El fútbol vuelve a tambalearse por un conflicto, pero se erige una vez más como protagonista en medio de la batalla
Guerras vs. Fútbol
      A-    A    A+


Por Hernán Quiroz Plaza


Las guerras cambian el curso de la historia y el fútbol no se ha mantenido ajeno a ello. Demasiadas reseñas históricas convierten al deporte rey en protagonista de los grandes conflictos bélicos mundiales. Un repaso desandando los pasos de algunos momentos críticos nos ayudan para que el pasado no se nos convierta en olvido en momentos cuando la invasión rusa a Ucrania vuelve a sacudir los cimientos del futbol. La decisión de la FIFA de excluir a Rusia del próximo Mundial de Catar -una bomba mediática y política- trajo a colación las repercusiones deportivas que los distintos conflictos bélicos ocasionaron en los Mundiales de fútbol. El primer coletazo fue en 1916. Aún no existían los Mundiales (comenzaron en 1930), el torneo ecuménico de fútbol era el de los Juegos Olímpicos. Tocaba disputarlo en las Olimpíadas de 1916 en Berlín (nada menos), pero fueron anulados a causa de la Primera Guerra Mundial, de la que justamente Alemania fue su propiciador.

La tregua de Navidad y la batalla de Somme

En la mañana del 1 de julio de 1916, en el apogeo de la I Guerra Mundial, se vivió de las más sangrientas luchas de la historia y, aunque parezca increíble, en aquella Gran Guerra también hubo fútbol. Y no solo por el famoso “Milagro de Navidad” - cuando combatientes de diferentes países detuvieron durante unas horas la Guerra para jugar juntos a fútbol- sino por la cruenta batalla del Somme, planificada como si de una final de Champions se tratara. El capitán Nevill imaginó el campo de batalla como uno de fútbol: Balones, contrataques y hasta un cartel en el que se podía leer: “Sin árbitro”.

Horas antes del inicio del combate, Nevill reveló el plan a sus hombres: repartiría los balones entre sus cuatro pelotones y cada uno tendría la misión de llevarlo hasta campo enemigo hasta marcar un hipotético gol en Montauban. “La Gran Final de la Copa Europea: East Surrey contra los Bávaros”, escribió el capitán en uno de ellos. En otra el mensaje era “sin árbitros”. A las 7.27 de la mañana del 1 de julio de 1916, Wilfred Nevill salió de su trinchera y dio la señal para iniciar el avance pateando la pelota en dirección a las alambradas alemanas. Uno de esos balones se conserva en el museo del Regimiento de Surrey y el otro en el Castillo de Dover, en el Museo Real de la Princesa de Gales. El periódico británico El daily Mail dedicaría el siguiente poema al batallón del capitán Neville: “Conducen el balón, para ellos el miedo a la muerte es una expresión vacía. Fieles a la tierra que los parió los de East Surrey, jugaron el partido”.

Bolivia y Paraguay habían disputado en Uruguay el primer Mundial, pero en 1934 ni tiempo tuvieron de pensar en asistir a la segunda edición, en Italia: estaban trenzados en la terrible Guerra del Chaco (1932-1935). No sólo no competían sus selecciones, tampoco había torneo nacional. Más que eso, el tradicional club The Strongest aportó al ejército boliviano un batallón completo de 600 combatientes compuesto por sus jugadores del primer equipo, dirigentes y socios, lo cual es reconocido como una gesta nacional en el país de las grandes altiplanicies y los llanos orientales. España ya había demostrado ser una fuerza considerable en los Olímpicos de 1920 (fue subcampeón), pero no pudo participar del Mundial de Francia 1938 por estar inmerso en plena guerra civil, una de las contiendas internas más graves de la humanidad.

Mussolini aprovecha; Austria la primera víctima

El dictador italiano Benito Mussolini vio en el fútbol, y particularmente en la Copa Mundial, una vitrina de resonancia para exponer las virtudes y “valores” del fascismo; para ello buscó primero la sede del Mundial de 1934. Luego se preparó para darle relieve al evento con una onerosa inversión que incluyó la construcción de nuevos estadios y en lo deportivo fortaleció la selección azzurra nacionalizando varios jugadores, principalmente de procedencia sudamericana.

Acompañada de la presencia intimidatoria de Mussolini, la Selección de Italia obtuvo el título en la final celebrada en Roma derrotando a Checoslovaquia 2-1, el 10 de junio de 1934, en el Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista. Fue un partido parejo que se definió en el tiempo extra y del cual se critica la parcialidad y permisividad hacia Italia del árbitro sueco Ivan Eklind. Roma fue una fiesta con Mussolini como el gran arquitecto y ejecutor de la gesta. Cuatro años después en la Copa Mundial Francia 1938, Italia repetiría el título venciendo en la final, disputada en el estadio Olympique de Colombes, 4-2 a Hungría. En esta Copa se daría la primera víctima deportiva ocasionada por una intervención militar: Austria. La selección austriaca, clasificada de antemano para el certamen y que se consideraba como un serio aspirante, no pudo participar porque la Alemania nazi la ocupó y se anexó su territorio tres meses antes de iniciarse la Copa.

Muerte de Mussolini

Pero no son los únicos sucesos bélicos en los que el futbol estaría presente. Jugadores fusilados en la Guerra Civil española, futbolistas que lucharon en el frente o el asesinato de Musolinni el 28 de abril de 1945, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial a manos de Michele Moretti que destacaba como lateral en el Como -club italiano de la región de Lombardía que actualmente milita en la serie B- forman parte de esa singular historia que une al balón con las guerras. Aunque hay dudas sobre la muerte del ‘Il Duce’, muchos historiadores sostienen hoy en día que las pruebas y documentos prueban que fue el futbolista quien apretó el gatillo de la ametralladora MAS que mató al exlíder y dictador italiano.

La atroz Segunda Guerra Mundial arrastró en su curso de muerte y destrucción las Copas del Mundo que debieron disputarse en 1942 y 1946, anuladas para siempre. El torneo regresó recién en 1950 en Brasil. La FIFA celebró que se realizara en Sudamérica y no en Europa, que aún intentaba reponerse de los estragos bélicos. Brasil vivía en paz y en moderado progreso. Preparó para la competencia el grandioso estadio Maracaná y la ausencia de Argentina le permitía pensar con cierta seguridad en coronarse, pero apareció la gloriosa Celeste uruguaya y le arrebató el sueño. Costó reinstaurar la magna competición: sólo 13 equipos se presentaron en Brasil. Y algunos de ellos como invitados.

Alemania y Japón, las potencias del Eje, estuvieron imposibilitados de intervenir. Ambos estaban en ruinas, no se puede jugar entre escombros. Aparte de ello, la FIFA los había excluido como miembros en castigo por el desastre causado. Firmada la paz, en noviembre de 1945 volvió el fútbol en Europa con un amistoso entre Suiza e Italia en Zurich. Las autoridades de la FIFA aprovecharon la ocasión para retomar sus reuniones. No lo hacían desde 1941. «La máxima cordialidad ha presidido esta última reunión en la que considero se ha hecho buen trabajo. No ignoran ustedes que Alemania y Japón han sido eliminados de la FIFA y la decisión sobre Italia queda subordinada a la política que, a su respecto, adoptarán las Naciones Unidas”, declaró su presidente, Jules Rimet, al retorno a Francia. A Italia sí se le permitió acudir a Brasil, porque era el último campeón y porque Ottorino Barassi, presidente de la federación italiana, había guardado celosamente el trofeo en una caja de zapatos para que no lo arrebataran los militares alemanes.

Pocos meses después, en Luxemburgo, se celebró el 45° congreso de la matriz del fútbol y las conclusiones del álgido tema las contaba de nuevo Rimet: “Habiendo comprobado el Comité que tanto en Alemania como probablemente en el Japón ya no existen organizaciones Nacionales capaces de poder asegurar las relaciones del fútbol de estos dos países con el de las demás nacionales, decidió provisionalmente en espera del acuerdo que el congreso adoptase, que no era posible ninguna relación deportiva entre las Asociaciones afiliadas a la FIFA y sus clubs de una parte, y Alemania y Japón con sus clubs, de la otra”. Alemania, aún dividida, retornaría en el Mundial de Suiza 1954 para ganarlo, en lo que se denominó “El milagro de Berna”. En las décadas de 1950 y 1960 muchos países de Asia y África no tomaron parte de las justas mundialistas, estaban metidos de lleno en sus guerras de independencia. Eran incluso colonias, allí nacieron como naciones libres y luego se afiliaron a la FIFA.

La complicidad de la FIFA en el 73

Para la Copa Mundial Alemania 1974, la Selección de la URSS y la Selección de Chile debían disputarse el cupo en un repechaje a partido de ida y vuelta. El primero estaba programado a jugarse en Moscú el 26 de septiembre, y el de vuelta el 21 de noviembre de 1973, en Santiago de Chile. El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet asumiría el poder en Chile mediante un sangriento golpe de Estado, que derrocaría al presidente Salvador Allende. La URSS había mantenido relaciones estrechas con el gobierno de la Unidad Popular que encabezaba Allende. La Unión Soviética aparecía como la favorita, respaldada en el hecho de que había sido subcampeona de la Eurocopa de 1972, y desde el mundial de 1958 venía participando en la Copa. En medio de tensiones diplomáticas, la selección chilena viajó a Moscú y en el estadio Lenin disputaría el primer encuentro, obteniendo un valioso empate 0-0.

Para el encuentro definitivo de vuelta en el Estadio Nacional, que venía siendo utilizado como campo de concentración en donde se torturaba y se asesinaba a los opositores al régimen, la URSS se negó a jugar solicitando un cambio de escenario; proponía como alternativa Lima o Buenos Aires. La FIFA rechazó la petición. El 21 de noviembre a las 6:30 p.m., sin rival al frente, los jugadores chilenos avanzaron solos por el campo y Francisco 'Chamaco' Valdez anotó el gol que les dio la clasificación al mundial, en un partido que duró 30 segundos. Un hecho insólito sin parangón en el torneo. La clasificación fue vendida también como un gran logro ligado al nuevo gobierno.

Fútbol para esconder el terror

Si para el repechaje entre la URSS y Chile, la FIFA miró para un costado, cuatro años más tarde, para el mundial Argentina 78, la organización rectora del fútbol se hizo la ciega. La dictadura encabezada por el teniente general Jorge Videla, aprovechó la Copa –cuya sede ya estaba decidida antes del golpe militar– para darse un baño de popularidad interna, mientras seguían desapareciendo personas, ejecutando opositores y robando bebés. Argentina logró su primer título mundial, la euforia le alcanzó a la junta militar para alimentar el nacionalismo y provocar la llamada Guerra de las Malvinas. Cuatro años después, presentes como campeones defensores del título en España 82, se enterarían durante el Mundial que la guerra que les habían dicho que iban ganando, la habían perdido.

Una decisión “a dedo” de la FIFA, y no las bolillas del sorteo del Mundial de España ’82, impidió lo que, con total seguridad, hubiese sido el partido de fútbol más apasionante de la historia. El 2 de abril de ese año en las islas Malvinas, Inglaterra le declaró la guerra a Argentina. Se enfrascaron en combate y en ello estaban cuando comenzó el Mundial en Barcelona con el juego Argentina-Bélgica. Que pudo o debió ser Argentina-Inglaterra. Ocurrió que Bélgica iba a ser cabeza de serie, con lo cual no enfrentaría a la Albiceleste, pero en la misma mañana del sorteo de grupos, la FIFA decidió conceder a Inglaterra el rango de cabeza de serie “por ganar el Mundial ‘66 y haber inventado el fútbol”, hechos incuestionables, aunque desfasados. Eso evitó el increíble choque. De darse ese Argentina-Inglaterra mientras libraban una guerra, el mundo habría asistido al evento deportivo con mayor morbo que jamás hubiera imaginado nadie. Y ello sin contar la rivalidad histórica entre ambas naciones, en fútbol y demás ámbitos.

Causó sorpresa que en México ’86 se presentara Irak, mientras sostenía su larguísima guerra con Irán. Y más curioso que fuera ésa su única incursión mundialista. En 1994 le fue prohibido a Yugoslavia concursar en Estados Unidos ’94. Aún existía como entidad política la Federación Yugoslava, compuesta por Serbia y Montenegro. Pero dado que Serbia desató la Guerra de los Balcanes, fue excluido de la Eurocopa 1992 y no se le permitió ser parte de la Eliminatoria del Mundial ’94.

En la exYugoslavia el futbol también adquirió una gran dimensión histórica. En 1990, el clásico entre Dínamo Zagreb y Estrella Roja, de Belgrado, era más que un partido de fútbol: era el juego que ponía frente a frente a croatas y a serbios en un pasaje crítico de la convivencia en la entonces Yugoslavia, un estado con siete fronteras, seis repúblicas, cinco nacionalidades, cuatro idiomas, tres religiones y dos alfabetos. Aquel 13 de mayo de 1990 y aunque nadie lo supiera, el partido que iba a enfrentar al Dinamo de Zagreb y al Estrella Roja iba a ser la primera batalla de la Guerra de los Balcanes.

El Estrella Roja era el club del supremacismo serbio. Por su parte, el Dinamo de Zagreb integraba en su ideario las aspiraciones nacionalistas de Croacia, exacerbabas como nunca desde la II Guerra Mundial. Eran los portaestandartes de las causas croata y serbia. El desorden comenzó desde antes, en las calles de Zagreb por los seguidores del Estrella Roja, que eran conocidos como “los Delije”. Comenzaron lanzando cánticos racistas para provocar la ira y el enojo de los seguidores del Dinamo Zagreb, que en ese entonces eran conocidos como los Bad Blue Boys.

El encuentro comenzó rodeado de una gran tensión y la batalla saltó de las gradas al césped. Las vallas de protección cayeron y los seguidores de ambos equipos saltaron al terreno de juego para comenzar una batalla campal en la que los policías poco hicieron por contener a los serbios, pero atacaron con violencia a los croatas. Mientras varios helicópteros descendían sobre el terreno para rescatar a los jugadores del Estrella Roja, Zvonimir Boban, jugador del Dinamo, vio a un hincha propio que estaba siendo golpeado por un policía y agredió a este con una tremenda patada. Ese hecho sería considerado como el que presagió la Guerra de los Balcanes, que estallaría en 1991. Este hecho aislado representó para mucha gente el preludio de la guerra y desde ese momento, Boban fue considerado como un héroe nacional croata, idea que él reforzaría afirmando: “Ahí estaba yo, una cara pública preparada para arriesgar mi vida, mi carrera, todo lo que la fama puede comprar, todo por un ideal, por una causa: la causa croata”. Fue suspendido 6 meses de la práctica del fútbol. Con el tiempo se supo que el agente agredido era un bosnio musulmán, que públicamente perdonó a Boban.

Ahora, el fútbol vuelve a tambalearse por un conflicto. El balón ha dejado de rodar en Ucrania, el escenario de la final de la Champions ha pasado de San Petesburgo a París, el Mundial está en peligro y varios clubes importantes rompen sus vínculos económicos con Rusia. El fútbol vuelve una vez más para erigirse como protagonista en medio de la batalla. Suponer que Rusia, que había presentado una versión superlativa en organización y un nivel competitivo elogiable como último anfitrión de la Copa Mundo, se vería cuatro años después excluida del próximo certamen sin haber agotado sus posibilidades clasificatorias, apartada de repente con sus clubes profesionales de las competencias internacionales y desdeñada su poderosa influencia financiera en el ámbito del fútbol, sonaba más que descabellado.

Putin, el viejo “zorro político”, templado en sus años al frente de la temible KGB, había aprendido y entendido de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la capacidad del deporte, entre otros atributos, para proyectar poder, promocionar y exponer las bondades de un sistema político, como lo había hecho la extinta URSS como parte de las dos potencias mundiales dominantes en la llamada Guerra Fría. Con esa perspectiva en la mira, Rusia acogió los Mundiales de Atletismo en 2013; los Juegos Olímpicos de Invierno Sochi 2014; se metió en el calendario anual de la Fórmula 1 desde 2014; recibió los Mundiales de Natación en 2015, y como colofón de la década pasada realizó el mencionado mundial de fútbol Rusia 2018.

En el periplo de la nueva década, fue una de las sedes de la pasada Eurocopa, en 2021, y debería acoger en San Petersburgo la final de la Champions League, el 28 de mayo. Rusia era hasta hace unos días referencia de influencia, poder y dinero en el deporte, pero en la tierra de los grandes ajedrecistas el movimiento inesperado de piezas que hizo Putin en el tablero geopolítico, cantando “jaque” a Ucrania e invadiéndola, ha provocado una andanada de sanciones deportivas nunca vistas. Aunque por sus características, las actuales sanciones son muy particulares y extensas, la unión o desunión entre fútbol, guerra y política no es novedosa y ha marcado también determinados momentos.

Rusia como espejo actual

Los acontecimientos bélicos cambiantes medirán diariamente el pulso de Putin para situarse protagónicamente en el nuevo podio militar por el que ha emprendido una desafiante carrera invadiendo a Ucrania, con la consabida estela de dolor y luto que está implicando. El deporte y sus eventos le sirvieron durante mucho tiempo de apoyo para fortalecer e impulsar su imagen pública interna, haciendo sentir o creer a muchos su estatura de prohombre. Utilizó el deporte y sus eventos, tal vez como ningún otro político lo había logrado recientemente. El momento presente tal vez pueda servir para que, quienes están en las altas esferas dirigenciales, procuren replantear las fronteras laxas de los capitales y los inversionistas en el deporte que, amparados en la figura de un Estado o sus empresas, contribuyen a presentar líderes políticos promocionando de ellos una imagen bondadosa inexistente.

Andriy Shevchenko, ex futbolista del equipo italiano Milan y el Chelsea inglés y una de las figuras más importantes del deporte ucraniano, pidió que se pare la invasión rusa e instó a que se ayude más a su país. Shevchenko, que disputó 111 partidos con la selección ucraniana, habló en la cadena Sky Sports sobre la situación que está viviendo su país. "Lo primero de todo, quiero pedirle a mi país, al ejército, al presidente, que hagan todo lo posible para defender a mi país de la agresión rusa. Estoy muy orgulloso de ser ucraniano. Este es un momento muy difícil para mí nación, para mi gente y para mi familia. Hay gente muriendo, niños muriendo, misiles apuntando directamente a nuestras casas. Hay que parar esta guerra, hay que encontrar alguna manera", dijo. Poco después, habló el mediocampista del Real Madrid Luka Modric, cuya infancia tristemente va muy ligada a la guerra. Con sólo 5 años le pilló el conflicto en su país, Croacia, una guerra que estalló en 1991. Huyó a Zadar entre bosques y montañas para escapar de la crudeza. Y su historia, de la que ha hablado con dolor en alguna entrevista, eriza la piel. "Luka vio con sus propios ojos cómo mataban a su abuelo. No tuvieron otra opción que huir para no ser asesinados a través de los bosques y las montañas", dijo Josip Bajlo, director deportivo del club NK Zadar.

Ucrania podría ser un caso excepcional. En junio enfrentará a Escocia en Glasgow. Si gana el repechaje, que jugaría con varios futbolistas en el extranjero o en el exilio, clasificaría al Mundial estando en guerra e invadido; por su parte, Polonia que iba a jugar contra Rusia, sancionada por la invasión a Ucrania, recibirá el pase automático y se medirá a Suecia o la República Checa.



Ver más artículos de Hernán Quiroz Plaza en