Por Karina Sainz Borgo
En el año 1995, Alfonso Berardinelli renunció a su cátedra en la universidad de Venecia y dejó la enseñanza tras dos décadas dedicado a ella. Desde entonces, ejerce el papel de agitador cultural a través de sus ensayos y opiniones. Desde los gestos más pequeños y las desobediencias más específicas, Berardinelli reivindica el valor del individuo y mira con escepticismo cualquier canon o rodillo biempensante. Así lo explicó en "Leer es un riesgo" (Círculo de Tiza), un volumen en cuyas páginas Berardinelli opone los libros al pensamiento insustancial y reivindica la lectura como una elección individual de ser menos estúpidos, lo cual implica aceptar la responsabilidad que confiere el conocimiento sobre nuestros actos y decisiones. El espíritu de aquel libro publicado en 2016 reaparece en las páginas de "Contra el vicio de pensar" (Círculo de Tiza), un conjunto de textos en los que el italiano hace una llamada de atención sobre los riesgos del pensamiento dominante.
"Sucumbiendo al riesgo de leer y cultivando el vicio de pensar", como dice el periodista Miguel Ángel Aguilar en el prólogo, Berardinelli entra en conflicto con el sistema corporativo de la cultura en Italia, un circuito que se perpetúa tanto en las universidades como en determinados ambientes intelectuales, caracterizados por la uniformidad y la grisura intelectual que se expresa en el pensamiento de bloques y las obcecaciones buenistas, imposturas que él se encarga de desmontar. Así como Nuccio Ordine dejó muy claro que un martillo no es más útil que un cuadro por el solo hecho de tener una función práctica, y quizá por las razones equivocadas, Berardinelli la emprende contra el orbe por su propensión al tumulto, el desencanto y la claudicación. El populismo es el resultante de esa derrota: la reacción de la sociedad ante la ineficiencia y la corrupción.
Es justo en los apartados sobre la reflexión política cuando Berardinelli se muestra arbitrario, refunfuñón y apocalíptico. Esto no quiere decir que el escritor esté equivocado, lo que subraya es la desafección hacia lo colectivo y una marcada misantropía que llega hasta el punto de denunciar el exceso de lo político e incluso la propia intención de la acción política como un obstáculo para el pensamiento y la duda el acto de pensar y dudar. "Soy un tipo que trabajo con libro, y si no se publicaran libros (que ya nadie lee), no sabría qué escribir. La obsesión por la política me penaliza porque no quiero ni puedo hacer predicciones culturales sobre la deriva de nuestros políticos". Lo curioso, lo verdaderamente inquietante de estas páginas es detectar un fenómeno que comienza a ser común no sólo en la generación intelectual de Berardinelli, entendiendo por tal a los nacidos en la década de los 40 y 50 del siglo XX.
Lo que le ocurre a Berardinelli encaja con el síndrome Oriana Fallaci: intelectuales brillantes, pero aparentemente desquiciados por aquello que critican. Fue justo eso lo que le ocurrió a la italiana en aquel libro sobre el 11S y el Islam, "La rabia y el orgullo". Berardinelli conoce los orígenes de la izquierda italiana, formó parte de ella, acaso por eso chirría que sus críticas al marxismo y el comunismo, además de furibundas, suenen casi hiperbólicas, aún siendo ciertas. Ese poso amargo de sospecha y rechazo, de arbitrariedad y hartazgo apuntan en una dirección. En el trance de pensar, de llevar la vida entera volcado en ello, Berardinelli parece haber derrapado sobre sí mismo. Ha transformado su desobediencia en desprecio.
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