sagrado parece facilitar a los líderes la obtención del apoyo de la población lo cual resultaría más difícil sobre la base de un discurso totalmente seglar y racional.
Autores como Loris Zanatta y Shura Rosero Cartagena, entre otros, se han dedicado a la comprensión de este fenómeno. Varias de las ideas manejadas en el texto que sigue, deben mucho al trabajo de ambos.
SECULARIZACIÓN Y DESECULARIZACIÓN
Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, una de las más conocidas frases de Cristo, prefigura de algún modo lo que será más tarde el distintivo por excelencia de la modernidad a saber, la secularización de la sociedad. Por secularización se entiende el proceso mediante el cual la religión, a partir de los siglos XVII y XVIII, se recluye al ámbito privado aislándose del espacio público. Supone esta el predominio del orden terrenal sobre el orden sagrado. De este modo se fractura el vínculo anterior entre uno y otro orden en virtud del cual la vida de los hombres y mujeres se subordinaba pasivamente a los designios de la divinidad. Trátese de dioses (en plural), si pensamos en la antigüedad, o de Dios (como entidad singular) si nos referimos al monoteismo posterior. Si en un principio ese proceso aludió a la transmisión de los bienes de la iglesia al Estado, más tarde el concepto adquirió su sentido amplio como dimensión socio-cultural.
La separación entre lo político, como territorio exclusivo de lo humano, y lo sagrado, sembró la idea de que ambas instancias de la vida se habían desligado definitivamente. Sin embargo la fuerza renovada que el elemento religioso ha adquirido en estos tiempos de angustia y desamparo, ha hecho que algunos estudiosos del tema como Garzón Vallejo (2014), hayan comenzado a hablar de desecularización o postsecularización. El reencantamiento con lo sagrado tiene el poder de suavizar la rudeza de lo real en lapsos históricos críticos como el que transcurre.
EL POPULISMO Y SU VETA RELIGIOSA
El auge de los valores religiosos en lo que va de siglo, se manifiesta en el incremento de los fundamentalismos, los partidos de corte religioso así como en la proliferación de las iglesias evangélicas en algunos países de América Latina como Brasil por ejemplo. La onda populista que sacude al planeta no es extraña a este fenómeno sino que está vinculado estrechamente con él.
Pierre Rosanvallon (2020) sostiene que con el populismo la política toma un perfil religioso con esa capacidad para reescribir el mundo que deriva de esta forma de afirmación de verdades características de la fe. De igual manera, el sociólogo español Andrew Arato (en Olvera,2020) ha insistido en que los dirigentes populistas recurren a principios identitarios básicos, por lo general fundamentados en la religión concebida como fuente de la cultura o como principio moral de la política.
En los movimientos o gobiernos de este corte, subyace la idea de que el líder constituye una suerte de encarnación de la divinidad extraterrenal. Su misión será, en la percepción de los adeptos -o fieles para mayor exactitud- la de materializar el reino de Dios en la tierra. Shura Rosero Cartagena indica que el populismo funda una especie de liturgia política generándose una transferencia de sacralidad, traspaso desde la fiesta religiosa a la fiesta política y el mitin. La veneración por el caudillo se transforma en misa en escena, alabanzas y una ritualidad teñida de signos populares.
La visión de la política en los términos amigo versus enemigo en que la concibió Carl Schmitt, huella distintiva de la narrativa populista, encuentra su equivalente en la díada Dios y diablo, representando cada uno el bien y el mal, característicos del dogma cristiano. Así, los adversarios políticos son metamorfoseados en satanás, interponiéndose esta entidad como el obstáculo principal que el líder debe derribar para alcanzar la felicidad de su pueblo.
El populismo se nos presenta como renovador de la moral y las “buenas costumbres”. El machismo, la aversión por la homosexualidad, el repudio al aborto, históricas posturas de raigambre cristiana, se han constituido en los últimos años como la mejor carta de presentación de los líderes populistas, especialmente los de extracción derechista.
Según Loris Zanatta, el historiador que quizá sea quien más ha trabajado el vínculo entre la religión y los populismos, estos se manifiestan como fundadores de un nuevo credo alimentado en una suerte de fundamentalismo moral, creadores en la tierra de un orden revelado, por lo tanto inevitable e irreversible.
AMÉRICA LATINA, EL MUESTRARIO PERMANENTE
Para Zanatta, el populismo se manifiesta en América Latina como la transfiguración moderna, en alguna medida secularizada y ajustada a la época de la soberanía popular, de un imaginario social de vieja data; un imaginario fundamentalmente religioso. A pesar de que el populismo no es exclusivo de la región, en ella se ha presentado de modo reiterado y renovada vitalidad a lo largo de los años.
Eva Perón ha sido, sin duda, una de las figuras de la región en las que mejor se fusiona lo político con lo religioso. Más que una primera dama, la esposa de Juan Domingo Perón fue canonizada por los argentinos como Santa Evita al asimilarla a la virgen María. Según Eva, la Argentina era la “tierra prometida que Perón había salvado siguiendo el camino que le trazaba Dios”, como escribe Zanatta (2011:209).
En días más recientes, líderes populistas latinoamericanos, como Rafael Correa, Evo Morales y Hugo Chávez también han recurrido al ingrediente religioso para legitimarse de cara a las masas. A menudo Chávez invocaba el Eclesiastés para asegurar que el tiempo de su gobierno se hacía realidad gracias a la providencia divina: “todo lo que va a ocurrir debajo del sol tiene su hora” solía sentenciar. El presidente venezolano se percibía a sí mismo como un Cristo redentor dispuesto a cualquier martirio por el pueblo. En una de sus plegarias públicas diría: “Dame tu corona Cristo, dámela que yo sangro, dame tu cruz, cien cruces, pero dame vida, porque todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo y por esta patria” (El Mundo, 2012).
Buscando sintonizar con las vigorosas corrientes evangélicas de Brasil, Jair Bolsonaro sostuvo que su lema de campaña electoral “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” se había inspirado en la Santa Bliblia, la caja de herramientas para reparar a hombres y mujeres” según se lee en Oualalou (2019). En el lenguaje de Bolsonaro, la reparación de hombres y mujeres pasa por la salvación del pecado de la homosexualidad y el aborto.
El presidente López Obrador, por su parte, ha sido percibido como un “pastor” o “evangelizador” con un halo religioso cuya misión, de acuerdo a Andrew Arato, se fundamenta en una “versión teológica política de un imaginario profético secularizado” (Olvera, 2020).
Pero no solo América Latina nos muestra la presencia de lo religioso en el relato populista. En Europa y Estados Unidos también se viene manifestando el fenómeno con marcada
intensidad.
LA EXPRESIÓN EUROPEA Y ESTADOUNIDENSE
La creciente corriente migratoria que ha experimentado Europa ha desatado el temor a lo extranjero y una intensa sensación de riesgo en la ciudadanía. Los problemas tienen ahora un nuevo causante en el imaginario colectivo. Esta atmosfera ha sido uno de los factores propulsivos de los populismos de derecha en varios países del continente. El repudio a los recién llegados marca el discurso nacionalista que se pronuncia ahora en nombre de la identidad y la salvación de la nación.
El islam, percibido como una religión extraña, es asociado con los migrantes quienes son vistos como portadores de inseguridad y costumbres que atentan contra la integridad de la sociedad.
La altísima islamofobia que recorre a Europa brinda más posibilidades a los dirigentes populistas de seducir a la gente con un lenguaje fácilmente digerible al identificar al Otro como el culpable de sus males. De este modo, el nacional populismo sustituye lo complejo por lo simple. El bien y el mal encuentran aquí, cada uno, su espacio perfectamente delimitado.
El catolicismo como credo nacional se percibe en peligro y urge su defensa. En Suiza, por ejemplo, se prohibió mediante referendo impulsado por el Partido Popular Suizo, la construcción de minaretes atentando así contra la libertad religiosa. En España, el partido populista VOX ha mantenido un discurso xenófobo, mostrándose como genuino defensor de la fe cristiana contra la intrusión del islam. Giorgia Meloni, una de las fundadoras del populista partido Hermanos de Italia, despliega una prédica extremista que no deja de asombrar: “no hay mediaciones posibles” ha dicho , “o se dice sí o se dice no: sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB, sí a la identidad sexual, no a las ideologías de género (…) sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamita, sí a nuestra civilización, no a quienes quieren destruirla” (Libertad digital, 2022). En este aspecto Meloni supera con creces el radicalismo de Marine Le Pen, morigerado en los últimos años por razones electorales. Como es de todos conocido, Le Pen ha sido voz principal del populismo francés de la derecha radical en la última década.
Islamofobia y repulsa moral a todo aquello que no calce en la horma valorativa cristiana, como la homosexualidad y el aborto, se imbrican en el relato. Lo distinto se juzga como despreciable.
La cruzada imperial emprendida por Vladimir Putin para devolverle a Rusia su grandeza y unidad perdidas con el desmembramiento de la Unión Soviética, también está atravesada por el sentimiento religioso. La iglesia ortodoxa rusa se cuenta entre sus mejores aliados en esta operación cuya cara más dolorosa es la invasión a Ucrania. La guerra se ha librado en nombre de los valores de la civilización ortodoxa y en contra de la depravación de Occidente. De modo similar al principio de depuración del pecado, el líder ruso ha reclamado que su país se “autopurifique escupiendo la chusma como si fueran moscas que han entrado a la boca” (Saénz de Ugarte, 2022). Chusma es todo aquello que no encaja en el ultraconservador patrón de valores del presidente. No es casual que Putin se haya mostrado al mundo como un contumaz enemigo del movimiento gay atreviéndose a afirmar que mientras él ejerza como presidente, no habrá matrimonio homosexual en Rusia.
Los casos de la Hungría de Victor Orbán, de la Alemania de Alternativa para Alemania y de Polonia con el Partido Ley y Justicia, entre otros, se agregan a la muestra de países del viejo continente en los cuales ha irrumpido el nacional populismo de ultraderecha en recientes años.
El fenómeno de instrumentación del hecho religioso se repite también en los Estados Unidos de Donald Trump. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Wiskonsin, publicado en 2019, reveló que Trump es el presidente estadounidense que ha utilizado en mayor proporción la muleta religiosa en sus alocuciones, con amplia diferencia en relación con sus predecesores. En el discurso que pronunciara contra el aborto en la Marcha por la Vida, en enero de 2020, frisando el verbo clerical, el mandatario diría: ‘Todos sabemos que cada alma humana es divina y que todo ser humano, nacido o por nacer es hecho a imagen de Dios todopoderoso” (Semana, 2020).
Una muestra de la dicotomía Dios/diablo en el discurso político la ofrece prístinamente uno de los veteranos estrategas del ala conservadora del Partido Republicano. En repetidas ocasiones Roger Stone ha declarado que “el día en que Joe Biden atravesó el umbral de la Casa Blanca investido como presidente, se abrió una “puerta satánica en la residencia: una puerta que solo la oración logrará cerrar” (Seisdedos, 2022).
¿QUÉ CONCLUIMOS?
Los distintos casos reseñados aquí, tanto de América Latina como de Europa y Estados Unidos, revelan el avance en estos tiempos del discurso populista en tono religioso erigido cual torre moral desde la que se promete la regeneración y salvación de las naciones.
El moderno César populista se concibe a sí mismo como la voz de Dios en un mundo que necesita ser redimido de sus miserias y pecados; se adueña de lo sagrado y hace de la devoción religiosa una herramienta de acercamiento al pueblo, a sus creencias. Bien pudiera ser entendido este acto como “apropiación de los medios de salvación” según ha dicho Balandier referido por Rosero Cartagena.
En un entorno cada vez más inseguro y de futuro incierto, el discurso populista transmite seguridad y certidumbre. La veta religiosa del relato parece contribuir de modo importante con ello. Un acentuado carácter moral fundamenta una cosmovisión en la que el bien y el mal libran una batalla impostergable. Sea contra la oligarquía o contra los ricos, en el caso de la izquierda; sea contra la inmigración, el pecado de la homosexualidad o el aborto así como la defensa del catolicismo, en el de la derecha, los liderazgos populistas se presentan como los llamados a purificar y poner orden en un mundo percibido como descarrilado. En ambos casos, el componente legal y racional sobre el que se sostiene todo estado de derecho, se subordina a un registro moral personalizado en el líder, en una dimensión fuertemente reduccionista.
Aunque la sociedad en general pareciera experimentar una vuelta hacia el sentimiento religioso, no es posible prever todavía una reversión del proceso de secularización del Estado experimentado por Occidente. Habría que tener en cuenta, no obstante, que la inclinación manifiesta de los populismos, particularmente los de extrema derecha, es la de imponer al conjunto social una moral conservadora y retrógrada en línea con los preceptos confesionales.
Es posible avizorar que la instrumentalización de lo religioso seguirá persistiendo en esta época en la que ya no es posible enteramente que la política ofrezca respuestas certeras a la ciudadanía; en un mundo en el cual los partidos se han desdibujado en sus competencias y alcances en vista de la imposibilidad que los mismos tienen de leer la complejidad de los tiempos y acompasarse a ella. En un entorno así, el recurso religioso estará a la orden de quienes abrevian y simplifican la realidad promoviendo una visión del mundo en blanco y negro, como la que los populistas promueven desde el púlpito de las verdades irrebatibles que concede la fe.